14 de agosto de 2018

Moros y cristianos

Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
- I -

La antes famosa y ya poco nombrada villa de Aldeire forma parte del
marquesado de Cenet, o, como si dijéramos, del respaldo de la Alpujarra,
hacia Levante, y está medio colgada, medio escondida, en un escalón o
barranco de la formidable mole central de Sierra Nevada, a cinco o seis
mil pies sobre el nivel del mar y seis o siete mil por debajo de las
eternas nieves del Mulhacen.

Aldeire, dicho sea con perdón de su señor cura, es un pueblo morisco.
Que fue moro, lo dice claramente su nombre, su situación y su estructura;
y que no ha llegado aún a ser enteramente cristiano, aunque figure en la
España reconquistada y tenga su iglesita católica y sus cofradías de la
Virgen, de Jesús y de no pocos santos y santas, lo demuestran el carácter
y costumbres de sus moradores, las pasiones terribles cuanto quiméricas
que los unen o separan en perpetuos bandos, y los lúgubres ojos negros,
pálida tez y escaso hablar y reír de mujeres, hombres y niños...

Porque bueno será recordar, para que ni dicho señor cura ni nadie
ponga en cuarentena la solidez de este razonamiento, que los moriscos del
marquesado del Cenet no fueron expulsados en totalidad como los de la
Alpujarra, sino que muchos de ellos lograron quedarse allí agazapados y
escondidos gracias a la prudencia o cobardía con que desoyeron el
temerario y heroico grito de su malhadado príncipe Aben-Humeya; de donde
yo deduzco que el tío Juan Gómez Hormiga, alcalde constitucional de
Aldeire en el año de gracia de 182 1, podía muy bien ser nieto de algún
Mustafá, Mahommed o cosa por el estilo.

Cuéntase, pues, que el tal Juan Gómez, hombre a la sazón de más de
media centuria, rústico muy avisado aunque no entendía de letra, y
codicioso y trabajador con fruto, como lo acreditaba, no solamente su
apodo, sino también su mucha hacienda, por él adquirida a fuerza de buenas
o malas artes, y representada en las mejores suertes de tierra de aquella
jurisdicción, tomó a censo enfitéutico del caudal de Propios, y casi de
balde, mediante algunas gallinas no ponedoras que regaló al secretario del
Ayuntamiento, unos secanos situados a las inmediaciones de la villa, en
medio de los cuales veíanse los restos y escombros de un antiguo
castillejo, morabito o atalaya árabe, cuyo nombre era todavía La Torre del
Moro.

Excusado es decir que el tío Hormiga no se detuvo ni un instante a
pensar en qué moro sería aquél, ni en la índole o prístino objeto de la
arruinada construcción; lo único que vio desde luego más claro que el agua
fue que con tantas desmoronadas piedras, y con las que él desmoronara,
podía hacer allí un hermoso y muy seguro corral para sus ganados; por lo
que desde el día siguiente, y como recreo muy propio de quien tan
económico era, dedicó las tardes a derribar por sí mismo, y a sus solas,
lo que en pie quedaba del vetusto edificio arábigo.

-¡Te vas a reventar! -le decía su mujer, al verlo llegar por la noche
lleno de polvo y de sudor, y con la barra de hierro oculta bajo la capa...

-¡Al contrario! -respondía él.- Este ejercicio me conviene para no
podrirme como nuestros hijos los estudiantes, que, según me ha dicho el
estanquero, estaban la otra noche en el teatro de Granada y tenían un
color de manteca que daba asco mirarlos...

-¡Pobres! ¡De tanto estudiar! Pero a ti debía de darte vergüenza de
trabajar como un peón siendo el más rico del pueblo, alcalde por
añadidura.

-Por eso Voy solo.... ¡A ver!....Acércame esa ensalada....

-Sin embargo, convendría que te ayudase alguien. ¡Vas a echar un
siglo en derribar la Torre, y hasta quizás no sepas componértelas para
volcarla toda!...

-¡No digas simplezas, Torcuata! Cuando se trate de construir la tapia
del corral pagaré jornales, y hasta llevaré un maestro alarife.... ¡Pero
derribar sabe cualquiera! Y es tan divertido destruir!...¡Vaya!....,
¡quita la mesa y acostémonos!....

-Eso lo dices porque eres hombre. ¡A mí me da miedo y lástima todo lo
que es deshacer!

-¡Debilidades de vieja! ¡Si supieras tú cuántas cosas hay que
deshacer en este mundo!

-¡Calla, francmasón! ¡En mal hora te han elegido alcalde! ¡Verás
como, el día que vuelvan a mandar los realistas, te ahorca el Rey
absoluto!

-¡Eso lo veremos! ¡Santurrona! ¡Beata! ¡Lechuza! ¡Vaya!: apaga esa
luz, y no te santigües más..., que tengo mucho sueño.

Y así continuaban los diálogos hasta que se dormía uno de los dos
consortes.

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