26 de agosto de 2018

Moros y cristianos

Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
VIII

Admet-ben-Carime-el-Abdoun respiró alegremente, y aun hizo alguna zapateta, sin que por eso se le cayesen las mal aseguradas zapatillas, tan luego como se vio fuera de los redoblados muros de la plaza española y con toda el África delante de sí...

Porque África, para un verdadero africano como Manos-gordas, es la tierra de la libertad absoluta; de una libertad anterior y superior a todas las Constituciones e instituciones humanas; de una libertad parecida a la de los conejos no caseros y demás animales de monte, valle o arenal.

África, quiero decir, es la Jauja de los malhechores, el seguro de la impunidad, el campo neutral de los hombres y de las fieras, protegido por el calor y la extensión de los desiertos. En cuanto a los sultanes, reyes y beyes que presumen imperar en aquella parte del mundo, y a las
autoridades y mílites que los representan, puede decirse que vienen a ser,
para tales vasallos, lo que el cazador para las liebres o para los corzos:
un mal encuentro posible, que muy pocos tienen en la vida, y en el cual
muere uno o no muere; si muere, tal día hizo un año; y si no muere, con
poner mucha tierra por medio no hay que pensar más en el asunto. Sirva
esta digresión de advertencia a quien la necesitare, y prosigamos nosotros
nuestra relación.

-¡Toma aquí, Zama -dijo el moro a su cansada esposa, como si hablase
con una acémila.

Y, en lugar de dirigirse al Oeste, o sea hacia el Boquete de Anghera,
en busca del sabio santón, según había dicho a D. Bonifacio tomó hacia el
Sur, por un barranquillo tapado de malezas y árboles silvestres, que muy
luego le llevó al camino de Tetuán, o bien a la borrosa vereda que,
siguiendo las ondulaciones de puntas y playas, conduce a Cabo-Negro por el
valle del Tarajar, por el de los Castillejos, por Monte-Negro y por las
lagunas de Río-Azmir, nombres que todo español bien nacido leerá hoy con
amor y veneración, y que entonces no se habían oído pronunciar todavía en
España ni en el resto del mundo civilizado.

Llegado que hubieron ben-Carime y Zama al vallecillo del Tarajar,
diéronse un punto de descanso a la orilla del arroyuelo de agua potable
que lo atraviesa, procedente de las alturas de Sierra-Bullones; y en
aquella tan segura y áspera soledad, que parecía recién salida de manos
del Criador y no estrenada todavía por el hombre; a la vista de un mar
solitario, únicamente surcado, tal o cual noche de luna, por cárabos de
piratas o buques oficiales de Europa encargados de perseguirlos, la mora
se puso a lavarse y peinarse, y el moro saco el manuscrito y volvió a
leerlo con tanta emoción como la primera vez.
Decía así el pergamino árabe:

«La bendición de Alah sea con los hombres buenos que lean éstas
letras.

»No hay más gloria que la de Alah, de quien Mahoma fue y es, en el
corazón de los creyentes, profeta y enviado.

»Los hombres que roban la casa del que está en la guerra o en el
destierro viven bajo la maldición de Alah y de Mahoma, y mueren roídos de
escarabajos y cucarachas.

»¡Bendito sea, pues, Alah, que crió estos y otros bichos para que se
coman a los hombres malos!

»Yo soy el caid Hassan-ben-Jussef, siervo de Alah, aunque malamente
he sido llamado D. Rodrigo de Acuña por los sucesores de los perros
cristianos que, haciéndoles fuerza y violando solemnes capitulaciones,
bautizaron con una escoba, a guisa de hisopo, a mis infortunados
ascendientes y a otros muchos islamitas de estos reinos.

»Yo soy capitán bajo el estandarte del que, desde la muerte de
Aben-Humeya, titúlase legítimamente rey de los andaluces, Muley-
Abdalá-Mahamud-aben-Aboó, el cual, si no está ya sentado en el trono de
Granada, es por la traición y cobardía con que los moros valencianos han
faltado a sus compromisos y juramentos, dejando de alzarse al mismo tiempo
que los moros granadinos contra el tirano común; pero de Alah recibirán el
pago, y, si somos vencidos nosotros, vencidos serán también ellos y
expulsados a la postre de España, sin el mérito de haber luchado hasta
última hora en el campo del honor y en defensa de la justicia; y, si somos
vencedores, les cortaremos el pescuezo y echaremos sus cabezas a los
marranos.

»Yo soy, en fin, el dueño de esta Torre y de toda la tierra que hay a
su alrededor, hasta llegar por el Occidente al barranco del Zorro y por
Oriente al de los Espárragos, el cual debe tal nombre a los muchos y muy
exquisitos que cultivó allí mi abuelo Sidi-Jussef-ben-Jussuf.

»La cosa no anda bien. Desde que el mal nacido D. Juan de Austria
(confúndalo Alah) vino a combatir contra los creyentes, prevemos que por
ahora vamos a ser derrotados, sin perjuicio de que, andando los años o las
centurias, otro Príncipe de la sangre del Profeta venga a recobrar el
trono de Granada, que ha pertenecido setecientos años a los moros, y
volverá a pertenecerles cuando Alah quiera con el mismo título con que lo
poseyeron antes vándalos y godos, y antes los romanos, y antes aquellos
otros africanos que se llamaban los cartagineses: ¡con el título de la
conquista! Pero conozco, vuelvo a decir, que por la presente la cosa anda
mal, y que muy pronto tendré que trasladarme a Marruecos con mis cuarenta
y tres hijos, suponiendo que los austriacos no me cojan en la primera
batalla y me cuelguen de un alcornoque, como yo los colgaría a todos ellos
si pudiera.

»Pues bien: al salir de esta Torre para emprender la última y
decisiva campaña dejo escondidos aquí, en sitio a que no podrá llegar
nadie sin topar primero con el presente manuscrito, todo mi oro, toda mi
plata, todas mis perlas; el tesoro de mi familia; la hacienda de mis
padres, mía y de mis herederos; el caudal de que soy dueño y señor por ley
divina y humana, como es del ave la pluma que cría, o como son del niño
los dientes que echa con trabajo, o como son de cada mortal los malos
humores de cáncer o de lepra que hereda de sus padres.

»¡Detente, por tanto, oh tú, moro, cristiano o judío que, habiéndote
puesto a derribar esta mi casa, has llegado a descubrir y leer los
renglones que estoy escribiendo! ¡Detente, y respeta el arca de tu
prójimo! ¡No pongas la mano en su caudal! ¡No te apoderes de lo ajeno!
Aquí no hay nada del fisco, nada de dominio público, nada del Estado. El
oro de las minas podrá pertenecer a quien lo descubra, y una parte de él
al Rey del territorio. Pero el oro fundido y acuñado, el dinero, la
moneda, es de su dueño, y nada más que de su dueño. ¡No me robes, pues,
mal hombre! ¡No robes a mis descendientes, que ya vendrán, el día que esté
escrito, a recoger su herencia! Y si es que buenamente, por casualidad,
encuentras mi tesoro, te aconsejo que publiques edictos, llamando y
notificando el caso a los causahabientes de Hassan-ben-Jussef; que no es
de hombres honestos guardarse los hallazgos cuando estos hallazgos tienen
propietario conocido.

»Si así no lo hicieres, ¡maldito seas, con la maldición de Alah y con
la mía! ¡Y pártate un rayo! ¡Y quiera Dios que cada una de mis monedas se
vuelva en tus manos un escorpión, y cada perla un alacrán! ¡Y que mueran
de lepra tus hijos, con los dedos podridos y deshechos, para que no tengan
ni tan siquiera el placer de rascarse! ¡Y que todas las mujeres que ames y
engordes se diviertan y refocilen con tus esclavos! ¡Y que tu hija la
mayor se escape de tu casa con un judío! ¡Y que a ti te metan un palo por
mala parte, y te saquen así a la vergüenza, teniéndote en alto hasta que,
con el peso de tu cuerpo, el palo salga por encima de la coronilla y
quedes patiabierto en el suelo, como indecente rana atravesada por un
asador!

»Ya lo sabes, y sépanlo todos, y bendito sea Alah que es Alah.

»Torre de Zoraya, en Aldeire del Cenet, a 15 días del mes de Saphar
del año de la hégira 968.
«HASSAN-BEN JUSSEF.»

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