Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
XI
Pasada la cumbre, no tardo en descubrir en la cañada próxima a un
corpulento moro vestido de blanco, el cual araba patriarcalmente la
negruzca tierra con auxilio de una hermosa yunta de bueyes. Parecía aquel hombre la estatua de la Paz tallada en mármol. Y, sin embargo; era el triste y temido renegado ben Munuza, cuya historia os causará espanto
cuando la conozcáis.
Contentaos por lo pronto con saber que tendría cuarenta años, y que
era rudo, fuerte, ágil y de muy lúgubre fisonomía, bien que sus ojos
fuesen azules como el cielo, y rubias sus barbas como aquel sol de África
que había dorado a fuego la primitiva blancura europea de su semblante.
-¡Buenos días, Manos-gordas!-gritó en castellano el antiguo español,
tan luego como divisó al marroquí.
Y su voz expresó la alegría melancólica propia del extranjero que
halla ocasión de hablar la lengua patria.
-¡Buenos días, Juan Falgueira!- respondió sarcásticamente ben-Carime.
El renegado tembló de pies a cabeza al oír semejante saludo, y sacó
del arado la reja de hierro como para defender su vida.
-¿Qué nombre acabas de pronunciar?-añadió luego, avanzando hacia
Manos-gordas.
Éste lo aguardaba riéndose, y le respondió en árabe, con un valor de
que nadie le hubiera creído capaz:
-He pronunciado... tu verdadero nombre, el nombre que llevabas en
España cuando eras cristiano, y que yo conozco desde que estuve en Orán
hace tres años...
-¿En Orán?
-¡En Orán, sí, señor!... ¿Qué tiene eso de extraordinario? De allí
habías venido tú a Marruecos, y allí fui yo a comprar gallinas. Allí
pregunté tu historia, dando tus señas, y allí me la contaron varios
españoles. Supe, por tanto, que eras gallego, que te llamabas Juan
Falgueira, y que te habías escapado de la Cárcel Alta de Granada, donde
estabas ya en capilla para ir a la horca por resultas de haber robado y
dado muerte, hace quince años, a unos señores a quienes servías en clase
de mulero... ¿Dudarás ahora de que te conozco perfectamente?
-Dime, alma mía... -respondió el renegado con voz sorda y mirando a
su alrededor,- ¿y has contado eso a algún marroquí? ¿Lo sabe alguien más
que tú en esta condenada tierra? Porque es el caso que yo quiero vivir en
paz, sin que nadie ni nada me recuerde aquella mala hora, que harto he
purgado. Soy pobre; no tengo familia, ni patria, ni lengua, ni el Dios que
me crió. Vivo entre enemigos, sin más capital que estos bueyes y que esos
secanos, comprados a fuerza de diez años de sudores... Por consiguiente,
haces muy mal en venir a decirme...
-¡Espera!-respondióle muy alarmado Manos-gordas.- No me eches esas
miradas de lobo, que vengo a hacerte un gran favor, y no a ofenderte por
mero capricho. ¡A nadie he contado tu desgraciada historia! ¿Para qué?
¡Todo secreto puede ser un tesoro, y quien lo cuenta se queda sin él! Hay,
empero, ocasiones en que se hacen cambios de secretos sumamente útiles.
Por ejemplo: yo te voy a contar un importante secreto mío, que te servirá
como de fianza del tuyo, y que nos obligará a ser amigos toda la vida...
-Te oigo. Concluye.... -respondió calmosamente el renegado.
Aben-Carime leyóle entonces el pergamino árabe, que Juan Falgueira
oyó sin pestañear y como enojado, visto lo cual por el moro, y a fin de
acabar de atraerse su confianza, le reveló también que había robado aquel
documento a un cristiano de Ceuta...
El español se sonrió ligeramente al pensar en el mucho miedo que
debía de tenerle el mercader de huevos y de gallinas cuando le contaba sin
necesidad aquel robo, y, animado el pobre Manos-gordas con la sonrisa de
ben Munuza, entró al fin en el fondo del asunto, hablando de la siguiente
manera:
-Supongo que te has hecho cargo de la importancia de este documento y
de la razón por que te lo he leído. Yo no sé donde está la Torre de
Zoraya, ni Aldeire, ni el Cenet: yo no sabría ir a España, ni caminar por
ella; y, además, allí me matarían por no ser cristiano, o, cuando menos,
me robarían el tesoro antes o después de descubierto. Por todas estas
razones necesito que me acompañe un español fiel y leal, de cuya vida sea
yo dueño y a quien pueda hacer ahorcar con media palabra; un español, en
fin, como tú, Juan Falgueira, que, después de todo, nada adelantaste con
robar ni matar, pues trabajas aquí como un asno, cuando con los millones
que voy a proporcionarte podrás irte a América, a Francia, a la India, y
gozar, y triunfar, y subir tal vez hasta rey. ¿Qué te parece mi proyecto?
-Que está bien hilado, como obra de un moro... -respondió ben-Munuza,
de cuyas recias manos, cruzadas sobre la rabadilla, pendía, balanceándose,
la barra de hierro a la manera de la cola de un tigre.
Manos-gordas se sonrió ufanamente, creyendo aceptada su proposición.
-Sin embargo... -añadió después el sombrío gallego.- Tú no has caído
en una cuenta...
-¿En cuál?-preguntó cómicamente ben-Carime, alzando mucho la cara y
no mirando a parte alguna, como quien se dispone a oír sandeces y
majaderías.
¡Tú no has caído en que yo sería tonto de capirote si me marchase
contigo a España a ponerte en posesión de medio tesoro, contando con que
tú me pondrías a mí en posesión del otro medio! Lo digo porque no tendrías
más que pronunciar media palabra el día que llegásemos a Aldeire y te
creyeses libre de peligros, para zafarte de mi compañía y de darme la
mitad de las halladas riquezas... ¡En verdad que no eres tan listo como te
figuras, sino un pobre hombre, digno de lástima, que te has metido en un
callejón sin salida al descubrirme las señas de ese gran tesoro y decirme
al mismo tiempo que conoces mi historia, y que, si yo fuera contigo a
España, serías dueño absoluto de mi vida!... Pues ¿para qué te necesito yo
a ti? ¿Qué falta me hace tu ayuda para ir a apoderarme del tesoro entero?
¿Ni qué falta me haces en el mundo? ¿Quién eres tú, desde el momento en
que me has leído ese pergamino, desde el momento en que puedo quitártelo?
-¿Qué dices?-grito Manos-gordas, sintiendo de pronto circular por
todos sus huesos el frío de la muerte.
-No digo nada... ¡Toma! -respondió Juan Falgueira, asestando un
terrible golpe con la barra del hierro sobre la cabeza de ben-Carime, el
cual rodó en tierra, echando sangre por ojos, narices y boca, y sin poder
articular palabra...
El desgraciado estaba muerto.
31 de agosto de 2018
30 de agosto de 2018
Aforismos de Leonardo
327.- O ollo, polo cal se reflicte como por un espello a beleza do universo a quen a contempla, é de tan grande excelencia que o que consente na súa perda renuncia a representarse todas as obras da
natureza, vendo as cales se reconcilia a alma coa prisión do corpo. Grazas aos ollos, a alma represéntase todas, as varias cousas da natureza, pois quen os perde queda coa súa alma encerrada nunha escura prisión onde non chega ningunha esperanza de ver de novo o sol, luz de todo o universo. Homes hai para os cales as tebras nocturnas son sumamente odiosas, aínda que de breve duración. Que farían eles se esas tebras acompañásenos por toda a súa vida?
natureza, vendo as cales se reconcilia a alma coa prisión do corpo. Grazas aos ollos, a alma represéntase todas, as varias cousas da natureza, pois quen os perde queda coa súa alma encerrada nunha escura prisión onde non chega ningunha esperanza de ver de novo o sol, luz de todo o universo. Homes hai para os cales as tebras nocturnas son sumamente odiosas, aínda que de breve duración. Que farían eles se esas tebras acompañásenos por toda a súa vida?
29 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
X
Mucho y muy regaladamente debió de dormir aquella noche el matrimonio agareno entre los matorrales del camino, pues no serían menos de las nueve de la siguiente mañana cuando llegó al pie de Cabo-Negro.
Hay allí un aduar de pastores y labriegos árabes, llamado «Medik»,
compuesto de algunas chozas, de un morabito o ermita mahometana y de un
pozo de agua potable, con su brocal de piedra y su acetre de cobre, como
los que figuran en algunas escenas bíblicas.
El aduar se hallaba completamente solo en aquel momento. Todos sus
habitantes habían salido ya con el ganado o con los aperos de labor a los
vecinos montes y cañadas.
-Espérame aquí... -dijo Manos-gordas a su mujer.-Yo voy a buscar a
ben-Munuza, que debe de hallarse al otro lado de aquel cerro arando los
pobres secanos que allí posee.
-¡Ben-Munuza! -exclamo Zama con terror. -¡El renegado de quien me has
dicho...!
-Descuida... -interrumpió Manos-gordas.- ¡Hoy puedo yo más que él!
Dentro de un par de horas estaré de vuelta, y verás como se viene detrás
de mí con la humildad de un perro. Esta es su choza... Aguárdanos en ella,
y haznos una buena ración de alcuzcuz con el maíz y la manteca que
hallarás a mano. ¡Ya sabes que me gusta muy recocido! ¡Ah!, se me
olvidaba... Si ves que anochece y no he bajado, sube tú; y si no me hallas
en la otra ladera del cerro o me hallas cadáver, vuélvete a Ceuta y echa
la carta al correo... Otra advertencia: suponiendo que sea mi cadáver lo
que encuentres, regístrame, a ver si ben-Munuza me ha robado o no este
pergamino... Si me lo ha robado, vuélvete de Ceuta a Tetuán, y denuncia a
las autoridades el asesinato y el robo. ¡No tengo más que decirte! Adiós.
La mora se quedo llorando a lágrima viva, y Manos-gordas tomó la
senda que llevaba a la cumbre del inmediato cerro.
Moros y cristianos
(Cuento)
X
Mucho y muy regaladamente debió de dormir aquella noche el matrimonio agareno entre los matorrales del camino, pues no serían menos de las nueve de la siguiente mañana cuando llegó al pie de Cabo-Negro.
Hay allí un aduar de pastores y labriegos árabes, llamado «Medik»,
compuesto de algunas chozas, de un morabito o ermita mahometana y de un
pozo de agua potable, con su brocal de piedra y su acetre de cobre, como
los que figuran en algunas escenas bíblicas.
El aduar se hallaba completamente solo en aquel momento. Todos sus
habitantes habían salido ya con el ganado o con los aperos de labor a los
vecinos montes y cañadas.
-Espérame aquí... -dijo Manos-gordas a su mujer.-Yo voy a buscar a
ben-Munuza, que debe de hallarse al otro lado de aquel cerro arando los
pobres secanos que allí posee.
-¡Ben-Munuza! -exclamo Zama con terror. -¡El renegado de quien me has
dicho...!
-Descuida... -interrumpió Manos-gordas.- ¡Hoy puedo yo más que él!
Dentro de un par de horas estaré de vuelta, y verás como se viene detrás
de mí con la humildad de un perro. Esta es su choza... Aguárdanos en ella,
y haznos una buena ración de alcuzcuz con el maíz y la manteca que
hallarás a mano. ¡Ya sabes que me gusta muy recocido! ¡Ah!, se me
olvidaba... Si ves que anochece y no he bajado, sube tú; y si no me hallas
en la otra ladera del cerro o me hallas cadáver, vuélvete a Ceuta y echa
la carta al correo... Otra advertencia: suponiendo que sea mi cadáver lo
que encuentres, regístrame, a ver si ben-Munuza me ha robado o no este
pergamino... Si me lo ha robado, vuélvete de Ceuta a Tetuán, y denuncia a
las autoridades el asesinato y el robo. ¡No tengo más que decirte! Adiós.
La mora se quedo llorando a lágrima viva, y Manos-gordas tomó la
senda que llevaba a la cumbre del inmediato cerro.
28 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
IX
Manos-gordas quedó profundamente preocupado con la nueva lectura de este documento, no por las máximas morales y por las espantosas maldiciones que contenía, pues el pícaro había perdido la fe en Alah y en Mahoma de resultas de su frecuente trato con los cristianos y judíos de Tetuán y Ceuta, que, naturalmente, se reían del Corán, sino por creer que su cara, su acento y algún otro signo musulmán de su persona le impedían trasladarse a España, donde se vería expuesto a muerte segura tan luego como cualquier cristiano o cristiana descubriese en él a un enemigo de la Virgen María.
Además, ¿qué apoyo (a juicio de Manos-gordas) podría hallar en las
leyes ni en las autoridades de España un extranjero, un mahometano, un
semisalvaje, para adquirir la Torre de Zoraya, para hacer excavaciones en
ella, para entrar en posesión del tesoro o para no perderlo inmediatamente
con la vida?
-¡No hay remedio! -díjose por remate de largas reflexiones. -¡Tengo
que confiarme al renegado ben-Munuza! Él es español, y su compañía me
librará de todo peligro en aquella tierra. Pero como no existe bajo la
capa del cielo un hombre de peor alma que el tal renegado, no me estará de
más tomar algunas precauciones.
Y en virtud de esta cavilación sacó del bolsillo avíos de escribir,
redactó una carta, púsole el sobre, pególo con un poco de pan mascado, y
echóse a reír de una manera diabólica.
En seguida fijó los ojos en su mujer, que continuaba haciendo la
policía de todo un año a costa de la limpieza física y... moral del
malaventurado arroyuelo, y, llamándola por medio de un silbido, dignóse
hablarle de este modo:
-Cara de higo chumbo, siéntate a mi lado y óyeme... Luego acabarás de
lavarte, que bien lo necesitas, y puede que entonces te juzgue merecedora
de algo mejor que la paliza diaria con que te demuestro mi cariño. Por de
pronto, sinvergüenzona, déjate de monadas y entérate bien de lo que voy a
decirte.
La mora, que, lavada y peinada, resultaba más joven y artística,
aunque no menos fea que antes, se relamió como una gata, clavó en
Manos-gordas los dos carbunclos que le servían de ojos, y díjole mostrando
sus blanquísimos y anchos dientes, que nada tenían de humanos:
-Habla, mi señor, que tu esclava solo desea servirte.
Manos-gordas continuó:
-Si desde este momento en adelante llega a ocurrirme alguna
desgracia, o desaparezco del mundo sin haberme despedido de ti, o,
habiéndome despedido, no tienes noticias mías en seis semanas, procura
volver a entrar en Ceuta y echa esta carta al correo. ¿Te has enterado
bien, cara de mona?
Zama rompió a llorar, y exclamo:
¡Admet! ¿Piensas dejarme?
-¡No rebuznes, mujer! -contestó el moro.- ¿Quién habla ahora de eso?
¡Demasiado sabes que me gustas y que me sirves! Pero de lo que ahora se
trata es de que te hayas enterado bien de mi encargo...
-¡Trae!-dijo la mora, apoderándose de la carta, abriéndose el
justillo y colocándola entre él y su gordo y pardo seno, al lado del
corazón.- Si algo malo llega a sucederte, esta carta caerá en el correo de
Ceuta, aunque después caiga yo en la sepultura.
Aben-Carime sonrió humanamente al oír aquellas palabras, y dignóse
mirar a su mujer como a una persona.
Moros y cristianos
(Cuento)
IX
Manos-gordas quedó profundamente preocupado con la nueva lectura de este documento, no por las máximas morales y por las espantosas maldiciones que contenía, pues el pícaro había perdido la fe en Alah y en Mahoma de resultas de su frecuente trato con los cristianos y judíos de Tetuán y Ceuta, que, naturalmente, se reían del Corán, sino por creer que su cara, su acento y algún otro signo musulmán de su persona le impedían trasladarse a España, donde se vería expuesto a muerte segura tan luego como cualquier cristiano o cristiana descubriese en él a un enemigo de la Virgen María.
Además, ¿qué apoyo (a juicio de Manos-gordas) podría hallar en las
leyes ni en las autoridades de España un extranjero, un mahometano, un
semisalvaje, para adquirir la Torre de Zoraya, para hacer excavaciones en
ella, para entrar en posesión del tesoro o para no perderlo inmediatamente
con la vida?
-¡No hay remedio! -díjose por remate de largas reflexiones. -¡Tengo
que confiarme al renegado ben-Munuza! Él es español, y su compañía me
librará de todo peligro en aquella tierra. Pero como no existe bajo la
capa del cielo un hombre de peor alma que el tal renegado, no me estará de
más tomar algunas precauciones.
Y en virtud de esta cavilación sacó del bolsillo avíos de escribir,
redactó una carta, púsole el sobre, pególo con un poco de pan mascado, y
echóse a reír de una manera diabólica.
En seguida fijó los ojos en su mujer, que continuaba haciendo la
policía de todo un año a costa de la limpieza física y... moral del
malaventurado arroyuelo, y, llamándola por medio de un silbido, dignóse
hablarle de este modo:
-Cara de higo chumbo, siéntate a mi lado y óyeme... Luego acabarás de
lavarte, que bien lo necesitas, y puede que entonces te juzgue merecedora
de algo mejor que la paliza diaria con que te demuestro mi cariño. Por de
pronto, sinvergüenzona, déjate de monadas y entérate bien de lo que voy a
decirte.
La mora, que, lavada y peinada, resultaba más joven y artística,
aunque no menos fea que antes, se relamió como una gata, clavó en
Manos-gordas los dos carbunclos que le servían de ojos, y díjole mostrando
sus blanquísimos y anchos dientes, que nada tenían de humanos:
-Habla, mi señor, que tu esclava solo desea servirte.
Manos-gordas continuó:
-Si desde este momento en adelante llega a ocurrirme alguna
desgracia, o desaparezco del mundo sin haberme despedido de ti, o,
habiéndome despedido, no tienes noticias mías en seis semanas, procura
volver a entrar en Ceuta y echa esta carta al correo. ¿Te has enterado
bien, cara de mona?
Zama rompió a llorar, y exclamo:
¡Admet! ¿Piensas dejarme?
-¡No rebuznes, mujer! -contestó el moro.- ¿Quién habla ahora de eso?
¡Demasiado sabes que me gustas y que me sirves! Pero de lo que ahora se
trata es de que te hayas enterado bien de mi encargo...
-¡Trae!-dijo la mora, apoderándose de la carta, abriéndose el
justillo y colocándola entre él y su gordo y pardo seno, al lado del
corazón.- Si algo malo llega a sucederte, esta carta caerá en el correo de
Ceuta, aunque después caiga yo en la sepultura.
Aben-Carime sonrió humanamente al oír aquellas palabras, y dignóse
mirar a su mujer como a una persona.
27 de agosto de 2018
Ortografía
Os signos de interrogación e exclamación empréganse na escrita para marcar a entoación
interrogativa ou exclamativa.
Úsase o signo de interrogación [ ? ]
Para marcar onde remata unha pregunta.
Cando volves?
Fostes á festa?
Úsase o signo de exclamación [ ! ]
Para marcar onde remata unha exclamación.
Que sorpresa!
Estou farto!
Usos especiais
1. Para facilitar a lectura e evitar ambigüidades pódese marcar o inicio da pregunta ou da exclamación
cos signos [ ¿ ] ou [ ¡ ], respectivamente.
Eu quedo, ¿ou queres que marche?
¿Eu quedo, ou queres que marche?
2. Se se suceden varias preguntas ou exclamacións, poden separarse por comas; nestes casos
só a primeira comeza por maiúscula.
Onde estabamos?, que sitio estraño era aquel?, a onde nos levaran?
Se os consideramos elementos independentes, poden ir sen comas e comezan sempre por
maiúscula. Despois do signo de interrogación e do de exclamación nunca pode escribirse
punto.
Onde estabamos? Que sitio estraño era aquel? A onde nos levaran?
3. O signo de interrogación entre parénteses pode usarse para indicar dúbida sobre un dato.
Ese escritor emigrou a Cuba en 1912 (?)
4. O signo de exclamación pode ir duplicado cando se desexa reforzar a expresividade da oración:
máis sorpresa, máis alegría, máis enfado...
Calade xa!!
interrogativa ou exclamativa.
Úsase o signo de interrogación [ ? ]
Para marcar onde remata unha pregunta.
Cando volves?
Fostes á festa?
Úsase o signo de exclamación [ ! ]
Para marcar onde remata unha exclamación.
Que sorpresa!
Estou farto!
Usos especiais
1. Para facilitar a lectura e evitar ambigüidades pódese marcar o inicio da pregunta ou da exclamación
cos signos [ ¿ ] ou [ ¡ ], respectivamente.
Eu quedo, ¿ou queres que marche?
¿Eu quedo, ou queres que marche?
2. Se se suceden varias preguntas ou exclamacións, poden separarse por comas; nestes casos
só a primeira comeza por maiúscula.
Onde estabamos?, que sitio estraño era aquel?, a onde nos levaran?
Se os consideramos elementos independentes, poden ir sen comas e comezan sempre por
maiúscula. Despois do signo de interrogación e do de exclamación nunca pode escribirse
punto.
Onde estabamos? Que sitio estraño era aquel? A onde nos levaran?
3. O signo de interrogación entre parénteses pode usarse para indicar dúbida sobre un dato.
Ese escritor emigrou a Cuba en 1912 (?)
4. O signo de exclamación pode ir duplicado cando se desexa reforzar a expresividade da oración:
máis sorpresa, máis alegría, máis enfado...
Calade xa!!
26 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
VIII
Admet-ben-Carime-el-Abdoun respiró alegremente, y aun hizo alguna zapateta, sin que por eso se le cayesen las mal aseguradas zapatillas, tan luego como se vio fuera de los redoblados muros de la plaza española y con toda el África delante de sí...
Porque África, para un verdadero africano como Manos-gordas, es la tierra de la libertad absoluta; de una libertad anterior y superior a todas las Constituciones e instituciones humanas; de una libertad parecida a la de los conejos no caseros y demás animales de monte, valle o arenal.
África, quiero decir, es la Jauja de los malhechores, el seguro de la impunidad, el campo neutral de los hombres y de las fieras, protegido por el calor y la extensión de los desiertos. En cuanto a los sultanes, reyes y beyes que presumen imperar en aquella parte del mundo, y a las
autoridades y mílites que los representan, puede decirse que vienen a ser,
para tales vasallos, lo que el cazador para las liebres o para los corzos:
un mal encuentro posible, que muy pocos tienen en la vida, y en el cual
muere uno o no muere; si muere, tal día hizo un año; y si no muere, con
poner mucha tierra por medio no hay que pensar más en el asunto. Sirva
esta digresión de advertencia a quien la necesitare, y prosigamos nosotros
nuestra relación.
-¡Toma aquí, Zama -dijo el moro a su cansada esposa, como si hablase
con una acémila.
Y, en lugar de dirigirse al Oeste, o sea hacia el Boquete de Anghera,
en busca del sabio santón, según había dicho a D. Bonifacio tomó hacia el
Sur, por un barranquillo tapado de malezas y árboles silvestres, que muy
luego le llevó al camino de Tetuán, o bien a la borrosa vereda que,
siguiendo las ondulaciones de puntas y playas, conduce a Cabo-Negro por el
valle del Tarajar, por el de los Castillejos, por Monte-Negro y por las
lagunas de Río-Azmir, nombres que todo español bien nacido leerá hoy con
amor y veneración, y que entonces no se habían oído pronunciar todavía en
España ni en el resto del mundo civilizado.
Llegado que hubieron ben-Carime y Zama al vallecillo del Tarajar,
diéronse un punto de descanso a la orilla del arroyuelo de agua potable
que lo atraviesa, procedente de las alturas de Sierra-Bullones; y en
aquella tan segura y áspera soledad, que parecía recién salida de manos
del Criador y no estrenada todavía por el hombre; a la vista de un mar
solitario, únicamente surcado, tal o cual noche de luna, por cárabos de
piratas o buques oficiales de Europa encargados de perseguirlos, la mora
se puso a lavarse y peinarse, y el moro saco el manuscrito y volvió a
leerlo con tanta emoción como la primera vez.
Decía así el pergamino árabe:
«La bendición de Alah sea con los hombres buenos que lean éstas
letras.
»No hay más gloria que la de Alah, de quien Mahoma fue y es, en el
corazón de los creyentes, profeta y enviado.
»Los hombres que roban la casa del que está en la guerra o en el
destierro viven bajo la maldición de Alah y de Mahoma, y mueren roídos de
escarabajos y cucarachas.
»¡Bendito sea, pues, Alah, que crió estos y otros bichos para que se
coman a los hombres malos!
»Yo soy el caid Hassan-ben-Jussef, siervo de Alah, aunque malamente
he sido llamado D. Rodrigo de Acuña por los sucesores de los perros
cristianos que, haciéndoles fuerza y violando solemnes capitulaciones,
bautizaron con una escoba, a guisa de hisopo, a mis infortunados
ascendientes y a otros muchos islamitas de estos reinos.
»Yo soy capitán bajo el estandarte del que, desde la muerte de
Aben-Humeya, titúlase legítimamente rey de los andaluces, Muley-
Abdalá-Mahamud-aben-Aboó, el cual, si no está ya sentado en el trono de
Granada, es por la traición y cobardía con que los moros valencianos han
faltado a sus compromisos y juramentos, dejando de alzarse al mismo tiempo
que los moros granadinos contra el tirano común; pero de Alah recibirán el
pago, y, si somos vencidos nosotros, vencidos serán también ellos y
expulsados a la postre de España, sin el mérito de haber luchado hasta
última hora en el campo del honor y en defensa de la justicia; y, si somos
vencedores, les cortaremos el pescuezo y echaremos sus cabezas a los
marranos.
»Yo soy, en fin, el dueño de esta Torre y de toda la tierra que hay a
su alrededor, hasta llegar por el Occidente al barranco del Zorro y por
Oriente al de los Espárragos, el cual debe tal nombre a los muchos y muy
exquisitos que cultivó allí mi abuelo Sidi-Jussef-ben-Jussuf.
»La cosa no anda bien. Desde que el mal nacido D. Juan de Austria
(confúndalo Alah) vino a combatir contra los creyentes, prevemos que por
ahora vamos a ser derrotados, sin perjuicio de que, andando los años o las
centurias, otro Príncipe de la sangre del Profeta venga a recobrar el
trono de Granada, que ha pertenecido setecientos años a los moros, y
volverá a pertenecerles cuando Alah quiera con el mismo título con que lo
poseyeron antes vándalos y godos, y antes los romanos, y antes aquellos
otros africanos que se llamaban los cartagineses: ¡con el título de la
conquista! Pero conozco, vuelvo a decir, que por la presente la cosa anda
mal, y que muy pronto tendré que trasladarme a Marruecos con mis cuarenta
y tres hijos, suponiendo que los austriacos no me cojan en la primera
batalla y me cuelguen de un alcornoque, como yo los colgaría a todos ellos
si pudiera.
»Pues bien: al salir de esta Torre para emprender la última y
decisiva campaña dejo escondidos aquí, en sitio a que no podrá llegar
nadie sin topar primero con el presente manuscrito, todo mi oro, toda mi
plata, todas mis perlas; el tesoro de mi familia; la hacienda de mis
padres, mía y de mis herederos; el caudal de que soy dueño y señor por ley
divina y humana, como es del ave la pluma que cría, o como son del niño
los dientes que echa con trabajo, o como son de cada mortal los malos
humores de cáncer o de lepra que hereda de sus padres.
»¡Detente, por tanto, oh tú, moro, cristiano o judío que, habiéndote
puesto a derribar esta mi casa, has llegado a descubrir y leer los
renglones que estoy escribiendo! ¡Detente, y respeta el arca de tu
prójimo! ¡No pongas la mano en su caudal! ¡No te apoderes de lo ajeno!
Aquí no hay nada del fisco, nada de dominio público, nada del Estado. El
oro de las minas podrá pertenecer a quien lo descubra, y una parte de él
al Rey del territorio. Pero el oro fundido y acuñado, el dinero, la
moneda, es de su dueño, y nada más que de su dueño. ¡No me robes, pues,
mal hombre! ¡No robes a mis descendientes, que ya vendrán, el día que esté
escrito, a recoger su herencia! Y si es que buenamente, por casualidad,
encuentras mi tesoro, te aconsejo que publiques edictos, llamando y
notificando el caso a los causahabientes de Hassan-ben-Jussef; que no es
de hombres honestos guardarse los hallazgos cuando estos hallazgos tienen
propietario conocido.
»Si así no lo hicieres, ¡maldito seas, con la maldición de Alah y con
la mía! ¡Y pártate un rayo! ¡Y quiera Dios que cada una de mis monedas se
vuelva en tus manos un escorpión, y cada perla un alacrán! ¡Y que mueran
de lepra tus hijos, con los dedos podridos y deshechos, para que no tengan
ni tan siquiera el placer de rascarse! ¡Y que todas las mujeres que ames y
engordes se diviertan y refocilen con tus esclavos! ¡Y que tu hija la
mayor se escape de tu casa con un judío! ¡Y que a ti te metan un palo por
mala parte, y te saquen así a la vergüenza, teniéndote en alto hasta que,
con el peso de tu cuerpo, el palo salga por encima de la coronilla y
quedes patiabierto en el suelo, como indecente rana atravesada por un
asador!
»Ya lo sabes, y sépanlo todos, y bendito sea Alah que es Alah.
»Torre de Zoraya, en Aldeire del Cenet, a 15 días del mes de Saphar
del año de la hégira 968.
«HASSAN-BEN JUSSEF.»
Moros y cristianos
(Cuento)
VIII
Admet-ben-Carime-el-Abdoun respiró alegremente, y aun hizo alguna zapateta, sin que por eso se le cayesen las mal aseguradas zapatillas, tan luego como se vio fuera de los redoblados muros de la plaza española y con toda el África delante de sí...
Porque África, para un verdadero africano como Manos-gordas, es la tierra de la libertad absoluta; de una libertad anterior y superior a todas las Constituciones e instituciones humanas; de una libertad parecida a la de los conejos no caseros y demás animales de monte, valle o arenal.
África, quiero decir, es la Jauja de los malhechores, el seguro de la impunidad, el campo neutral de los hombres y de las fieras, protegido por el calor y la extensión de los desiertos. En cuanto a los sultanes, reyes y beyes que presumen imperar en aquella parte del mundo, y a las
autoridades y mílites que los representan, puede decirse que vienen a ser,
para tales vasallos, lo que el cazador para las liebres o para los corzos:
un mal encuentro posible, que muy pocos tienen en la vida, y en el cual
muere uno o no muere; si muere, tal día hizo un año; y si no muere, con
poner mucha tierra por medio no hay que pensar más en el asunto. Sirva
esta digresión de advertencia a quien la necesitare, y prosigamos nosotros
nuestra relación.
-¡Toma aquí, Zama -dijo el moro a su cansada esposa, como si hablase
con una acémila.
Y, en lugar de dirigirse al Oeste, o sea hacia el Boquete de Anghera,
en busca del sabio santón, según había dicho a D. Bonifacio tomó hacia el
Sur, por un barranquillo tapado de malezas y árboles silvestres, que muy
luego le llevó al camino de Tetuán, o bien a la borrosa vereda que,
siguiendo las ondulaciones de puntas y playas, conduce a Cabo-Negro por el
valle del Tarajar, por el de los Castillejos, por Monte-Negro y por las
lagunas de Río-Azmir, nombres que todo español bien nacido leerá hoy con
amor y veneración, y que entonces no se habían oído pronunciar todavía en
España ni en el resto del mundo civilizado.
Llegado que hubieron ben-Carime y Zama al vallecillo del Tarajar,
diéronse un punto de descanso a la orilla del arroyuelo de agua potable
que lo atraviesa, procedente de las alturas de Sierra-Bullones; y en
aquella tan segura y áspera soledad, que parecía recién salida de manos
del Criador y no estrenada todavía por el hombre; a la vista de un mar
solitario, únicamente surcado, tal o cual noche de luna, por cárabos de
piratas o buques oficiales de Europa encargados de perseguirlos, la mora
se puso a lavarse y peinarse, y el moro saco el manuscrito y volvió a
leerlo con tanta emoción como la primera vez.
Decía así el pergamino árabe:
«La bendición de Alah sea con los hombres buenos que lean éstas
letras.
»No hay más gloria que la de Alah, de quien Mahoma fue y es, en el
corazón de los creyentes, profeta y enviado.
»Los hombres que roban la casa del que está en la guerra o en el
destierro viven bajo la maldición de Alah y de Mahoma, y mueren roídos de
escarabajos y cucarachas.
»¡Bendito sea, pues, Alah, que crió estos y otros bichos para que se
coman a los hombres malos!
»Yo soy el caid Hassan-ben-Jussef, siervo de Alah, aunque malamente
he sido llamado D. Rodrigo de Acuña por los sucesores de los perros
cristianos que, haciéndoles fuerza y violando solemnes capitulaciones,
bautizaron con una escoba, a guisa de hisopo, a mis infortunados
ascendientes y a otros muchos islamitas de estos reinos.
»Yo soy capitán bajo el estandarte del que, desde la muerte de
Aben-Humeya, titúlase legítimamente rey de los andaluces, Muley-
Abdalá-Mahamud-aben-Aboó, el cual, si no está ya sentado en el trono de
Granada, es por la traición y cobardía con que los moros valencianos han
faltado a sus compromisos y juramentos, dejando de alzarse al mismo tiempo
que los moros granadinos contra el tirano común; pero de Alah recibirán el
pago, y, si somos vencidos nosotros, vencidos serán también ellos y
expulsados a la postre de España, sin el mérito de haber luchado hasta
última hora en el campo del honor y en defensa de la justicia; y, si somos
vencedores, les cortaremos el pescuezo y echaremos sus cabezas a los
marranos.
»Yo soy, en fin, el dueño de esta Torre y de toda la tierra que hay a
su alrededor, hasta llegar por el Occidente al barranco del Zorro y por
Oriente al de los Espárragos, el cual debe tal nombre a los muchos y muy
exquisitos que cultivó allí mi abuelo Sidi-Jussef-ben-Jussuf.
»La cosa no anda bien. Desde que el mal nacido D. Juan de Austria
(confúndalo Alah) vino a combatir contra los creyentes, prevemos que por
ahora vamos a ser derrotados, sin perjuicio de que, andando los años o las
centurias, otro Príncipe de la sangre del Profeta venga a recobrar el
trono de Granada, que ha pertenecido setecientos años a los moros, y
volverá a pertenecerles cuando Alah quiera con el mismo título con que lo
poseyeron antes vándalos y godos, y antes los romanos, y antes aquellos
otros africanos que se llamaban los cartagineses: ¡con el título de la
conquista! Pero conozco, vuelvo a decir, que por la presente la cosa anda
mal, y que muy pronto tendré que trasladarme a Marruecos con mis cuarenta
y tres hijos, suponiendo que los austriacos no me cojan en la primera
batalla y me cuelguen de un alcornoque, como yo los colgaría a todos ellos
si pudiera.
»Pues bien: al salir de esta Torre para emprender la última y
decisiva campaña dejo escondidos aquí, en sitio a que no podrá llegar
nadie sin topar primero con el presente manuscrito, todo mi oro, toda mi
plata, todas mis perlas; el tesoro de mi familia; la hacienda de mis
padres, mía y de mis herederos; el caudal de que soy dueño y señor por ley
divina y humana, como es del ave la pluma que cría, o como son del niño
los dientes que echa con trabajo, o como son de cada mortal los malos
humores de cáncer o de lepra que hereda de sus padres.
»¡Detente, por tanto, oh tú, moro, cristiano o judío que, habiéndote
puesto a derribar esta mi casa, has llegado a descubrir y leer los
renglones que estoy escribiendo! ¡Detente, y respeta el arca de tu
prójimo! ¡No pongas la mano en su caudal! ¡No te apoderes de lo ajeno!
Aquí no hay nada del fisco, nada de dominio público, nada del Estado. El
oro de las minas podrá pertenecer a quien lo descubra, y una parte de él
al Rey del territorio. Pero el oro fundido y acuñado, el dinero, la
moneda, es de su dueño, y nada más que de su dueño. ¡No me robes, pues,
mal hombre! ¡No robes a mis descendientes, que ya vendrán, el día que esté
escrito, a recoger su herencia! Y si es que buenamente, por casualidad,
encuentras mi tesoro, te aconsejo que publiques edictos, llamando y
notificando el caso a los causahabientes de Hassan-ben-Jussef; que no es
de hombres honestos guardarse los hallazgos cuando estos hallazgos tienen
propietario conocido.
»Si así no lo hicieres, ¡maldito seas, con la maldición de Alah y con
la mía! ¡Y pártate un rayo! ¡Y quiera Dios que cada una de mis monedas se
vuelva en tus manos un escorpión, y cada perla un alacrán! ¡Y que mueran
de lepra tus hijos, con los dedos podridos y deshechos, para que no tengan
ni tan siquiera el placer de rascarse! ¡Y que todas las mujeres que ames y
engordes se diviertan y refocilen con tus esclavos! ¡Y que tu hija la
mayor se escape de tu casa con un judío! ¡Y que a ti te metan un palo por
mala parte, y te saquen así a la vergüenza, teniéndote en alto hasta que,
con el peso de tu cuerpo, el palo salga por encima de la coronilla y
quedes patiabierto en el suelo, como indecente rana atravesada por un
asador!
»Ya lo sabes, y sépanlo todos, y bendito sea Alah que es Alah.
»Torre de Zoraya, en Aldeire del Cenet, a 15 días del mes de Saphar
del año de la hégira 968.
«HASSAN-BEN JUSSEF.»
25 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
VII
Al mismo tiempo que el maestro de capilla escribía la precedente
carta y la echaba al correo, Admet-ben-Carime-el-Abdoun reunía en un envoltorio no muy grande todo su hato y ajuar, reducidos a tres jaiques viejos, dos mantas de pelo de cabra, un mortero para hacer alcuzcuz, un candil de hierro y una olla de cobre llena de pesetas (que desenterró de un rincón del patinillo de su casa); cargó con todo ello a su única mujer, esclava, odalisca, o lo que fuera, más fea que una mala noticia dicha de
pronto y más sucia que la conciencia de su marido, y salióse de Ceuta,
diciendo al oficial de guardia de la puerta que da al campo moro que se
iban a Fez a mudar de aires por consejo de un veterinario. Y como quiera
que esta sea la hora, después de sesenta años y algunos meses de ausencia,
que no se haya vuelto a saber de Manos-gordas ni en Ceuta, ni en sus
cercanías, dicho se está que D. Bonifacio Tudela y González no tuvo el
gusto de recibir de sus manos la traducción del pergamino, ni al día
siguiente, ni al otro, ni en toda su vida, que por cierto debió ser muy
corta, puesto que de informes dignos de crédito aparece que su adorada
Pepita se caso en Marbella en terceras nupcias con un tambor mayor
asturiano, a quien hizo padre de cuatro hijos como cuatro soles, y era
otra vez viuda a la muerte del Rey absoluto, fecha en que ganó por
oposición en Málaga el título de comadre de parir y el destino de matrona
aduanera.
Conque busquemos nosotros a Manos-gordas, y sepamos que fue de él y
del interesante pergamino.
24 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
VI
En la más angosta de dichas callejuelas, y a la puerta de una muy
pobre pero muy blanqueada casucha, estaba sentado en el suelo, o más bien
sobre sus talones, fumando en pipa de barro secado al sol, un moro de
treinta y cinco a cuarenta años, revendedor de huevos y gallinas, que le
traían a las puertas de Ceuta los campesinos independientes de
Sierra-Bullones y Sierra-Bermeja, y que él despachaba a domicilio o en el
mercado, con una ganancia de ciento por ciento. Vestía chilaba de lana
blanca y jaique de lana negra, y llamábase entre los españoles
Manos-gordas, y entre los marroquíes Admet-ben-Carime-el-Abdoun.
Tan luego como el moro vio al maestro de capilla, levantóse y salió a
su encuentro, haciéndole grandes zalemas; y, cuando estuvieron ya juntos,
díjole cautelosamente:
-¿Querer morita? Yo traer mañana cosa meleja; de doce años...
-Mi mujer no quiere más criadas moras... -respondió el músico con
inusitada dignidad. Manos-gordas se echo a reír.
-Además.... -prosiguió D. Bonifacio, -tus endiabladas moritas son muy
sucias.
-Lavar -respondió el moro, poniéndose en cruz y ladeando la cabeza.
-¡Te digo que no quiero moritas! -prosiguió D. Bonifacio.- Lo que
necesito hoy es que tú, que sabes tanto y que por tanto saber eres
intérprete de la plaza, me traduzcas al español este documento.
Manos-gordas cogió el pergamino, y a la primera ojeada murmuró:
-Estar moro...
-¡Ya lo creo que es árabe! Pero quiero saber qué dice, y, si no me
engañas, te haré un buen regalo... cuando se realice el negocio que confío
a tu lealtad.
A todo esto, Admet-ben-Carime había pasado ya la vista por todo el
pergamino y puéstose muy pálido.
-¿Ves que se trata de un gran tesoro? -medio afirmó, medio interrogó
el maestro de capilla.
-Creer que sí -tartamudeo el mahometano.
-¿Como creer? ¡Tu misma turbación lo dice!
-Perdona... -replicó Manos-gordas sudando a mares. -Haber aquí
palabras de árabe moderno, y yo entender. Haber otras de árabe antiguo o
literario, y yo no entender.
-¿Qué dicen las palabras que entiendes?
-Decir oro decir perlas, decir maldición de Alah... Pero yo no
entender sentido, explicaciones ni señas. Necesitar ver al derwich de
Anghera, que estar sabio, y él traducir todo. Llevarme yo pergamino hoy, y
traer pergamino mañana, y no engañar ni robar al señor Tudela. ¡Moro
jurar!
Así diciendo, cruzó las manos, se las llevo a la boca y las besó
fervorosamente.
Reflexionó D. Bonifacio: conoció que para descifrar aquel documento
tendría que fiarse de algún moro, y que ninguno le era tan conocido ni tan
afecto como Manos-gordas, y accedió a dejarle el manuscrito, bien que bajo
reiterados juramentos de que al día siguiente estaría de vuelta de Anghera
con la traducción, y jurándole él, por su parte, que le entregaría lo
menos cien duros cuando fuese descubierto el tesoro.
Despidiéronse el musulmán y el cristiano, y éste se dirigió, no a su
casa ni a la catedral, sino a la oficina de un amigo, donde escribió la
siguiente carta:
«SR. D. MATÍAS DE QUESADA Y SÁNCHEZ.
»Alpujarra, UGÍJAR.
»Mi queridísimo tío:
»Gracias a Dios que hemos tenido noticias de usted y de tía
Encarnación, y que éstas son tan buenas como Josefa y yo deseábamos.
Nosotros, querido tío, aunque más jóvenes que ustedes, estamos muy
achacosos y cargados de hijos, que pronto se quedarán huérfanos y pidiendo
limosna.
« Se burló de usted quien le dijera que el pergamino que me ha
enviado contenía las señas de un tesoro. He hecho traducirlo por persona
muy competente, y ha resultado ser una carta de blasfemias contra Nuestro
Señor Jesucristo, Ia Santísima Virgen y los santos de la Corte celestial,
escritas en versos árabes por un perro morisco del marquesado del Cenet
durante la rebelión de Aben-Humeya. En vista de semejante sacrilegio, y
por consejo del señor Penitenciario, acabo de quemar tan impío testimonio
de la perversidad mahometana.
»Memorias a mi tía: recíbanlas ustedes de Josefa, que se halla por
décima vez en estado interesante, y mande algún socorro a su sobrino, que
está en los huesos por resultas del pícaro dolor de estomago,
»BONIFACIO.
«CEUTA, 29 de Enero de 1821.»
23 de agosto de 2018
Aforismos de Leonardo
326.- A pintura representa á sensibilidade, con máis verdade e certidumbre as obras da natureza, do que fan as palabras ou as letras; aínda que as letras representan con máis verdade as palabras do que podería facer a pintura. Pero sempre diremos que é máis admirable aquela ciencia que representa as obras da natureza, que a que só representa as obras do operador, é dicir, as obras dos homes, as palabras, como fai a poesía e outras semellantes que se manifestan pola linguaxe humana.
22 de agosto de 2018
Bradbury
O home estaba frío como un sapo albino.
Ray Douglas Bradbury, nado en Waukegan (Illinois) o 22 de agosto de 1920 e finado o 6 de xuño de 2012.
Ray Douglas Bradbury, nado en Waukegan (Illinois) o 22 de agosto de 1920 e finado o 6 de xuño de 2012.
21 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
V
Dos semanas después, un hermosísimo día de Enero, como sólo los hay en el Norte de África y en el Sur de Europa, tomaba el sol en la azotea de su casa de dos pisos el maestro de capilla de la catedral de Ceuta, con la tranquilidad de quien ha tocado el órgano en misa mayor y se ha comido luego una libra de boquerones, otra de carne y otra de pan, con su correspondiente, dosis de vino de Tarifa.
El buen músico, gordo como un cebón y colorado como una remolacha,
digería penosamente, paseando su turbia mirada de apoplético por el
magnífico panorama del Mediterráneo, y del Estrecho de Gibraltar, del
maldecido Peñón que le da nombre, de las cercanas cumbres de Anghera y
Benzú y de las remotas nieves del Pequeño Atlas, cuando sintió acelerados
pasos en la escalera y la argentina voz de su mujer, que gritaba
gozosamente:
-¡Bonifacio! ¡Bonifacio! ¡Carta de Ugíjar! ¡Carta de tu tío! ¡Y vaya
si es gorda!
-¡Hombre! -respondió el maestro de capilla, girando como una esfera o
globo terráqueo sobre el punto de su redonda individualidad, que
descansaba en el asiento. -¿Qué santo se habrá empeñado para que mi tío se
acuerde de mí? ¡Quince años hace que resido en esta tierra usurpada a
Mahoma, y cata aquí la primera vez que me escribe aquel abencerraje, sin
embargo de haberle yo escrito cien veces a él! ¡Sin duda me necesita para
algo!
Y, dicho esto, abrió la epístola (procurando que no la leyese la Pepa
de la posdata), y apareció, crujiente y tratando de arrollarse por sí
propio, el amarillento pergamino.
-¿Qué nos envía?-preguntó entonces la mujer, gaditana y rubia por más
señas, y muy agraciada y valiente a pesar de sus cuarenta agostos.
-¡Pepita, no seas tan curiosa!... -Yo te lo diré, si debo decírtelo,
luego que me entere.¡Mil veces te he advertido que respetes mis cartas!...
-¡Advertencia propia de un libertino como tú! En fin, ¡despacha!, y
veremos si yo puedo saber qué papelote te manda tu tío. ¡Parece un billete
de Banco del otro mundo!
En tanto que su mujer decía aquellas cosas y otras, el músico leyó la
carta, y maravillóse hasta el extremo de ponerse de pie sin esfuerzo
alguno.
Tenía, sin embargo, tal hábito en disimular, que acertó a decir muy
naturalmente:
-¡Qué tontería! ¡Sin duda está ya chocheando aquel mal hombre!
¿Querrás creer que me remite esta hoja de una Biblia en hebreo, para que
yo busque algún judío que la compre, imaginándose el muy bobo que darán
por ella un dineral? Al mismo tiempo...-añadió para cambiar la
conversación y guardándose en la faltriquera la carta y el pergamino, -al
propio tiempo... me pregunta con mucho interés si tenemos hijos.
-¡Él no los tiene! -observó vivamente Pepita.- ¡Sin duda piensa
dejarnos por herederos!
-¡Más fácil es que al muy avaro se le haya ocurrido heredarnos a
nosotros!.... Pero ¡calla!:están dando las once, y yo tengo que afinar el
órgano para las vísperas de esta tarde... Me voy. Oye, prenda: que la
comida esté dispuesta a la una, y que no se te olvide echar dos buenas
patatas en el puchero. ¡Que si tenemos hijos!... ¡Vergüenza me da de haber
de contestarle que no!
-¡Escucha! ¡Espera! ¡Oye! ¡La culpa no es mía!-contestó como un rayo
la parte contraria.- ¡Bien sabes que en mis primeras nupcias tuve un niño
muerto!
-¡Ya! ¡Ya! ¡En tus primeras nupcias! ¡Como si eso pudiera servirme de
satisfacción! ¡Un día vas a dar lugar a que yo te cuente todas mis
habilidades de soltero!
-¡Anda, zambombo, tonel, desagradecido! ¿Quién te habrá amado a ti en
el mundo como esta necia, que, con ese barrigón y todo, te considera el
hombre más hermoso que Dios ha criado?
-¿Sí? ¿Me has dicho hermoso? ¡Pues mira, Pepa-respondió el artista,
pensando seguramente en el pergamino árabe; -si mi tío llega a dejarme por
heredero, o yo me hago rico de cualquier otro modo, te juro llevarte a
vivir a la plaza de San Antonio de la ciudad de Cádiz, y comprarte más
joyas que tiene la Virgen de las Angustias de Granada! Conque hasta luego,
pichona.
Y tirando un pellizco en la barba a la que de antemano tenía, ya el
hoyo en ella, cogió el sombrero y tomó el camino... no de la catedral,
sino de las callejuelas en que suelen vivir las familias moras avecindadas
en aquella plaza fuerte.
Moros y cristianos
(Cuento)
V
Dos semanas después, un hermosísimo día de Enero, como sólo los hay en el Norte de África y en el Sur de Europa, tomaba el sol en la azotea de su casa de dos pisos el maestro de capilla de la catedral de Ceuta, con la tranquilidad de quien ha tocado el órgano en misa mayor y se ha comido luego una libra de boquerones, otra de carne y otra de pan, con su correspondiente, dosis de vino de Tarifa.
El buen músico, gordo como un cebón y colorado como una remolacha,
digería penosamente, paseando su turbia mirada de apoplético por el
magnífico panorama del Mediterráneo, y del Estrecho de Gibraltar, del
maldecido Peñón que le da nombre, de las cercanas cumbres de Anghera y
Benzú y de las remotas nieves del Pequeño Atlas, cuando sintió acelerados
pasos en la escalera y la argentina voz de su mujer, que gritaba
gozosamente:
-¡Bonifacio! ¡Bonifacio! ¡Carta de Ugíjar! ¡Carta de tu tío! ¡Y vaya
si es gorda!
-¡Hombre! -respondió el maestro de capilla, girando como una esfera o
globo terráqueo sobre el punto de su redonda individualidad, que
descansaba en el asiento. -¿Qué santo se habrá empeñado para que mi tío se
acuerde de mí? ¡Quince años hace que resido en esta tierra usurpada a
Mahoma, y cata aquí la primera vez que me escribe aquel abencerraje, sin
embargo de haberle yo escrito cien veces a él! ¡Sin duda me necesita para
algo!
Y, dicho esto, abrió la epístola (procurando que no la leyese la Pepa
de la posdata), y apareció, crujiente y tratando de arrollarse por sí
propio, el amarillento pergamino.
-¿Qué nos envía?-preguntó entonces la mujer, gaditana y rubia por más
señas, y muy agraciada y valiente a pesar de sus cuarenta agostos.
-¡Pepita, no seas tan curiosa!... -Yo te lo diré, si debo decírtelo,
luego que me entere.¡Mil veces te he advertido que respetes mis cartas!...
-¡Advertencia propia de un libertino como tú! En fin, ¡despacha!, y
veremos si yo puedo saber qué papelote te manda tu tío. ¡Parece un billete
de Banco del otro mundo!
En tanto que su mujer decía aquellas cosas y otras, el músico leyó la
carta, y maravillóse hasta el extremo de ponerse de pie sin esfuerzo
alguno.
Tenía, sin embargo, tal hábito en disimular, que acertó a decir muy
naturalmente:
-¡Qué tontería! ¡Sin duda está ya chocheando aquel mal hombre!
¿Querrás creer que me remite esta hoja de una Biblia en hebreo, para que
yo busque algún judío que la compre, imaginándose el muy bobo que darán
por ella un dineral? Al mismo tiempo...-añadió para cambiar la
conversación y guardándose en la faltriquera la carta y el pergamino, -al
propio tiempo... me pregunta con mucho interés si tenemos hijos.
-¡Él no los tiene! -observó vivamente Pepita.- ¡Sin duda piensa
dejarnos por herederos!
-¡Más fácil es que al muy avaro se le haya ocurrido heredarnos a
nosotros!.... Pero ¡calla!:están dando las once, y yo tengo que afinar el
órgano para las vísperas de esta tarde... Me voy. Oye, prenda: que la
comida esté dispuesta a la una, y que no se te olvide echar dos buenas
patatas en el puchero. ¡Que si tenemos hijos!... ¡Vergüenza me da de haber
de contestarle que no!
-¡Escucha! ¡Espera! ¡Oye! ¡La culpa no es mía!-contestó como un rayo
la parte contraria.- ¡Bien sabes que en mis primeras nupcias tuve un niño
muerto!
-¡Ya! ¡Ya! ¡En tus primeras nupcias! ¡Como si eso pudiera servirme de
satisfacción! ¡Un día vas a dar lugar a que yo te cuente todas mis
habilidades de soltero!
-¡Anda, zambombo, tonel, desagradecido! ¿Quién te habrá amado a ti en
el mundo como esta necia, que, con ese barrigón y todo, te considera el
hombre más hermoso que Dios ha criado?
-¿Sí? ¿Me has dicho hermoso? ¡Pues mira, Pepa-respondió el artista,
pensando seguramente en el pergamino árabe; -si mi tío llega a dejarme por
heredero, o yo me hago rico de cualquier otro modo, te juro llevarte a
vivir a la plaza de San Antonio de la ciudad de Cádiz, y comprarte más
joyas que tiene la Virgen de las Angustias de Granada! Conque hasta luego,
pichona.
Y tirando un pellizco en la barba a la que de antemano tenía, ya el
hoyo en ella, cogió el sombrero y tomó el camino... no de la catedral,
sino de las callejuelas en que suelen vivir las familias moras avecindadas
en aquella plaza fuerte.
20 de agosto de 2018
Ortografía
Úsanse os puntos suspensivos
1. Para interromper unha oración expresando temor,
dúbida, reticencia, intriga, emoción...
Non sei... Non sei... Xa veremos.
2. Para indicar que unha enumeración está incompleta
ou queda aberta.
Os principais escritores galegos firmaron
ese manifesto: Manuel Rivas, Suso de Toro,
Xosé Carlos Caneiro...
3. Para indicar que se evita unha palabra malsoante.
Non te quero ver diante. Vai á m...!
4. Para sinalar a eliminación de parte dun texto
que se cita, normalmente entre parénteses.
Que din os rumorosos (...) ao raio transparente
do prácido luar?
Despois dos puntos suspensivos...
Pódese escribir calquera outro signo de puntuación
agás o punto.
Cando decidas a marca, o modelo, a cor...,
acompáñote a buscar coche.
1. Para interromper unha oración expresando temor,
dúbida, reticencia, intriga, emoción...
Non sei... Non sei... Xa veremos.
2. Para indicar que unha enumeración está incompleta
ou queda aberta.
Os principais escritores galegos firmaron
ese manifesto: Manuel Rivas, Suso de Toro,
Xosé Carlos Caneiro...
3. Para indicar que se evita unha palabra malsoante.
Non te quero ver diante. Vai á m...!
4. Para sinalar a eliminación de parte dun texto
que se cita, normalmente entre parénteses.
Que din os rumorosos (...) ao raio transparente
do prácido luar?
Despois dos puntos suspensivos...
Pódese escribir calquera outro signo de puntuación
agás o punto.
Cando decidas a marca, o modelo, a cor...,
acompáñote a buscar coche.
19 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
IV
No bien había vuelto la espalda el tío Juan, cuando su compadre y
asesor cogió la pluma y escribió la siguiente carta, comenzando por el
sobre:
«SR. D. BONIFACIO TUDELA Y GONZÁLEZ, Maestro de Capilla de la Santa
Iglesia Catedral de CEUTA.
«Mi querido sobrino político:
-Solamente a un hombre de tu religiosidad confiaría yo el
importantísimo secreto contenido en el documento adjunto. Dígolo porque
indudablemente están escritas en él las señas de un tesoro, de que te daré
alguna parte si llego a descubrirlo con tu ayuda. Para ello es necesario
que busques un moro que traduzca ese pergamino, y que me mandes la
traducción en carta certificada, sin enterar a nadie del asunto, como no
sea a tu mujer, que me consta es persona reservada.
»Perdona que no te haya escrito en tantos años; pero bien conoces mis
muchos quehaceres. Tu tía sigue rezando por ti todas las noches al tiempo
de acostarse. Que estés mejor del dolor de estomago que padecías en 1806,
y sabes que te quiere tu tío político,
MATÍAS DE QUESADA
15 de Enero de 1821.
POSDATA.-Expresiones a Pepa; y dime si habéis tenido hijos.»
Escrita la precedente carta, el insigne jurisconsulto pasó a la
cocina, donde su mujer estaba haciendo calceta y cuidando el puchero, y
díjole las siguientes expresiones en tono muy áspero y desabrido, después
de echarle en la falda las ocho monedas de a cuatro duros que ya
conocemos:
-Encarnación, ahí tienes: compra más trigo, que va a subir en los
meses mayores, y procura que lo midan bien. Hazme de almorzar mientras yo
voy a echar al correo esta carta para Sevilla, preguntando los precios de
la cebada. ¡Que el huevo esté bien frito y el chocolate claro! ¡No
tengamos la de todos los días!
La mujer del abogado no respondió palabra, y siguió haciendo calceta
como un autómata.
Moros y cristianos
(Cuento)
IV
No bien había vuelto la espalda el tío Juan, cuando su compadre y
asesor cogió la pluma y escribió la siguiente carta, comenzando por el
sobre:
«SR. D. BONIFACIO TUDELA Y GONZÁLEZ, Maestro de Capilla de la Santa
Iglesia Catedral de CEUTA.
«Mi querido sobrino político:
-Solamente a un hombre de tu religiosidad confiaría yo el
importantísimo secreto contenido en el documento adjunto. Dígolo porque
indudablemente están escritas en él las señas de un tesoro, de que te daré
alguna parte si llego a descubrirlo con tu ayuda. Para ello es necesario
que busques un moro que traduzca ese pergamino, y que me mandes la
traducción en carta certificada, sin enterar a nadie del asunto, como no
sea a tu mujer, que me consta es persona reservada.
»Perdona que no te haya escrito en tantos años; pero bien conoces mis
muchos quehaceres. Tu tía sigue rezando por ti todas las noches al tiempo
de acostarse. Que estés mejor del dolor de estomago que padecías en 1806,
y sabes que te quiere tu tío político,
MATÍAS DE QUESADA
15 de Enero de 1821.
POSDATA.-Expresiones a Pepa; y dime si habéis tenido hijos.»
Escrita la precedente carta, el insigne jurisconsulto pasó a la
cocina, donde su mujer estaba haciendo calceta y cuidando el puchero, y
díjole las siguientes expresiones en tono muy áspero y desabrido, después
de echarle en la falda las ocho monedas de a cuatro duros que ya
conocemos:
-Encarnación, ahí tienes: compra más trigo, que va a subir en los
meses mayores, y procura que lo midan bien. Hazme de almorzar mientras yo
voy a echar al correo esta carta para Sevilla, preguntando los precios de
la cebada. ¡Que el huevo esté bien frito y el chocolate claro! ¡No
tengamos la de todos los días!
La mujer del abogado no respondió palabra, y siguió haciendo calceta
como un autómata.
18 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
III
Ugíjar dista de Aldeire cosa de cuatro leguas de muy mal camino. No
serían, sin embargo, las nueve de la siguiente mañana, cuando el tío Juan
Gómez, vestido con su calzón corto de punto azul y sus bordadas botas
blancas de los días de fiesta, hallábase ya en el despacho de D. Matías de
Quesada, hombre de mucha edad y mucha salud, doctor en ambos Derechos y
autor de la mayor parte de los entuertos contra la justicia que se hacían
por entonces en aquella tierra. Había sido toda su vida lo que se llama un
abogado picapleitos, y estaba riquísimo y muy bien relacionado en Granada
y Madrid.
Oído que hubo la historia de su digno compadre, y después de examinar
atentamente el pergamino, díjole que, en su opinión, nada de aquello olía
a tesoro; que el nicho en que halló el tubo debió de ser un babuchero, y
que el escrito le parecía una especie de oración que los moros suelen leer
todos los viernes por la mañana... Pero, sin embargo, no siéndole a él
completamente conocida la lengua árabe, remitiría el documento a Madrid a
un condiscípulo suyo que estaba empleado en la Comisaría de los Santos
Lugares, a fin de que lo enviara a Jerusalén, donde lo traducirían al
castellano; por todo lo cual sería conveniente mandarle al madrileño un
par de onzas de oro en letra, para una jícara de chocolate.
Mucho lo pensó el tío Juan Gómez antes de pagar un chocolate tan caro
(que resultaba a diez mil doscientos cuarenta reales la libra); pero tenía
tal seguridad en lo del tesoro (y a fe que no se equivocaba, según después
veremos), que sacó de la faja ocho monedillas de a cuatro duros y se las
entregó al abogado, quien las pesó una por una antes de guardárselas en el
bolsillo; con lo que el tío Hormiga tomó la vuelta de Aldeire decidido a
seguir excavando en la Torre del Moro, mientras tanto que enviaban el
pergamino a Tierra Santa y volvía de allá traducido; diligencias en que,
según el letrado, se tardaría cosa de año y medio.
17 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
II
Una tarde regresó de su faena el tío Hormiga muy preocupado y
caviloso y más temprano que de costumbre.
Su mujer aguardó a que despachase a los mozos de labor para
preguntarle qué tenía, y él respondió enseñándole un tubo de plomo con tapadera, por el estilo del cañuto de un licenciado del ejército; sacó de allí y desarrolló cuidadosamente un amarillento pergamino escrito en caracteres muy enrevesados, y dijo con imponente seriedad:
-Yo no sé leer, ni tan siquiera en castellano, que es la lengua más
clara del mundo; pero el diablo me lleve si esta escritura no es de moros.
-¿Es decir, que la has encontrado en la Torre?
-No lo digo sólo por eso, sino porque estos garrapatos no se parecen
a ninguno de los que he visto hacer a gente cristiana.
La mujer de Juan Gómez miró y olió el pergamino y exclamó con una
seguridad tan cómica como gratuita:
-¡De moros es!
Pasado un rato, añadió melancólicamente:
-Aunque también me estorba a mí lo negro, juraría que tenemos en las
manos, la licencia absoluta de algún soldado de Mahoma, que ya estará en
los profundos infiernos.
-¿Lo dices por el cañuto de plomo?
-Por el cañuto lo digo.
-Pues te equivocas de medio a medio, amiga Torcuata; porque ni los
moros entraban en quintas, según me ha dicho varias veces nuestro hijo
Agustín, ni esto es una licencia absoluta. Esto es... un...
El tío Hormiga miró en torno suyo, bajó la voz y dijo con entera fe:
-¡Estas son las señas de un tesoro!
-¡Tienes razón! -respondió la mujer, súbitamente inflamada por la
misma creencia.¿Y lo has encontrado ya? ¿Es muy grande? ¿Lo has vuelto a
tapar bien? ¿Son monedas de plata o de oro? ¿Crees tú que pasarán todavía?
¡Que felicidad para nuestros hijos! ¡Como van a gastar y a triunfar en
Granada y en Madrid! ¡Yo quiero ver eso! Vamos allá... Esta noche hace
luna
-¡Mujer de Dios! ¡Sosiégate! ¿Como quieres que haya topado ya con el
tesoro guiándome por estas señas, si yo no sé leer en moro ni en
cristiano?
-¡Es verdad! Pues mira.... Haz una cosa: en cuanto Dios eche sus
luces, apareja un buen mulo; pasa la sierra por el puerto de la Ragua, que
dicen está bueno, y llegate a Ugíjar, a casa de nuestro compadre D. Matías
Quesada, el cual sabes entiende de todo.... Él te pondrá en claro ese
papel y te dará buenos consejos, como siempre.
-¡Mis dineros me cuestan todos sus consejos a pesar de nuestro
compadrazgo! ... Pero, en fin, lo mismo había pensado yo. Mañana iré a
Ugíjar, y a la noche estaré aquí de vuelta; pues todo será apretar un poco
a la caballería...
-Pero ¡cuidado que le expliques bien las cosas!...
-Poco tengo que explicarle. El cañuto estaba escondido en un hueco o
nicho revestido de azulejos como los de Valencia, formado en el espesor de
una pared. He derribado todo aquel lienzo, y nada más de particular he
hallado. Debajo de lo ya destruido comienza la obra de sillería de los
cimientos, cuyas enormes piedras, de más de vara en cuadro, no removerán
fácilmente dos ni tres personas de puños tan buenos como los míos. Por
consiguiente, es necesario saber de una manera fija en qué punto estaba
escondido el tesoro, so pena de tener que arrancar con ayuda de vecinos
todos los cimientos de la Torre...
-¡Nada! ¡Nada! ¡A Ugíjar en cuanto amanezca! Ofrécele a nuestro
compadre una parte..., no muy larga, de lo que hallemos, y, cuando sepamos
donde hay que excavar, yo misma te ayudaré a arrancar piedras de
sillería.¡Hijos de mi alma! ¡Todo para ellos! Por lo que a mí toca, sólo
siento si habrá algo que sea pecado en esto que hablamos en voz baja.
-¿Qué pecado puede haber, grandísima tonta?
-No sé explicártelo.... Pero los tesoros me habían parecido siempre
cosa del demonio, o de duendes.... Además ¡tomaste a censo aquel terreno
por tan poco rédito al año!... ¡Todo el pueblo dice hubo trampa en tal
negocio!
-¡Eso es cuenta del secretario y de los concejales! Ellos me hicieron
la escritura.
-Por otro lado, tengo entendido que de los tesoros hay que dar parte
al Rey....
-Eso es cuando no se hallan en terreno propio como este mío...
-¡Propio! ¡Propio!... ¡A saber de quién sería esa torre que te ha
vendido el Ayuntamiento!...
-¡Toma! ¡Del Moro!
-¡A saber quién sería ese Moro !... Por de pronto, Juan, las monedas
que el Moro escondiera en su casa serían suyas o de sus herederos; no
tuyas, ni mías...
-¡Estás diciendo disparates! ¡Por esa cuenta no debía yo ser alcalde
de Aldeire, sino el que lo era el año pasado cuando se pronunció Riego!
¡Por esa cuenta, habría que mandar todos los años a África, a los
descendientes de los moros, las rentas que produjesen las vegas de
Granada, de Guadix y de centenares de pueblos!...
-¡Puede que tengas razón!... En fin, ve a Ugíjar, y el compadre te
aconsejará lo mejor en todo.
Moros y cristianos
(Cuento)
II
Una tarde regresó de su faena el tío Hormiga muy preocupado y
caviloso y más temprano que de costumbre.
Su mujer aguardó a que despachase a los mozos de labor para
preguntarle qué tenía, y él respondió enseñándole un tubo de plomo con tapadera, por el estilo del cañuto de un licenciado del ejército; sacó de allí y desarrolló cuidadosamente un amarillento pergamino escrito en caracteres muy enrevesados, y dijo con imponente seriedad:
-Yo no sé leer, ni tan siquiera en castellano, que es la lengua más
clara del mundo; pero el diablo me lleve si esta escritura no es de moros.
-¿Es decir, que la has encontrado en la Torre?
-No lo digo sólo por eso, sino porque estos garrapatos no se parecen
a ninguno de los que he visto hacer a gente cristiana.
La mujer de Juan Gómez miró y olió el pergamino y exclamó con una
seguridad tan cómica como gratuita:
-¡De moros es!
Pasado un rato, añadió melancólicamente:
-Aunque también me estorba a mí lo negro, juraría que tenemos en las
manos, la licencia absoluta de algún soldado de Mahoma, que ya estará en
los profundos infiernos.
-¿Lo dices por el cañuto de plomo?
-Por el cañuto lo digo.
-Pues te equivocas de medio a medio, amiga Torcuata; porque ni los
moros entraban en quintas, según me ha dicho varias veces nuestro hijo
Agustín, ni esto es una licencia absoluta. Esto es... un...
El tío Hormiga miró en torno suyo, bajó la voz y dijo con entera fe:
-¡Estas son las señas de un tesoro!
-¡Tienes razón! -respondió la mujer, súbitamente inflamada por la
misma creencia.¿Y lo has encontrado ya? ¿Es muy grande? ¿Lo has vuelto a
tapar bien? ¿Son monedas de plata o de oro? ¿Crees tú que pasarán todavía?
¡Que felicidad para nuestros hijos! ¡Como van a gastar y a triunfar en
Granada y en Madrid! ¡Yo quiero ver eso! Vamos allá... Esta noche hace
luna
-¡Mujer de Dios! ¡Sosiégate! ¿Como quieres que haya topado ya con el
tesoro guiándome por estas señas, si yo no sé leer en moro ni en
cristiano?
-¡Es verdad! Pues mira.... Haz una cosa: en cuanto Dios eche sus
luces, apareja un buen mulo; pasa la sierra por el puerto de la Ragua, que
dicen está bueno, y llegate a Ugíjar, a casa de nuestro compadre D. Matías
Quesada, el cual sabes entiende de todo.... Él te pondrá en claro ese
papel y te dará buenos consejos, como siempre.
-¡Mis dineros me cuestan todos sus consejos a pesar de nuestro
compadrazgo! ... Pero, en fin, lo mismo había pensado yo. Mañana iré a
Ugíjar, y a la noche estaré aquí de vuelta; pues todo será apretar un poco
a la caballería...
-Pero ¡cuidado que le expliques bien las cosas!...
-Poco tengo que explicarle. El cañuto estaba escondido en un hueco o
nicho revestido de azulejos como los de Valencia, formado en el espesor de
una pared. He derribado todo aquel lienzo, y nada más de particular he
hallado. Debajo de lo ya destruido comienza la obra de sillería de los
cimientos, cuyas enormes piedras, de más de vara en cuadro, no removerán
fácilmente dos ni tres personas de puños tan buenos como los míos. Por
consiguiente, es necesario saber de una manera fija en qué punto estaba
escondido el tesoro, so pena de tener que arrancar con ayuda de vecinos
todos los cimientos de la Torre...
-¡Nada! ¡Nada! ¡A Ugíjar en cuanto amanezca! Ofrécele a nuestro
compadre una parte..., no muy larga, de lo que hallemos, y, cuando sepamos
donde hay que excavar, yo misma te ayudaré a arrancar piedras de
sillería.¡Hijos de mi alma! ¡Todo para ellos! Por lo que a mí toca, sólo
siento si habrá algo que sea pecado en esto que hablamos en voz baja.
-¿Qué pecado puede haber, grandísima tonta?
-No sé explicártelo.... Pero los tesoros me habían parecido siempre
cosa del demonio, o de duendes.... Además ¡tomaste a censo aquel terreno
por tan poco rédito al año!... ¡Todo el pueblo dice hubo trampa en tal
negocio!
-¡Eso es cuenta del secretario y de los concejales! Ellos me hicieron
la escritura.
-Por otro lado, tengo entendido que de los tesoros hay que dar parte
al Rey....
-Eso es cuando no se hallan en terreno propio como este mío...
-¡Propio! ¡Propio!... ¡A saber de quién sería esa torre que te ha
vendido el Ayuntamiento!...
-¡Toma! ¡Del Moro!
-¡A saber quién sería ese Moro !... Por de pronto, Juan, las monedas
que el Moro escondiera en su casa serían suyas o de sus herederos; no
tuyas, ni mías...
-¡Estás diciendo disparates! ¡Por esa cuenta no debía yo ser alcalde
de Aldeire, sino el que lo era el año pasado cuando se pronunció Riego!
¡Por esa cuenta, habría que mandar todos los años a África, a los
descendientes de los moros, las rentas que produjesen las vegas de
Granada, de Guadix y de centenares de pueblos!...
-¡Puede que tengas razón!... En fin, ve a Ugíjar, y el compadre te
aconsejará lo mejor en todo.
16 de agosto de 2018
Aforismos de Leonardo
325.- Hai da imaxinación ao efecto a mesma proporción que da sombra ao corpo que a proxecta, e esa mesma proporción existe entre a poesía e a pintura. Porque a poesía representa as cousas coa imaxinación, literaria, mentres que a pintura represéntaas fóra do ollo, en forma real, despois de recibir do ollo mesmo as imaxes, non doutro xeito que se fosen as cousas naturais. A poesía non dá esa imaxe das cousas, as cales non son por ela percibidas seguindo o camiño das impresións visuais, como ocorre coa pintura.
15 de agosto de 2018
Estesícoro
Tisias, máis coñecido como Estesícoro ("mestre do coro", pola súa habilidade para dirixir os cantos corais), foi un poeta grego nado en Hímera (Sicilia) cara ao 630 e falecido cara ao 550 a. C. Era un dos estimados e respectados nove poetas líricos polos académicos da entón helénica Alexandría.
DESCRICIÓN DO OCASO DO SOL
O Sol, de Hiperión fillo famoso,
Cara ao vaso dourado
Con presuroso curso descendía;
Cando polo undoso
Océano pasando acelerado
Ás moradas da noite fría
A virxinal esposa a ver volvía,
Con ela xuntamente
Aos fillos, que amaba tiernamente.
DESCRICIÓN DO OCASO DO SOL
O Sol, de Hiperión fillo famoso,
Cara ao vaso dourado
Con presuroso curso descendía;
Cando polo undoso
Océano pasando acelerado
Ás moradas da noite fría
A virxinal esposa a ver volvía,
Con ela xuntamente
Aos fillos, que amaba tiernamente.
14 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
- I -
La antes famosa y ya poco nombrada villa de Aldeire forma parte del
marquesado de Cenet, o, como si dijéramos, del respaldo de la Alpujarra,
hacia Levante, y está medio colgada, medio escondida, en un escalón o
barranco de la formidable mole central de Sierra Nevada, a cinco o seis
mil pies sobre el nivel del mar y seis o siete mil por debajo de las
eternas nieves del Mulhacen.
Aldeire, dicho sea con perdón de su señor cura, es un pueblo morisco.
Que fue moro, lo dice claramente su nombre, su situación y su estructura;
y que no ha llegado aún a ser enteramente cristiano, aunque figure en la
España reconquistada y tenga su iglesita católica y sus cofradías de la
Virgen, de Jesús y de no pocos santos y santas, lo demuestran el carácter
y costumbres de sus moradores, las pasiones terribles cuanto quiméricas
que los unen o separan en perpetuos bandos, y los lúgubres ojos negros,
pálida tez y escaso hablar y reír de mujeres, hombres y niños...
Porque bueno será recordar, para que ni dicho señor cura ni nadie
ponga en cuarentena la solidez de este razonamiento, que los moriscos del
marquesado del Cenet no fueron expulsados en totalidad como los de la
Alpujarra, sino que muchos de ellos lograron quedarse allí agazapados y
escondidos gracias a la prudencia o cobardía con que desoyeron el
temerario y heroico grito de su malhadado príncipe Aben-Humeya; de donde
yo deduzco que el tío Juan Gómez Hormiga, alcalde constitucional de
Aldeire en el año de gracia de 182 1, podía muy bien ser nieto de algún
Mustafá, Mahommed o cosa por el estilo.
Cuéntase, pues, que el tal Juan Gómez, hombre a la sazón de más de
media centuria, rústico muy avisado aunque no entendía de letra, y
codicioso y trabajador con fruto, como lo acreditaba, no solamente su
apodo, sino también su mucha hacienda, por él adquirida a fuerza de buenas
o malas artes, y representada en las mejores suertes de tierra de aquella
jurisdicción, tomó a censo enfitéutico del caudal de Propios, y casi de
balde, mediante algunas gallinas no ponedoras que regaló al secretario del
Ayuntamiento, unos secanos situados a las inmediaciones de la villa, en
medio de los cuales veíanse los restos y escombros de un antiguo
castillejo, morabito o atalaya árabe, cuyo nombre era todavía La Torre del
Moro.
Excusado es decir que el tío Hormiga no se detuvo ni un instante a
pensar en qué moro sería aquél, ni en la índole o prístino objeto de la
arruinada construcción; lo único que vio desde luego más claro que el agua
fue que con tantas desmoronadas piedras, y con las que él desmoronara,
podía hacer allí un hermoso y muy seguro corral para sus ganados; por lo
que desde el día siguiente, y como recreo muy propio de quien tan
económico era, dedicó las tardes a derribar por sí mismo, y a sus solas,
lo que en pie quedaba del vetusto edificio arábigo.
-¡Te vas a reventar! -le decía su mujer, al verlo llegar por la noche
lleno de polvo y de sudor, y con la barra de hierro oculta bajo la capa...
-¡Al contrario! -respondía él.- Este ejercicio me conviene para no
podrirme como nuestros hijos los estudiantes, que, según me ha dicho el
estanquero, estaban la otra noche en el teatro de Granada y tenían un
color de manteca que daba asco mirarlos...
-¡Pobres! ¡De tanto estudiar! Pero a ti debía de darte vergüenza de
trabajar como un peón siendo el más rico del pueblo, alcalde por
añadidura.
-Por eso Voy solo.... ¡A ver!....Acércame esa ensalada....
-Sin embargo, convendría que te ayudase alguien. ¡Vas a echar un
siglo en derribar la Torre, y hasta quizás no sepas componértelas para
volcarla toda!...
-¡No digas simplezas, Torcuata! Cuando se trate de construir la tapia
del corral pagaré jornales, y hasta llevaré un maestro alarife.... ¡Pero
derribar sabe cualquiera! Y es tan divertido destruir!...¡Vaya!....,
¡quita la mesa y acostémonos!....
-Eso lo dices porque eres hombre. ¡A mí me da miedo y lástima todo lo
que es deshacer!
-¡Debilidades de vieja! ¡Si supieras tú cuántas cosas hay que
deshacer en este mundo!
-¡Calla, francmasón! ¡En mal hora te han elegido alcalde! ¡Verás
como, el día que vuelvan a mandar los realistas, te ahorca el Rey
absoluto!
-¡Eso lo veremos! ¡Santurrona! ¡Beata! ¡Lechuza! ¡Vaya!: apaga esa
luz, y no te santigües más..., que tengo mucho sueño.
Y así continuaban los diálogos hasta que se dormía uno de los dos
consortes.
Moros y cristianos
(Cuento)
- I -
La antes famosa y ya poco nombrada villa de Aldeire forma parte del
marquesado de Cenet, o, como si dijéramos, del respaldo de la Alpujarra,
hacia Levante, y está medio colgada, medio escondida, en un escalón o
barranco de la formidable mole central de Sierra Nevada, a cinco o seis
mil pies sobre el nivel del mar y seis o siete mil por debajo de las
eternas nieves del Mulhacen.
Aldeire, dicho sea con perdón de su señor cura, es un pueblo morisco.
Que fue moro, lo dice claramente su nombre, su situación y su estructura;
y que no ha llegado aún a ser enteramente cristiano, aunque figure en la
España reconquistada y tenga su iglesita católica y sus cofradías de la
Virgen, de Jesús y de no pocos santos y santas, lo demuestran el carácter
y costumbres de sus moradores, las pasiones terribles cuanto quiméricas
que los unen o separan en perpetuos bandos, y los lúgubres ojos negros,
pálida tez y escaso hablar y reír de mujeres, hombres y niños...
Porque bueno será recordar, para que ni dicho señor cura ni nadie
ponga en cuarentena la solidez de este razonamiento, que los moriscos del
marquesado del Cenet no fueron expulsados en totalidad como los de la
Alpujarra, sino que muchos de ellos lograron quedarse allí agazapados y
escondidos gracias a la prudencia o cobardía con que desoyeron el
temerario y heroico grito de su malhadado príncipe Aben-Humeya; de donde
yo deduzco que el tío Juan Gómez Hormiga, alcalde constitucional de
Aldeire en el año de gracia de 182 1, podía muy bien ser nieto de algún
Mustafá, Mahommed o cosa por el estilo.
Cuéntase, pues, que el tal Juan Gómez, hombre a la sazón de más de
media centuria, rústico muy avisado aunque no entendía de letra, y
codicioso y trabajador con fruto, como lo acreditaba, no solamente su
apodo, sino también su mucha hacienda, por él adquirida a fuerza de buenas
o malas artes, y representada en las mejores suertes de tierra de aquella
jurisdicción, tomó a censo enfitéutico del caudal de Propios, y casi de
balde, mediante algunas gallinas no ponedoras que regaló al secretario del
Ayuntamiento, unos secanos situados a las inmediaciones de la villa, en
medio de los cuales veíanse los restos y escombros de un antiguo
castillejo, morabito o atalaya árabe, cuyo nombre era todavía La Torre del
Moro.
Excusado es decir que el tío Hormiga no se detuvo ni un instante a
pensar en qué moro sería aquél, ni en la índole o prístino objeto de la
arruinada construcción; lo único que vio desde luego más claro que el agua
fue que con tantas desmoronadas piedras, y con las que él desmoronara,
podía hacer allí un hermoso y muy seguro corral para sus ganados; por lo
que desde el día siguiente, y como recreo muy propio de quien tan
económico era, dedicó las tardes a derribar por sí mismo, y a sus solas,
lo que en pie quedaba del vetusto edificio arábigo.
-¡Te vas a reventar! -le decía su mujer, al verlo llegar por la noche
lleno de polvo y de sudor, y con la barra de hierro oculta bajo la capa...
-¡Al contrario! -respondía él.- Este ejercicio me conviene para no
podrirme como nuestros hijos los estudiantes, que, según me ha dicho el
estanquero, estaban la otra noche en el teatro de Granada y tenían un
color de manteca que daba asco mirarlos...
-¡Pobres! ¡De tanto estudiar! Pero a ti debía de darte vergüenza de
trabajar como un peón siendo el más rico del pueblo, alcalde por
añadidura.
-Por eso Voy solo.... ¡A ver!....Acércame esa ensalada....
-Sin embargo, convendría que te ayudase alguien. ¡Vas a echar un
siglo en derribar la Torre, y hasta quizás no sepas componértelas para
volcarla toda!...
-¡No digas simplezas, Torcuata! Cuando se trate de construir la tapia
del corral pagaré jornales, y hasta llevaré un maestro alarife.... ¡Pero
derribar sabe cualquiera! Y es tan divertido destruir!...¡Vaya!....,
¡quita la mesa y acostémonos!....
-Eso lo dices porque eres hombre. ¡A mí me da miedo y lástima todo lo
que es deshacer!
-¡Debilidades de vieja! ¡Si supieras tú cuántas cosas hay que
deshacer en este mundo!
-¡Calla, francmasón! ¡En mal hora te han elegido alcalde! ¡Verás
como, el día que vuelvan a mandar los realistas, te ahorca el Rey
absoluto!
-¡Eso lo veremos! ¡Santurrona! ¡Beata! ¡Lechuza! ¡Vaya!: apaga esa
luz, y no te santigües más..., que tengo mucho sueño.
Y así continuaban los diálogos hasta que se dormía uno de los dos
consortes.
13 de agosto de 2018
Ortografía
O punto indica unha pausa na lectura. Existen tres
tipos de punto: o punto e seguido, punto e á parte
e punto final. Despois de calquera clase de punto
escríbese maiúscula.
Úsase o punto e seguido
• Para separar oracións dentro dun mesmo parágrafo.
Úsase o punto e á parte
• Para pechar un parágrafo, cando o texto continúa
noutra liña.
Úsase o punto final
• Para concluír un texto.
Os puntos suspensivos serven para indicar que
unha oración queda interrompida ou en suspenso.
tipos de punto: o punto e seguido, punto e á parte
e punto final. Despois de calquera clase de punto
escríbese maiúscula.
Úsase o punto e seguido
• Para separar oracións dentro dun mesmo parágrafo.
Úsase o punto e á parte
• Para pechar un parágrafo, cando o texto continúa
noutra liña.
Úsase o punto final
• Para concluír un texto.
Os puntos suspensivos serven para indicar que
unha oración queda interrompida ou en suspenso.
12 de agosto de 2018
Inicio de EL TEATRO Y LA VIDA
EL TEATRO Y LA VIDA
KENNETH TYNAN
De las definiciones se desprende todo, así es que comenzaré con una definición esta bolsa de harapos de un credo estético, en el cual la estética no será mencionada probablemente. El buen teatro, para
mí, está compuesto por los pensamientos, las palabras y los gestos que les son arrancados a los seres humanos en su camino hacia, o en su huida de, la desesperación. Una obra teatral es una ordenada secuencia de hechos que lleva a una o más de las personas que en ella intervienen a un estado desesperado, que siempre tiene que explicar y deberá, si es posible, remediar. Si lo peor que puede ocurrir en la obra es que al protagonista lo expulsen de la Universidad de Oxford, nosotros nos reímos y la obra se llama farsa; si la muerte es una posibilidad, nos acercamos mucho a la tragedia.
Allí donde no hay desesperación, o donde la desesperación está inadecuadamente motivada, no hay drama. Por ejemplo, los personajes que gritan cuando se les hacen cosquillas en la nariz, o que se suicidan al día siguiente de haberse enamorado, son casos patentes de desesperación inadecuadamente motivada. Estas reglas amplias son aplicables, no solamente a todo drama de éxito, desde Aristófanes a Beckett, sino también a las otras artes narrativas de la novela y el cinematógrafo.
...
KENNETH TYNAN
De las definiciones se desprende todo, así es que comenzaré con una definición esta bolsa de harapos de un credo estético, en el cual la estética no será mencionada probablemente. El buen teatro, para
mí, está compuesto por los pensamientos, las palabras y los gestos que les son arrancados a los seres humanos en su camino hacia, o en su huida de, la desesperación. Una obra teatral es una ordenada secuencia de hechos que lleva a una o más de las personas que en ella intervienen a un estado desesperado, que siempre tiene que explicar y deberá, si es posible, remediar. Si lo peor que puede ocurrir en la obra es que al protagonista lo expulsen de la Universidad de Oxford, nosotros nos reímos y la obra se llama farsa; si la muerte es una posibilidad, nos acercamos mucho a la tragedia.
Allí donde no hay desesperación, o donde la desesperación está inadecuadamente motivada, no hay drama. Por ejemplo, los personajes que gritan cuando se les hacen cosquillas en la nariz, o que se suicidan al día siguiente de haberse enamorado, son casos patentes de desesperación inadecuadamente motivada. Estas reglas amplias son aplicables, no solamente a todo drama de éxito, desde Aristófanes a Beckett, sino también a las otras artes narrativas de la novela y el cinematógrafo.
...
11 de agosto de 2018
Inicio de LA JAULA
JOSE ANTONIO SUAREZ
LA JAULA
Cuando Luis Brusi oyó que aquel sujeto le aseguraba ser el inventor de una máquina para pesar el alma, le pidió que le echara el aliento antes de llamar al celador. Trelles, como así se llamaba su visitante, no esperaba semejante descortesía de un antiguo conocido de facultad y lo miró por encima de los gruesos cristales de sus gafas, tratando acaso de comprobar que se trataba de la misma persona. Lo era, no tenía tan mala memoria para haberse olvidado del rostro avinagrado de Brusi. Después de unos instantes de vacilación obedeció sin replicar.
...
LA JAULA
Cuando Luis Brusi oyó que aquel sujeto le aseguraba ser el inventor de una máquina para pesar el alma, le pidió que le echara el aliento antes de llamar al celador. Trelles, como así se llamaba su visitante, no esperaba semejante descortesía de un antiguo conocido de facultad y lo miró por encima de los gruesos cristales de sus gafas, tratando acaso de comprobar que se trataba de la misma persona. Lo era, no tenía tan mala memoria para haberse olvidado del rostro avinagrado de Brusi. Después de unos instantes de vacilación obedeció sin replicar.
...
10 de agosto de 2018
Inicio de Crime en Marte
Crime en Marte
Arthur C.Clarke
- En Marte hai pouca delincuencia - observou o inspector Rawlings con tristeza -. En realidade, este é o motivo principal de que regrese ao Yard. De quedarme aquí máis tempo, perdería toda a miña práctica.
Estabamos sentados no salón do observatorio principal do espacioporto de Phobos, mirando as gretas resecas polo sol da diminuta lúa de Marte. O foguete transbordador que nos trouxo desde Marte marchouse dez minutos antes e agora iniciaba a longa caída cara ao globo cor ocre que colgaba
entre as estrelas. Media hora máis tarde, subiriamos á nave espacial en dirección á Terra..., planeta no que a maioría de pasaxeiros nunca puxeran os pés, aínda que aínda o chamaban «a súa patria»
- Ao mesmo tempo - continuou o inspector -, de cando en vez preséntase un caso que presta interese á vida. Vostede, señor Maccar, é tratante en arte, e estou seguro que oiría falar do ocorrido na Cidade do Meridiano fai un par de meses.
...
Arthur C.Clarke
- En Marte hai pouca delincuencia - observou o inspector Rawlings con tristeza -. En realidade, este é o motivo principal de que regrese ao Yard. De quedarme aquí máis tempo, perdería toda a miña práctica.
Estabamos sentados no salón do observatorio principal do espacioporto de Phobos, mirando as gretas resecas polo sol da diminuta lúa de Marte. O foguete transbordador que nos trouxo desde Marte marchouse dez minutos antes e agora iniciaba a longa caída cara ao globo cor ocre que colgaba
entre as estrelas. Media hora máis tarde, subiriamos á nave espacial en dirección á Terra..., planeta no que a maioría de pasaxeiros nunca puxeran os pés, aínda que aínda o chamaban «a súa patria»
- Ao mesmo tempo - continuou o inspector -, de cando en vez preséntase un caso que presta interese á vida. Vostede, señor Maccar, é tratante en arte, e estou seguro que oiría falar do ocorrido na Cidade do Meridiano fai un par de meses.
...
9 de agosto de 2018
Aforismos de Leonardo
324.- A arte que profesamos confírenos o dereito de chamarnos descendentes de Deus. Se a poesía trata de filosofía moral, a nosa arte ocúpase de filosofía natural; se aquela describe as operacións da mente que a ocupan, esta inflúe nos movementos coa mente; se aquela aterroriza aos pobos coas súas ficcións infernais, esta produce igual efecto póndoas en acción. Imaxinemos ao poeta e ao pintor rivalizando na representación da beleza, da fiereza ou da fealdad nefanda e monstruosa; por moitas transmutacións, de formas que o poeta realice ao seu modo e antollo, nunca chegará a superar ao pintor. Pero non se viron pinturas tan conformes á verdade que enganaban a homes e animais?
8 de agosto de 2018
La última perla
Hans Christian Andersen
La última perla
Era una casa rica, una casa feliz; todos, señores, criados e incluso los amigos eran dichosos y alegres, pues acababa de nacer un heredero, un hijo, y tanto la madre como el niño estaban perfectamente.
Se había velado la luz de la lámpara que iluminaba el recogido dormitorio, ante cuyas ventanas colgaban pesadas cortinas de preciosas sedas. La alfombra era gruesa y mullida como musgo; todo invitaba al sueño, al reposo, y a esta tentación cedió también la enfermera, y se quedó dormida; bien podía hacerlo, pues todo andaba bien y felizmente. El espíritu protector de la casa estaba a la cabecera de la cama; diríase que sobre el niño, reclinado en el pecho de la madre, se extendía una red de rutilantes estrellas, cada una de las cuales era una perla de la felicidad. Todas las hadas buenas de la vida habían aportado sus dones al recién nacido; brillaban allí la salud, la riqueza, la dicha y el amor; en suma, todo cuanto el hombre puede desear en la Tierra.
- Todo lo han traído - dijo el espíritu protector.
- ¡No! - oyóse una voz cercana, la del ángel custodio del niño -. Hay un hada que no ha traído aún su don, pero vendrá, lo traerá algún día, aunque sea de aquí a muchos años. Falta aún la última perla.
- ¿Falta? Aquí no puede faltar nada, y si fuese así hay que ir en busca del hada poderosa. ¡Vamos a buscarla!
- ¡Vendrá, vendrá! Hace falta su perla para completar la corona.
- ¿Dónde vive? ¿Dónde está su morada? Dímelo, iré a buscar la perla.
- Tú lo quieres - dijo el ángel bueno del niño - yo te guiaré dondequiera que sea. No tiene residencia fija, lo mismo va al palacio del Emperador como a la cabaña del más pobre campesino; no pasa junto a nadie sin dejar huella; a todos les aporta su dádiva, a unos un mundo, a otros un juguete. Habrá de venir también para este niño. ¿Piensas tú que no todos los momentos son iguales? Pues bien, iremos a buscar la perla, la última de este tesoro.
Y, cogidos de la mano, se echaron a volar hacia el lugar donde a la sazón residía el hada.
Era una casa muy grande, con oscuros corredores, cuartos vacíos y singularmente silenciosa; una serie de ventanas abiertas dejaban entrar el aire frío, cuya corriente hacía ondear las largas cortinas blancas.
En el centro de la habitación se veía un ataúd abierto, con el cadáver de una mujer joven aún. Lo rodeaban gran cantidad de preciosas y frescas rosas, de tal modo que sólo quedaban visibles las finas manos enlazadas y el rostro transfigurado por la muerte, en el que se expresaba la noble y sublime gravedad de la entrega a Dios.
Junto al féretro estaban, de pie, el marido y los niños, en gran número; el más pequeño, en brazos del padre. Era el último adiós a la madre; el esposo le besó la mano, seca ahora como hoja caída, aquella mano que hasta poco antes había estado laborando con diligencia y amor. Gruesas y amargas lágrimas caían al suelo, pero nadie pronunciaba una palabra; el silencio encerraba allí todo un mundo de dolor. Callados y sollozando, salieron de la habitación.
Ardía un cirio, la llama vacilaba al viento, envolviendo el rojo y alto pabilo. Entraron hombres extraños, que colocaron la tapa del féretro y la sujetaron con clavos; los martillazos resonaron por las habitaciones y pasillos de la casa, y más fuertemente aún en los corazones sangrantes.
- ¿Adónde me llevas? - preguntó el espíritu protector -. Aquí no mora ningún hada cuyas perlas formen parte de los dones mejores de la vida.
- Pues aquí es donde está, ahora, en este momento solemne - replicó el ángel custodio, señalando un rincón del aposento; y allí, en el lugar donde en vida la madre se sentara entre flores y estampas, desde el cual, como hada bienhechora del hogar había acogido amorosa al marido, a los hijos y a los amigos, y desde donde, cual un rayo de sol, había esparcido la alegría por toda la casa, como el eje y el corazón de la familia, en aquel rincón había ahora una mujer extraña, vestida con un largo y amplio ropaje: era la Aflicción, señora y madre ahora en el puesto de la muerta. Una lágrima ardiente rodó por su seno y se transformó en una perla, que brillaba con todos los colores del arco iris. Recogióla el ángel, y entonces, adquirió el brillo de una estrella de siete matices.
- La perla de la aflicción, la última, que no puede faltar. Realza el brillo y el poder de las otras. ¿Ves el resplandor del arco iris, que une la tierra con el cielo? Con cada una de las personas queridas que nos preceden en la muerte, tenemos en el cielo un amigo más con quien deseamos reunirnos. A través de la noche terrena miramos las estrellas, la última perfección. Contémplala, la perla de la aflicción; en ella están las alas de Psique, que nos levantarán de aquí.
7 de agosto de 2018
Jaulas
Jaulas
M. VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAIS | Última - --
En las películas del Hollywood de nuestra infancia los malos, es decir, los
salvajes colonizados o colonizables, siempre metían al chico en una jaula o
en una mazmorra donde sólo le quedaba el consuelo de hacer carreras de
cucarachas. Hemos asistido al secuestro de centenares de talibanes vencidos
en una cómoda gesta de piratería policiaca, metidos en un avión encadenados,
sedados, encapuchados y trasladados a Guantánamo, donde habitarán jaulas
hechas a la medida humana, porque el hombre, según los filósofos, es la
medida de todas las cosas, de todas las cosas pequeñas, corrigió Chumy
Chúmez.
6 de agosto de 2018
Orrtografía
O punto e coma indica unha pausa de duración
media, maior ca a da coma e menor ca a do punto.
Úsase o punto e coma
1. Para separar elementos dunha enumeración
cando dentro deles xa hai algunha coma.
Esta é a aliñación: de porteira Xoana; na
defensa Clara, Lucía, Neves e Iria; na media
Paula, Ana, Marta e Inés; na dianteira Carme
e Tareixa.
2. Para separar proposicións xustapostas, especialmente
cando nestas se usou a coma.
O neno, eufórico, saltou e berrou; o seu
equipo acababa de marcar un gol.
3. Diante de conxuncións como: non obstante,
mais, pero, en cambio, así que, polo tanto, daquela...,
especialmente en oracións longas.
Os xogadores preparáronse intensamente
durante todo o mes; non obstante, os resultados
non foron os que o adestrador
agardaba.
media, maior ca a da coma e menor ca a do punto.
Úsase o punto e coma
1. Para separar elementos dunha enumeración
cando dentro deles xa hai algunha coma.
Esta é a aliñación: de porteira Xoana; na
defensa Clara, Lucía, Neves e Iria; na media
Paula, Ana, Marta e Inés; na dianteira Carme
e Tareixa.
2. Para separar proposicións xustapostas, especialmente
cando nestas se usou a coma.
O neno, eufórico, saltou e berrou; o seu
equipo acababa de marcar un gol.
3. Diante de conxuncións como: non obstante,
mais, pero, en cambio, así que, polo tanto, daquela...,
especialmente en oracións longas.
Os xogadores preparáronse intensamente
durante todo o mes; non obstante, os resultados
non foron os que o adestrador
agardaba.
5 de agosto de 2018
Inicio de A CALICHERA
BALDOMERO LILLO - A CALICHERA BALDOMERO LILLO - A CALICHERA
De pé, apoiado no mango da pa, Luís Olave contempla o torso espido de o seu compañeiro. Baixo a cobriza pel, impregnada de suor e de po, dibújanse os saíntes omóplatos e as vértebras da espiña dorsal.
O vigor dos delgados brazos, que voltean no aire, cal se fose un
xoguete, o martelo de vinte e cinco libras, éncheo de asombro. Desde o
amencer, cinco longas horas transcorreron, durante as cales só a breves
intervalos o calichero interrompeu o seu labor. Olave secundouno
empeñosamente, para demostrar que, aínda que novicio, o traballo non o amedrenta. Sen
embargo, necesitou de todas as súas forzas e o aguillón da vaidade, para non
declararse vencido.
A medida que o sol se levanta no horizonte, os seus raios son cada vez máis
ardentes. Do chan revolto e calcinado do páramo, sobe un hálito de lume.
A calor abrasa a pel e reseca as fauces, e como o esforzo muscular
determina unha transpiración excesiva, a necesidade de beber é imperiosa. A cada
momento o xerro de lata, retirado do seu abrigo debaixo dunha costra, é
aplicado aos beizos sedientos. A pesar da precaución de manter o testo
dentro dunha media de la humedecida, a auga está morna, ao que se engade un
marcado sabor aceitoso. A sede aplácase só momentaneamente e logo retorna
rabiosa, inextinguible, torturadora.
Mozo de vinte e tres anos, de constitución atlética, Olave chegou do sur a
véspera cun numeroso grupo de enganchados para as salitreras do interior.
No traxecto fixo coñecemento con algúns obreiros da Oficina, que viñan
de regreso do porto, e decidiu quedar con eles nese punto. Na tarde
do mesmo día, na fonda, os seus amigos presentárono a un particular que
necesitaba un compañeiro. O trato quedou feito deseguido, cunha facilidade e
llaneza que lle encantou. O seu camarada levouno ante o fondista, quen se comprometeu
a darlle aloxamento e comida por unha suma que ao mozo, adoitado
á vida do sur, pareceulle enorme. Conforme ao convido, ao catro da
mañá Olave saía do seu aloxamento e non dera unha ducia de pasos,
cando divisou ao calichero que viña na súa busca.
De pé, apoiado no mango da pa, Luís Olave contempla o torso espido de o seu compañeiro. Baixo a cobriza pel, impregnada de suor e de po, dibújanse os saíntes omóplatos e as vértebras da espiña dorsal.
O vigor dos delgados brazos, que voltean no aire, cal se fose un
xoguete, o martelo de vinte e cinco libras, éncheo de asombro. Desde o
amencer, cinco longas horas transcorreron, durante as cales só a breves
intervalos o calichero interrompeu o seu labor. Olave secundouno
empeñosamente, para demostrar que, aínda que novicio, o traballo non o amedrenta. Sen
embargo, necesitou de todas as súas forzas e o aguillón da vaidade, para non
declararse vencido.
A medida que o sol se levanta no horizonte, os seus raios son cada vez máis
ardentes. Do chan revolto e calcinado do páramo, sobe un hálito de lume.
A calor abrasa a pel e reseca as fauces, e como o esforzo muscular
determina unha transpiración excesiva, a necesidade de beber é imperiosa. A cada
momento o xerro de lata, retirado do seu abrigo debaixo dunha costra, é
aplicado aos beizos sedientos. A pesar da precaución de manter o testo
dentro dunha media de la humedecida, a auga está morna, ao que se engade un
marcado sabor aceitoso. A sede aplácase só momentaneamente e logo retorna
rabiosa, inextinguible, torturadora.
Mozo de vinte e tres anos, de constitución atlética, Olave chegou do sur a
véspera cun numeroso grupo de enganchados para as salitreras do interior.
No traxecto fixo coñecemento con algúns obreiros da Oficina, que viñan
de regreso do porto, e decidiu quedar con eles nese punto. Na tarde
do mesmo día, na fonda, os seus amigos presentárono a un particular que
necesitaba un compañeiro. O trato quedou feito deseguido, cunha facilidade e
llaneza que lle encantou. O seu camarada levouno ante o fondista, quen se comprometeu
a darlle aloxamento e comida por unha suma que ao mozo, adoitado
á vida do sur, pareceulle enorme. Conforme ao convido, ao catro da
mañá Olave saía do seu aloxamento e non dera unha ducia de pasos,
cando divisou ao calichero que viña na súa busca.
4 de agosto de 2018
AS CURTAS E FELICES VIDAS DE EUSTACE WEAVER II
AS CURTAS E FELICES VIDAS DE EUSTACE WEAVER II
Fredric Brown
Cando Eustace Weaver inventou a súa máquina do tempo sabía que tería o mundo
nun puño, mentres mantivese o segredo. Todo o que tiña que facer para
facerse rico era levar a cabo breves viaxes ao futuro, para ver que cabalo
gañaría nas carreiras e que accións subirían e despois regresar e apostar a eses
cabalos ou comprar esas accións.
Os cabalos serían os primeiros, pois requirían menos capital aínda que o non
tiña nin sequera dous dólares que apostar por non mencionar o custo das
pasaxes de avión cara ao hipódromo máis próximo.
Pensou na caixa forte do supermercado onde traballaba como empregado no
almacén. Na caixa habería polo menos dez dólares e tiña unha fechadura de tempo.
Unha fechadura de tempo sería un xogo de nenos para unha máquina de tempo.
Así que cando foi a traballar aquel día levou a máquina do tempo oculta nun
estoxo de cámara fotográfica e deixouna na súa marcadora. Cando ao nove
pecharon a tenda escondeuse no almacén e esperou lúa hora até estar
seguro de que todos se marcharon. Entón sacou a máquina e dirixiuse á
caixa.
Fixou a máquina para un lapso de once horas máis tarde, pero entón pensou noutra
posibilidade. Devandito axuste trasladaríao ao nove da mañá do
seguinte día. A caixa abriríase entón, pero tamén estaría a se abrir a
tenda e tería xente á súa ao redor así que, no canto do anterior, fixou a
máquina para unha praza de vinte e catro horas, agarrou a panca da caixa e
oprimiu o botón da máquina do tempo.
Ao principio pensou que nada ocorría. Entón decatouse de que a manivela da
caixa movíase cando lle deu volta e que, por tanto, o salto á noite
do seguinte día era un feito. E, por suposto, o mecanismo de tempo da
caixa abriuse nese transcurso. Abriu a caixa e colleu todo o diñeiro que
atopou, gardándoo en todos os seus petos.
Antes de saír pola porta lateral, buscou o pasador que mantiña a caixa
pechada polo interior, pero entón asaltoulle un pensamento brillante. No canto de saír
por unha porta fixo uso da máquina do tempo, aumentando o
misterio ao deixar as portas perfectamente pechadas e regresando ao momento onde
ultimara a súa idea, día e medio antes do roubo.
Así, para cando tivese lugar o roubo, o podía ter unha coartada perfecta;
estaría nun hotel da Florida ou California, a máis de mil quilómetros da
escena do crime. Non pensou antes na máquina do tempo como unha xeradora
de coartadas, pero agora dábase conta de que cumpría devandito propósito á
perfección.
Marcou o cero na máquina e oprimiu o botón.
FIN
Edición dixital de Paul Atreides
Fredric Brown
Cando Eustace Weaver inventou a súa máquina do tempo sabía que tería o mundo
nun puño, mentres mantivese o segredo. Todo o que tiña que facer para
facerse rico era levar a cabo breves viaxes ao futuro, para ver que cabalo
gañaría nas carreiras e que accións subirían e despois regresar e apostar a eses
cabalos ou comprar esas accións.
Os cabalos serían os primeiros, pois requirían menos capital aínda que o non
tiña nin sequera dous dólares que apostar por non mencionar o custo das
pasaxes de avión cara ao hipódromo máis próximo.
Pensou na caixa forte do supermercado onde traballaba como empregado no
almacén. Na caixa habería polo menos dez dólares e tiña unha fechadura de tempo.
Unha fechadura de tempo sería un xogo de nenos para unha máquina de tempo.
Así que cando foi a traballar aquel día levou a máquina do tempo oculta nun
estoxo de cámara fotográfica e deixouna na súa marcadora. Cando ao nove
pecharon a tenda escondeuse no almacén e esperou lúa hora até estar
seguro de que todos se marcharon. Entón sacou a máquina e dirixiuse á
caixa.
Fixou a máquina para un lapso de once horas máis tarde, pero entón pensou noutra
posibilidade. Devandito axuste trasladaríao ao nove da mañá do
seguinte día. A caixa abriríase entón, pero tamén estaría a se abrir a
tenda e tería xente á súa ao redor así que, no canto do anterior, fixou a
máquina para unha praza de vinte e catro horas, agarrou a panca da caixa e
oprimiu o botón da máquina do tempo.
Ao principio pensou que nada ocorría. Entón decatouse de que a manivela da
caixa movíase cando lle deu volta e que, por tanto, o salto á noite
do seguinte día era un feito. E, por suposto, o mecanismo de tempo da
caixa abriuse nese transcurso. Abriu a caixa e colleu todo o diñeiro que
atopou, gardándoo en todos os seus petos.
Antes de saír pola porta lateral, buscou o pasador que mantiña a caixa
pechada polo interior, pero entón asaltoulle un pensamento brillante. No canto de saír
por unha porta fixo uso da máquina do tempo, aumentando o
misterio ao deixar as portas perfectamente pechadas e regresando ao momento onde
ultimara a súa idea, día e medio antes do roubo.
Así, para cando tivese lugar o roubo, o podía ter unha coartada perfecta;
estaría nun hotel da Florida ou California, a máis de mil quilómetros da
escena do crime. Non pensou antes na máquina do tempo como unha xeradora
de coartadas, pero agora dábase conta de que cumpría devandito propósito á
perfección.
Marcou o cero na máquina e oprimiu o botón.
FIN
Edición dixital de Paul Atreides
3 de agosto de 2018
Se queres saber de mim
Se queres saber de mim
Se queres saber de mim
procura-me
sem medos
na solidão
na paz
na doce calma
no silêncio suspenso
da charneca perdida
na lonjura da planície
e nos montados
no ondular do vento
sobre as searas
nos poentes de fogo
a inundar de luz rósea
transparente
esta terra dolorida
Se queres saber de mim
procura-me
sem medos
na brancura da cal
incendiada
nos olhos
de infinita tristeza
dos ciganos
sempre a chegar
e a partir
Se queres saber de mim
procura-me
sem medos
no sangue vivo
dos sobreiros
nas lágrimas da chuva
de setembro
na roseira brava
na flor de esteva
no alecrim
no rosmaninho perfumado
Se queres saber de mim
despoja-me de tudo
deixa apenas
que a ternura
te conduza
e abraça-me
sem medos
através do nevoeiro
levíssimo
de todos os Outonos.
Idalete Giga,In O Canto da Palavra
Se queres saber de mim
procura-me
sem medos
na solidão
na paz
na doce calma
no silêncio suspenso
da charneca perdida
na lonjura da planície
e nos montados
no ondular do vento
sobre as searas
nos poentes de fogo
a inundar de luz rósea
transparente
esta terra dolorida
Se queres saber de mim
procura-me
sem medos
na brancura da cal
incendiada
nos olhos
de infinita tristeza
dos ciganos
sempre a chegar
e a partir
Se queres saber de mim
procura-me
sem medos
no sangue vivo
dos sobreiros
nas lágrimas da chuva
de setembro
na roseira brava
na flor de esteva
no alecrim
no rosmaninho perfumado
Se queres saber de mim
despoja-me de tudo
deixa apenas
que a ternura
te conduza
e abraça-me
sem medos
através do nevoeiro
levíssimo
de todos os Outonos.
Idalete Giga,In O Canto da Palavra
2 de agosto de 2018
Aforismos de Leonardo
323.- Se dixésedes: a poesía perdura máis, eu contestaría que as obras do calderero son máis durables aínda, e que o tempo a conserva máis que as vosas e as nosas; pero, fantaseos aparte, a pintura, executada sobre unha superficie de cobre e empregando cores de vidro, dura indefinidamente.
1 de agosto de 2018
Inicio de O home, o cinema e o tranvía
O home, o cinema e o tranvía
Alfredo Bryce Echeñique
O roto Carabaya atravesa o centro de Lima, desde Desamparados ata o Paseo da República. Tráfico intenso nas horas de afluencia, tranvías, as beirarrúas poboadas de xente, edificios de tres, catro e cinco pisos, oficinas, tendas, bares, etc. Non vou describilo minuciosamente, porque os lectores adoitan saltarse as descricións moi extensas e inútiles.
Un home saíu dun edificio no Pachitea, e camiñou ata chegar á esquina. Dobrou cara á dereita, con sección ao Paseo da República. Eran as seis da tarde, e podía ser un empregado que saía do seu traballo. No cinema República, a función de matiné acababa de terminar, e a xente que abandonaba a sala, dirixíase lentamente cara a calquera parte. Un home duns trinta anos, e un raparigo duns dezasete ou dezaoito, parados na porta do cinema, comentaban a película que acababan de ver. O home que podía ser un empregado detívose ao chegar á porta do cinema, e miraba os afiches, coma se deles dependese a súa decisión de ver ou non esa película. Escoitábase xa o ruído dun tranvía que avanzaba con dirección ao Paseo da República. Estaría a unhas dúas cuadras de distancia.
...
Alfredo Bryce Echeñique
O roto Carabaya atravesa o centro de Lima, desde Desamparados ata o Paseo da República. Tráfico intenso nas horas de afluencia, tranvías, as beirarrúas poboadas de xente, edificios de tres, catro e cinco pisos, oficinas, tendas, bares, etc. Non vou describilo minuciosamente, porque os lectores adoitan saltarse as descricións moi extensas e inútiles.
Un home saíu dun edificio no Pachitea, e camiñou ata chegar á esquina. Dobrou cara á dereita, con sección ao Paseo da República. Eran as seis da tarde, e podía ser un empregado que saía do seu traballo. No cinema República, a función de matiné acababa de terminar, e a xente que abandonaba a sala, dirixíase lentamente cara a calquera parte. Un home duns trinta anos, e un raparigo duns dezasete ou dezaoito, parados na porta do cinema, comentaban a película que acababan de ver. O home que podía ser un empregado detívose ao chegar á porta do cinema, e miraba os afiches, coma se deles dependese a súa decisión de ver ou non esa película. Escoitábase xa o ruído dun tranvía que avanzaba con dirección ao Paseo da República. Estaría a unhas dúas cuadras de distancia.
...
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