31 de xullo de 2018

La hucha

Hans Christian Andersen

La hucha

El cuarto de los niños estaba lleno de juguetes. En lo más alto del armario estaba la hucha; era de arcilla y tenía figura de cerdo, con una rendija en la espalda, naturalmente, rendija que habían agrandado con un cuchillo para que pudiesen introducirse escudos de plata; y contenía ya dos de ellos, amén de muchos chelines. El cerdito-hucha estaba tan lleno, que al agitarlo ya no sonaba, lo cual es lo máximo que a una hucha puede pedirse. Allí se estaba, en lo alto del armario, elevado y digno, mirando altanero todo lo que quedaba por debajo de él; bien sabía que con lo que llevaba en la barriga habría podido comprar todo el resto, y a eso se le llama estar seguro de sí mismo.
Lo mismo pensaban los restantes objetos, aunque se lo callaban; pues no faltaban temas de conversación. El cajón de la cómoda, medio abierto, permitía ver una gran muñeca, más bien vieja y con el cuello remachado. Mirando al exterior, dijo:
- Ahora jugaremos a personas, que siempre es divertido. - ¡El alboroto que se armó! Hasta los cuadros se volvieron de cara a la pared - pues bien sabían que tenían un reverso -, pero no es que tuvieran nada que objetar.
Era medianoche, la luz de la luna entraba por la ventana, iluminando gratis la habitación. Era el momento de empezar el juego; todos fueron invitados, incluso el cochecito de los niños, a pesar de que contaba entre los juguetes más bastos.
- Cada uno tiene su mérito propio - dijo el cochecito -. No todos podemos ser nobles. Alguien tiene que hacer el trabajo, como suele decirse.
El cerdo-hucha fue el único que recibió una invitación escrita; estaba demasiado alto para suponer que oiría la invitación oral. No contestó si pensaba o no acudir, y de hecho no acudió. Si tenía que tomar parte en la fiesta, lo haría desde su propio lugar. Que los demás obraran en consecuencia; y así lo hicieron.
El pequeño teatro de títeres fue colocado de forma que el cerdo lo viera de frente; empezarían con una representación teatral, luego habría un té y debate general; pero comenzaron con el debate; el caballo-columpio habló de ejercicios y de pura sangre, el cochecito lo hizo de trenes y vapores, cosas todas que estaban dentro de sus respectivas especialidades, y de las que podían disertar con conocimiento de causa. El reloj de pared habló de los tiquismiquis de la política. Sabía la hora que había dado la campana, aun cuando alguien afirmaba que nunca andaba bien. El bastón de bambú se hallaba también presente, orgulloso de su virola de latón y de su pomo de plata, pues iba acorazado por los dos extremos. Sobre el sofá yacían dos almohadones bordados, muy monos y con muchos pajarillos en la cabeza. La comedia podía empezar, pues.
Sentáronse todos los espectadores, y se les dijo que podían chasquear, crujir y repiquetear, según les viniera en gana, para mostrar su regocijo. Pero el látigo dijo que él no chasqueaba por los viejos, sino únicamente por los jóvenes y sin compromiso.
- Pues yo lo hago por todos - replicó el petardo.
- Bueno, en un sitio u otro hay que estar - opinó la escupidera.
Tales eran, pues, los pensamientos de cada cual, mientras presenciaba la función. No es que ésta valiera gran cosa, pero los actores actuaban bien, todos volvían el lado pintado hacia los espectadores, pues estaban construidos para mirarlos sólo por aquel lado, y no por el opuesto. Trabajaron estupendamente, siempre en primer plano de la escena; tal vez el hilo resultaba demasiado largo, pero así se veían mejor. La muñeca remachada se emocionó tanto, que se le soltó el remache, y en cuanto al cerdo-hucha, se impresionó también a su manera, por lo que pensó hacer algo en favor de uno de los artistas; decidió acordarse de él en su testamento y disponer que, cuando llegase su hora, fuese enterrado con él en el panteón de la familia.
Se divertían tanto con la comedia, que se renunció al té, contentándose con el debate. Esto es lo que ellos llamaban jugar a «hombres y mujeres», y no había en ello ninguna malicia, pues era sólo un juego. Cada cual pensaba en sí mismo y en lo que debía pensar el cerdo; éste fue el que estuvo cavilando por más tiempo, pues reflexionaba sobre su testamento y su entierro, que, por muy lejano que estuviesen, siempre llegarían demasiado pronto. Y, de repente, ¡cataplum!, se cayó del armario y se hizo mil pedazos en el suelo, mientras los chelines saltaban y bailaban, las piezas menores gruñían, las grandes rodaban por el piso, y un escudo de plata se empeñaba en salir a correr mundo. Y salió, lo mismo que los demás, en tanto que los cascos de la hucha iban a parar a la basura; pero ya al día siguiente había en el armario una nueva hucha, también en figura de cerdo. No tenía aún ni un chelín en la barriga, por lo que no podía matraquear, en lo cual se parecía a su antecesora; todo es comenzar, y con este comienzo pondremos punto final al cuento.

30 de xullo de 2018

Ortografía

Ortografía
Os dous puntos indican unha pausa semellante á
do punto.
Úsanse os dous puntos
1. Para introducir ou citar textualmente as palabras
de alguén (estilo indirecto).
Entón el dixo: «Voume, que é tarde».
2. Para dar comezo a unha enumeración.
As provincias galegas son: A Coruña, Lugo,
Ourense e Pontevedra.
3. No encabezamento ou saúdo das cartas.
Querida amiga:
4. Para introducir a causa, consecuencia ou conclusión
do que se acaba de dicir.
Medroume moito o pelo: teño que ir cortalo.

29 de xullo de 2018

EL CARACOL Y EL ROSAL

Hans Christian Andersen

EL CARACOL Y EL ROSAL

Alrededor del jardín había un seto de avellanos, y al otro lado del seto se extendía n los campos y praderas donde pastaban las ovejas y las vacas. Pero en el centro del jardín crecía un rosal todo lleno de flores, y a su abrigo vivía un caracol que llevaba todo un mundo dentro de su caparazón, pues se llevaba a sí mismo.
-¡Paciencia! -decía el caracol-. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas, muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.
-Esperamos mucho de ti -dijo el rosal-. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?
-Me tomo mi tiempo -dijo el caracol-; ustedes siempre están de prisa. No, así no se preparan las sorpresas.
Un año más tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sacó medio cuerpo afuera, estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.
-Nada ha cambiado -dijo-. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.
Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió bajo el suelo.
Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.
-Ahora ya eres un rosal viejo -dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?
-Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.
-Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?

-No -contestó el caracol-. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo.
¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio.
Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa.
-Tu vida fue demasiado fácil -dijo el caracol.
-Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día.
-No, no, de ningún modo -dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.
-¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?
-¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los castaños produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.
-¡Qué pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.
Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.
Y pasaron los años.
El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos.
¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena; siempre sería la misma.
 

28 de xullo de 2018

El cuello de camisa

Hans Christian Andersen

El cuello de camisa


Érase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje poseía un calzador y un peine; pero tenía un cuello de camisa que era el más notable del mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello tenía ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aquí que en el cesto de la ropa coincidió con una liga.
Dijo el cuello:
- Jamás vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. ¿Me permite que le pregunte su nombre?
- ¡No se lo diré! -respondió la liga.
- ¿Dónde vive, pues? -insistió el cuello.
Pero la liga era muy tímida, y pensó que la pregunta era algo extraña y que no debía contestarla.
- ¿Es usted un cinturón, verdad? -dijo el cuello-, ¿una especie de cinturón interior?. Bien veo, mi simpática señorita, que es una prenda tanto de utilidad como de adorno.
- ¡Haga el favor de no dirigirme la palabra! -dijo la liga.- No creo que le haya dado pie para hacerlo.
- Sí, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita -replicó el cuello­ no hace falta más motivo.
- ¡No se acerque tanto! -exclamó la liga-. ¡Parece usted tan varonil!
- Soy también un caballero fino -dijo el cuello-, tengo un calzador y un peine -. Lo cual no era verdad, pues quien los tenía era su dueño; pero le gustaba vanagloriarse.
- ¡No se acerque tanto! -repitió la liga-. No estoy acostumbrada.
- ¡Qué remilgada! -dijo el cuello con tono burlón; pero en éstas los sacaron del cesto, los almidonaron y, después de haberlos colgado al sol sobre el respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y llegó la plancha caliente.
- ¡Mi querida señora -exclamaba el cuello-, mi querida señora! ¡Qué calor siento! ¡Si no soy yo mismo! ¡Si cambio totalmente de forma! ¡Me va a quemar; va a hacerme un agujero! ¡Huy! ¿Quiere casarse conmigo?
- ¡Harapo! -replicó la plancha, corriendo orgullosamente por encima del cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los vagones de un tren.
- ¡Harapo! -repitió.
El cuello quedó un poco deshilachado de los bordes; por eso acudió la tijera a cortar los hilos.
- ¡Oh! -exclamó el cuello-, usted debe de ser primera bailarina, ¿verdad?. ¡Cómo sabe estirar las piernas! Es lo más encantador que he visto. Nadie sería capaz de imitarla.
- Ya lo sé -respondió la tijera.
- ¡Merecería ser condesa! -dijo el cuello-. Todo lo que poseo es un señor distinguido, un calzador y un peine. ¡Si tuviese también un condado!
- ¿Se me está declarando, el asqueroso? -exclamó la tijera, y, enfadada, le propinó un corte que lo dejó inservible.
- Al fin tendré que solicitar la mano del peine. ¡Es admirable cómo conserva usted todos los dientes, mi querida señorita! -dijo el cuello-. ¿No ha pensado nunca en casarse?
- ¡Claro, ya puede figurárselo! -contestó el peine-. Seguramente habrá oído que estoy prometida con el calzador.
- ¡Prometida! -suspiró el cuello; y como no había nadie más a quien declararse, se las dio en decir mal del matrimonio.
Pasó mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacén de un fabricante de papel. Había allí una nutrida compañía de harapos; los finos iban por su lado, los toscos por el suyo, como exige la corrección. Todos tenían muchas cosas que explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrón.
- ¡La de novias que he tenido! -decía-. No me dejaban un momento de reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y almidonado. Tenía además un calzador y un peine, que jamás utilicé. Tenían que haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me olvidaré de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda; por mí se tiró a una bañera. Luego hubo una plancha que ardía por mi persona; pero no le hice caso y se volvió negra. Tuve también relaciones con una primera bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; ¡era terriblemente celosa! Mi propio peine se enamoró de mí; perdió todos los dientes de mal de amores. ¡Uf!, ¡la de aventuras que he corrido! Pero lo que más me duele es la liga, digo, la cinturilla, que se tiró a la bañera. ¡Cuántos pecados llevo sobre la conciencia! ¡Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco!
Y fue convertido en papel blanco, con todos los demás trapos; y el cuello es precisamente la hoja que aquí vemos, en la cual se imprimió su historia. Y le está bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad. Tengámoslo en cuenta, para no comportarnos como él, pues en verdad no podemos saber si también nosotros iremos a dar algún día al saco de los trapos viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, aún lo más íntimo y secreto de ella, será impresa, y andaremos por esos mundos teniendo que contarla.

27 de xullo de 2018

En el mar remoto

Hans Christian Andersen

En el mar remoto

Varios grandes barcos habían sido enviados a las regiones del Polo Norte para descubrir los límites más septentrionales entre la tierra y el mar, e investigar hasta dónde podían avanzar los hombres en aquellos parajes. Llevaban ya mucho tiempo abriéndose paso por entre la niebla y los hielos, y sus tripulaciones habían tenido que sufrir muchas penalidades. Ahora había llegado el invierno y desaparecido el sol; durante muchas, muchas semanas, reinó la noche continua; en derredor todo era un único bloque de hielo, en el que los barcos habían quedado aprisionados; la nieve alcanzaba gran altura, y con ella habían construido casas en forma de colmena, algunas grandes como túmulos, y otras, más pequeñas, capaces de albergar solamente de dos a cuatro hombres. Sin embargo, la oscuridad no era completa, pues las auroras boreales enviaban sus resplandores rojos y azules; era como un eterno castillo de fuegos artificiales, y la nieve despedía un tenue brillo; la noche era allí como un largo crepúsculo llameante. En los períodos de mayor claridad se presentaban grupos de indígenas de singularísimo aspecto, con sus hirsutos abrigos de pieles; iban montados en trineos construidos de trozos de hielo, y traían pieles en grandes fardos, gracias a las cuales las casas de nieve pudieron ser provistas de calientes alfombras. Las pieles servían, además, de mantas y almohadas, y con ellas los marineros se arreglaban camas bajo sus cúpulas de nieve, mientras en el exterior arreciaba el frío con una intensidad desconocida incluso en los más rigurosos inviernos nórdicos. En nuestra patria era todavía otoño, y de ello se acordaban aquellos hombres perdidos en tan altas latitudes; pensaban en el sol de su tierra y en el follaje amarillo que colgaba aún de sus árboles. El reloj les dijo que era noche y hora de acostarse, y en una de las chozas de nieve dos hombres se tendieron a descansar. El más joven tenía consigo el mejor y más preciado tesoro de la patria, regalo de su abuela en el momento de su partida: la Biblia. Cada noche se la ponía debajo de la cabeza; ya desde niño sabía lo que en ella estaba escrito. Leía un trozo cada día, y estando en el lecho le venían con gran frecuencia a la memoria aquellas santas palabras de consuelo: «Si tomase yo las alas de la aurora y estuviese en el mar más remoto, Tu mano me guiaría hasta allí, y Tu diestra me sostendría». Y a estas palabras de verdad se cerraban sus ojos y llegaba el sueño, la revelación del espíritu en Dios; el alma estaba viva mientras el cuerpo reposaba; él lo sentía, parecíale como si resonasen viejas y queridas melodías, como si le envolvieran tibias brisas estivales; y desde su lecho veía cómo un gran resplandor se filtraba a través de la nívea cúpula. Levantaba la cabeza, y aquel blanco refulgente no era pared ni techo, sino las grandes alas de un ángel, a cuyo rostro dulce y radiante alzaba los ojos.
Como del cáliz de un lirio salía el ángel de las páginas de la Biblia, extendía los brazos, y las paredes de la choza se esfumaban a modo de un sutil y vaporoso manto de niebla: los verdes prados y colinas de la patria, y sus bosques oscuros y rojizos se extendían en derredor, al sol apacible de un bello día de otoño; el nido de la cigüeña estaba vacío, pero colgaban todavía frutos de los manzanos silvestres, aunque habían caído ya las hojas; brillaban los rojos escaramujos, y el estornino silbaba en su pequeña jaula verde, colocada sobre la ventana de la casa de campo, donde tenía él su hogar; el pájaro silbaba como le habían enseñado, y la abuela le ponía mijo en la jaula, según viera hacer siempre al nieto; y la hija del herrero, tan joven y tan linda, sacaba agua del pozo y dirigía un saludo a la abuela, quien le correspondía con un gesto de la cabeza, mostrándole al mismo tiempo una carta llegada de muy lejos. Se había recibido aquella misma mañana; venía de las heladas tierras del polo Norte, donde se encontraba el nieto - en manos de Dios -. Y las dos mujeres reían y lloraban a la vez, y él, que todo lo veía y oía desde aquellos parajes de hielo y nieve, en el mundo del espíritu bajo las alas del ángel, reía con ellas y con ellas lloraba. En la carta se leían aquellas mismas palabras de la Biblia: «En el mar más remoto, su diestra me sostendrá». Sonó en derredor una sublime música, como salida de un coro celeste, mientras el ángel extendía sus alas, a modo de velo, sobre el mozo dormido... Se desvaneció el sueño; en la choza reinaba la oscuridad, pero la Biblia seguía bajo su cabeza, la fe y la esperanza moraban en su corazón, Dios estaba con él, y también la patria, «en el mar remoto».

26 de xullo de 2018

Aforismos de Leonardo

322.- Se vós, historiógrafos, ou poetas, ou matemáticos (homes de ciencia), non vistes as cousas cos vosos ollos, mal poderedes referilas por escrito; e se ti, poeta, queres trazar unha historia coa 
pintura da túa pluma, o pintor co seu pincel farao máis satisfactoriamente e, causando menos hastío, logrará que o entendan. Se ti chamas á pintura unha poesía muda, o pintor poderá replicarte 
dicindo que a poesía é unha pintura cega. Decide agora cal é a máis prexudicial das dúas incapacidades: a do cego ou a do mudo. Se o poeta é tan libre nas súas invencións como o pintor, as súas ficcións non procuran ao home tanta satisfacción como as pinturas, porque se a poesía empéñase en figurar con palabras, formas, feitos, sitios, o pintor busca na imitación das formas a maneira de reproducilas. Agora ben, que está máis preto do home: o seu nome de home ou a súa figura humana? O home cambia dun país a outro; a forma só se altera coa morte. 

25 de xullo de 2018

Es la pura verdad

Hans Christian Andersen

Es la pura verdad


- ¡Es un caso espantoso! -exclamó una gallina del extremo opuesto del pueblo, donde el hecho no había sucedido-. ¡Ha pasado algo espantoso en el gallinero de allá! Lo que es esta noche, no duermo sola. Menos mal que somos tantas -. Y les contó el caso, y a las demás gallinas se les erizaron las plumas, y al gallo se le cayó la cresta. ¡Es la pura verdad!
Pero empecemos por el principio, pues la cosa sucedió en un gallinero del otro extremo del pueblo. Se ponía el sol, y las gallinas se subían a su percha; una de ellas, blanca y paticorta, ponía sus huevos con toda regularidad y era una gallina de lo más respetable. Una vez en su percha, se dedicó a asearse con el pico, y en la operación perdió una pluma.
- ¡Ya voló una! -dijo-. Cuanto más me desplumo, más guapa estoy -. Lo dijo en broma, pues de todas las gallinas era la de carácter más alegre; por lo demás, como ya dijimos, era la respetabilidad personificada. Y luego se puso a dormir.
El gallinero estaba a oscuras; las gallinas estaban alineadas en su percha, pero la contigua a la nuestra permanecía despierta. Aquellas palabras las había oído y no las había oído, como a menudo conviene hacer en este mundo, si uno quiere vivir en paz y tranquilidad. Con todo, no pudo contenerse y dijo a la vecina del otro lado:
- ¿No has oído? No quiero citar nombres, pero lo cierto es que hay aquí una gallina que se despluma para parecer más hermosa. Si yo fuese gallo, la despreciaría.
Pero he aquí que más arriba de las gallinas vivía la lechuza, con su marido y su prole; todos los miembros de la familia tenían un oído finísimo y oyeron las palabras de la gallina, y, oyéndolas, revolvieron los ojos, y la madre lechuza se puso a abanicarse con las alas.
- ¡No escuchéis esas cosas! Pero habéis oído lo que acaban de decir, ¿verdad?. Yo lo he oído con mis propias orejas; ¡lo que oirán aún, las pobres, antes de que se me caigan! Hay una gallina que hasta tal punto ha perdido toda noción de decencia, que se está arrancando todas las plumas a la vista del gallo.
- Prenez garde aux enfants! -exclamó el padre lechuza-. Estas cosas no son para que las oigan los niños.
- Pero voy a contárselo a la lechuza de enfrente. Es la más respetable de estos alrededores -. Y se echó a volar.
- ¡Jujú, ujú! -y las dos se estuvieron así comadreando sobre el palomar del vecino, y luego contaron la historia a las palomas: - ¿Habéis oído, habéis oído? ¡Ujú! Hay una gallina que por amor del gallo se ha arrancado todas las plumas. ¡Y se morirá helada, si no lo ha hecho ya! ¡Ujú!
- ¿Dónde, dónde? -arrullaron las palomas.
- En el corral de enfrente. Es como si lo hubiese visto con mis ojos. Es un caso tan indecoroso, que una casi no se atreve a contarlo, pero es la pura verdad.
- ¡La purra, la purra verrdad! -corearon las palomas, y, dirigiéndose al gallinero de abajo: - Hay una gallina -dijeron-, y hay quien afirma que son dos, que se han arrancado todas las plumas para distinguirse de las demás y llamar la atención del gallo. Es el colmo... y peligroso, además, pues se puede pescar un resfriado y morirse de una calentura... Y parece que ya han muerto, ¡las dos!
- ¡Despertad, despertad! -gritó el gallo subiéndose a la valla con los ojos soñolientos, pero vociferando a todo pulmón: - ¡Tres gallinas han muerto víctimas de su desgraciado amor por un gallo!. Se arrancaron todas las plumas. Es una historia horrible, y no quiero guardármela en el buche. ¡Pasadla, que corra!
- ¡Que corra! -silbaron los murciélagos, y las gallinas cacarearon, y los gallos cantaron: - ¡Que corra, que corra! -. Y de este modo la historia fue pasando de gallinero en gallinero, hasta llegar, finalmente, a aquel del cual había salido.
- Son cinco gallinas -decían- que se han arrancado todas las plumas para que el gallo viera cómo habían adelgazado por su amor, y luego se picotearon mutuamente hasta matarse, con gran bochorno y vergüenza de su familia y gran perjuicio para el dueño.
Como es natural, la gallina a la que se la había soltado la plumita no se reconoció como la protagonista del suceso, y siendo, como era, una gallina respetable, dijo:
- Este tipo de gallinas merecen el desprecio general. ¡Desgraciadamente, abundan mucho! Éstas cosas no deben ocultarse, y haré cuanto pueda para que el hecho se publique en el periódico; que lo sepa todo el país. Se lo tienen bien merecido las gallinas, y también su familia.
Y la cosa apareció en el periódico, en letras de molde, y es la pura verdad: «Una plumilla puede muy bien convertirse en cinco gallinas».

24 de xullo de 2018

La pareja de enamorados

Hans Christian Andersen

La pareja de enamorados

Un trompo y una pelota yacían juntos en una caja, entre otros diversos juguetes, y el trompo dijo a la pelota:
- ¿Por qué no nos hacemos novios, puesto que vivimos juntos en la caja?
Pero la pelota, que estaba cubierta de un bello tafilete y presumía como una encopetada señorita, ni se dignó contestarle.
Al día siguiente vino el niño propietario de los juguetes, y se le ocurrió pintar el trompo de rojo y amarillo y clavar un clavo de latón en su centro. El trompo resultaba verdaderamente espléndido cuando giraba.
- ¡Míreme! -dijo a la pelota-. ¿Qué me dice ahora? ¿Quiere que seamos novios? Somos el uno para el otro. Usted salta y yo bailo. ¿Puede haber una pareja más feliz?
- ¿Usted cree? -dijo la pelota con ironía-. Seguramente ignora que mi padre y mi madre fueron zapatillas de tafilete, y que mi cuerpo es de corcho español.
- Sí, pero yo soy de madera de caoba -respondió la peonza- y el propio alcalde fue quien me torneó. Tiene un torno y se divirtió mucho haciéndome.
- ¿Es cierto lo que dice? -preguntó la pelota.
- ¡Qué jamás reciba un latigazo si miento! -respondió el trompo.
- Desde luego, sabe usted hacerse valer -dijo la pelota-; pero no es posible; estoy, como quien dice, prometida con una golondrina. Cada vez que salto en el aire, asoma la cabeza por el nido y pregunta: «¿Quiere? ¿Quiere?». Yo, interiormente, le he dado ya el sí, y esto vale tanto como un compromiso. Sin embargo, aprecio sus sentimientos y le prometo que no lo olvidaré.
- ¡Vaya consuelo! -exclamó el trompo, y dejaron de hablarse.
Al día siguiente, el niño jugó con la pelota. El trompo la vio saltar por los aires, igual que un pájaro, tan alta, que la perdía de vista. Cada vez volvía, pero al tocar el suelo pegaba un nuevo salto sea por afán de volver al nido de la golondrina, sea porque tenía el cuerpo de corcho. A la novena vez desapareció y ya no volvió; por mucho que el niño estuvo buscándola, no pudo dar con ella.
- ¡Yo sé dónde está! -suspiró el trompo-. ¡Está en el nido de la golondrina y se ha casado con ella!
Cuanto más pensaba el trompo en ello tanto más enamorado se sentía de la pelota. Su amor crecía precisamente por no haber logrado conquistarla. Lo peor era que ella hubiese aceptado a otro. Y el trompo no cesaba de pensar en la pelota mientras bailaba y zumbaba; en su imaginación la veía cada vez más hermosa. Así pasaron algunos años y aquello se convirtió en un viejo amor.
El trompo ya no era joven. Pero he aquí que un buen día lo doraron todo. ¡Nunca había sido tan hermoso! En adelante sería un trompo de oro, y saltaba que era un contento. ¡Había que oír su ronrón! Pero de pronto pegó un salto excesivo y... ¡adiós!
Lo buscaron por todas partes, incluso en la bodega, pero no hubo modo de encontrarlo. ¿Dónde estaría?
Había saltado al depósito de la basura, dónde se mezclaban toda clase de cachivaches, tronchos de col, barreduras y escombros caídos del canalón.
- ¡A buen sitio he ido a parar! Aquí se me despintará todo el dorado. ¡Vaya gentuza la que me rodea!-. Y dirigió una mirada de soslayo a un largo troncho de col que habían cortado demasiado cerca del repollo, y luego otra a un extraño objeto esférico que parecía una manzana vieja. Pero no era una manzana, sino una vieja pelota, que se había pasado varios años en el canalón y estaba medio consumida por la humedad.
- ¡Gracias a Dios que ha venido uno de los nuestros, con quien podré hablar! -dijo la pelota considerando al dorado trompo.
- Tal y como me ve, soy de tafilete, me cosieron manos de doncella y tengo el cuerpo de corcho español, pero nadie sabe apreciarme. Estuve a punto de casarme con una golondrina, pero caí en el canalón, y en él me he pasado seguramente cinco años. ¡Ay, cómo me ha hinchado la lluvia! Créeme, ¡es mucho tiempo para una señorita de buena familia!
Pero el trompo no respondió; pensaba en su viejo amor, y, cuanto más oía a la pelota, tanto más se convencía de que era ella.
Vino en éstas la criada, para verter el cubo de la basura.
- ¡Anda, aquí está el trompo dorado! -dijo.
El trompo volvió a la habitación de los niños y recobró su honor y prestigio, pero de la pelota nada más se supo. El trompo ya no habló más de su viejo amor. El amor se extingue cuando la amada se ha pasado cinco años en un canalón y queda hecha una sopa; ni siquiera es reconocida al encontrarla en un cubo de basura.

23 de xullo de 2018

Ortografía

Ortografía
Os signos de puntuación
A coma indica unha pausa breve, dentro dunha oración.
Úsase a coma
1. Para separar os elementos dunha enumeración (agás os que van unidos por conxuncións:
e, ou…)
O barco trouxo hoxe fanecas, xurelos, sardiñas, douradas e robalizas.
2. Para introducir aclaracións ou incisos nunha oración.
Xoán, o irmán de Cristina, volveu onte da súa viaxe.
3. Cando invertemos a orde lóxica nunha oración.
Aos trece anos, meu avó marchou para a Arxentina.
4. Para indicar que nunha oración se omitiu ou suprimiu un verbo.
Eu teño vinte e dous anos; Mónica, dezanove.
5. Para separar do resto da oración o nome da persoa á que nos diriximos (vocativo).
Pénsao ben, Carme, que é unha decisión moi difícil.
6. Para separar lugar de data (nas cabeceiras das cartas) ou números enteiros de
decimais.
A Coruña, 28 de decembro de 2005
Custa 3,25 euros.
7. En ocasións, para marcar unha pausa antes (e, ás veces, despois) dalgunhas conxuncións
como pero, mais, non obstante, aínda así, polo tanto, daquela, porque,
aínda que...
Xa aforrei doce euros, aínda así, non teño suficiente para mercar ese DVD.
Nunca se usa coma
Separando suxeito e predicado
Incorrecto: *Os alumnos, fan o exame.
Correcto: Os alumnos fan o exame.

22 de xullo de 2018

La rosa más bella del mundo

Hans Christian Andersen

La rosa más bella del mundo

Érase una reina muy poderosa, en cuyo jardín lucían las flores más hermosas de cada estación del año. Ella prefería las rosas por encima de todas; por eso las tenía de todas las variedades, desde el escaramujo de hojas verdes y olor de manzana hasta la más magnífica rosa de Provenza. Crecían pegadas al muro del palacio, se enroscaban en las columnas y los marcos de las ventanas y, penetrando en las galerías, se extendían por los techos de los salones, con gran variedad de colores, formas y perfumes.
Pero en el palacio moraban la tristeza y la aflicción. La Reina yacía enferma en su lecho, y los médicos decían que iba a morir.
- Hay un medio de salvarla, sin embargo -afirmó el más sabio de ellos-. Traedle la rosa más espléndida del mundo, la que sea expresión del amor puro y más sublime. Si puede verla antes de que sus ojos se cierren, no morirá.
Y ya tenéis a viejos y jóvenes acudiendo, de cerca y de lejos, con rosas, las más bellas que crecían en todos los jardines; pero ninguna era la requerida. La flor milagrosa tenía que proceder del jardín del amor; pero incluso en él, ¿qué rosa era expresión del amor más puro y sublime?
Los poetas cantaron las rosas más hermosas del mundo, y cada uno celebraba la suya. Y el mensaje corrió por todo el país, a cada corazón en que el amor palpitaba; corrió el mensaje y llegó a gentes de todas las edades y clases sociales.
- Nadie ha mencionado aún la flor -afirmaba el sabio. Nadie ha designado el lugar donde florece en toda su magnificencia. No son las rosas de la tumba de Romeo y Julieta o de la Walburg, a pesar de que su aroma se exhalará siempre en leyendas y canciones; ni son las rosas que brotaron de las lanzas ensangrentadas de Winkelried, de la sangre sagrada que mana del pecho del héroe que muere por la patria, aunque no hay muerte más dulce ni rosa más roja que aquella sangre. Ni es tampoco aquella flor maravillosa para cuidar la cual el hombre sacrifica su vida velando de día y de noche en la sencilla habitación: la rosa mágica de la Ciencia.
- Yo sé dónde florece -dijo una madre feliz, que se presentó con su hijito a la cabecera de la Reina-. Sé dónde se encuentra la rosa más preciosa del mundo, la que es expresión del amor más puro y sublime. Florece en las rojas mejillas de mi dulce hijito cuando, restaurado por el sueño, abre los ojos y me sonríe con todo su amor.
Bella es esa rosa -contestó el sabio pero hay otra más bella todavía.
- ¡Sí, otra mucho más bella! -dijo una de las mujeres-. La he visto; no existe ninguna que sea más noble y más santa. Pero era pálida como los pétalos de la rosa de té. En las mejillas de la Reina la vi. La Reina se había quitado la real corona, y en las largas y dolorosas noches sostenía a su hijo enfermo, llorando, besándolo y rogando a Dios por él, como sólo una madre ruega a la hora de la angustia.
- Santa y maravillosa es la rosa blanca de la tristeza en su poder, pero tampoco es la requerida.
- No; la rosa más incomparable la vi ante el altar del Señor -afirmó el anciano y piadoso obispo-. La vi brillar como si reflejara el rostro de un ángel. Las doncellas se acercaban a la sagrada mesa, renovaban el pacto de alianza de su bautismo, y en sus rostros lozanos se encendían unas rosas y palidecían otras. Había entre ellas una muchachita que, henchida de amor y pureza, elevaba su alma a Dios: era la expresión del amor más puro y más sublime.
- ¡Bendita sea! -exclamó el sabio-, mas ninguno ha nombrado aún la rosa más bella del mundo.
En esto entró en la habitación un niño, el hijito de la Reina; había lágrimas en sus ojos y en sus mejillas, y traía un gran libro abierto, encuadernado en terciopelo, con grandes broches de plata.
- ¡Madre! -dijo el niño-. ¡Oye lo que acabo de leer! -. Y, sentándose junto a la cama, se puso a leer acerca de Aquél que se había sacrificado en la cruz para salvar a los hombres y a las generaciones que no habían nacido.
- ¡Amor más sublime no existe!
Encendióse un brillo rosado en las mejillas de la Reina, sus ojos se agrandaron y resplandecieron, pues vio que de las hojas de aquel libro salía la rosa más espléndida del mundo, la imagen de la rosa que, de la sangre de Cristo, brotó del árbol de la Cruz.
- ¡Ya la veo! -exclamó-. Jamás morirá quien contemple esta rosa, la más bella del mundo.

21 de xullo de 2018

Inicio de Cómo Llegó Plash-Goo al País que Nadie Deasea

Lord Dunsany - De Cómo Llegó Plash-Goo al País que Nadie Deasea

     En una choza con techo de paja, de tan descomunal tamaño que podríamos
     considerarla un palacio, aunque no fuera más que una choza por su estilo
     constructivo, sus vigas de madera y la índole de su interior, vivía
     Plash-Goo.
     Plash-Goo era uno de los hijos de los gigantes, cuyo monarca era Uph. El
     linaje de Uph había menguado en corpulencia durante los últimos quinientos
     años, de manera que ahora los gigantes no sobrepasaban los quince pies de
     altura; no obstante, Uph comía elefantes, que atrapaba con las manos.
     En la cumbre de las montañas que rodeaban la casa de Plash-Goo -pues
     Plash-Goo vivía en el llano- habitaba un enano llamado Lrippity-Kang.
     El enano solía caminar al atardecer por las crestas más altas de las
     montañas, subiéndolas y bajándolas, y era achaparrado, feo y peludo; y
     Plash-Goo lo vio claramente.
     Durante varias semanas, el gigante había soportado verlo hasta que
     finalmente le molestó su presencia (como suele ocurrir a los hombres con
     las cosas insignificantes) y ya no pudo dormir por las noches y perdió el
     gusto por los cerdos. Y por fin llegó el día, como cualquiera podía haber
     adivinado, en que Plash-Goo se echó al hombro su garrote y subió a buscar
     al enano.

20 de xullo de 2018

Dentro de mil años

Hans Christian Andersen

Dentro de mil años
(escrito en 1853)

Sí, dentro de mil años la gente cruzará el océano, volando por los aires, en alas del vapor. Los jóvenes colonizadores de América acudirán a visitar la vieja Europa. Vendrán a ver nuestros monumentos y nuestras decaídas ciudades, del mismo modo que nosotros peregrinamos ahora para visitar las decaídas magnificencias del Asia Meridional. Dentro de mil años, vendrán ellos.
El Támesis, el Danubio, el Rin, seguirán fluyendo aún; el Mont­blanc continuará enhiesto con su nevada cumbre, la auroras boreales proyectarán sus brillantes resplandores sobre las tierras del Norte; pero una generación tras otra se ha convertido en polvo, series enteras de momentáneas grandezas han caído en el olvido, como aquellas que hoy dormitan bajo el túmulo donde el rico harinero, en cuya propiedad se alza, se mandó instalar un banco para contemplar desde allí el ondeante campo de mieses que se extiende a sus pies.
- ¡A Europa! -exclamarán las jóvenes generaciones americanas-. ¡A la tierra de nuestros abuelos, la tierra santa de nuestros recuerdos y nuestras fantasías! ¡A Europa!
Llega la aeronave, llena de viajeros, pues la travesía es más rápida que por el mar; el cable electromagnético que descansa en el fondo del océano ha telegrafiado ya dando cuenta del número de los que forman la caravana aérea. Ya se avista Europa, es la costa de Irlanda la que se vislumbra, pero los pasajeros duermen todavía; han avisado que no se les despierte hasta que estén sobre Inglaterra. Allí pisarán el suelo de Europa, en la tierra de Shakespeare, como la llaman los hombres de letras; en la tierra de la política y de las máquinas, como la llaman otros. La visita durará un día: es el tiempo que la apresurada generación concede a la gran Inglaterra y a Escocia.
El viaje prosigue por el túnel del canal hacia Francia, el país de Carlomagno y de Napoleón. Se cita a Molière, los eruditos hablan de una escuela clásica y otra romántica, que florecieron en tiempos remotos, y se encomia a héroes, vates y sabios que nuestra época desconoce, pero que más tarde nacieron sobre este cráter de Europa que es París.
La aeronave vuela por sobre la tierra de la que salió Colón, la cuna de Cortés, el escenario donde Calderón cantó sus dramas en versos armoniosos; hermosas mujeres de negros ojos viven aún en los valles floridos, y en estrofas antiquísimas se recuerda al Cid y la Alhambra.
Surcando el aire, sobre el mar, sigue el vuelo hacia Italia, asiento de la vieja y eterna Roma. Hoy está decaída, la Campagna es un desierto; de la iglesia de San Pedro sólo queda un muro solitario, y aun se abrigan dudas sobre su autenticidad.
Y luego a Grecia, para dormir una noche en el lujoso hotel edificado en la cumbre del Olimpo; poder decir que se ha estado allí, viste mucho. El viaje prosigue por el Bósforo, con objeto de descansar unas horas y visitar el sitio donde antaño se alzó Bizancio. Pobres pescadores lanzan sus redes allí donde la leyenda cuenta que estuvo el jardín del harén en tiempos de los turcos.
Continúa el itinerario aéreo, volando sobre las ruinas de grandes ciudades que se levantaron a orillas del caudaloso Danubio, ciudades que nuestra época no conoce aún; pero aquí y allá - sobre lugares ricos en recuerdos que algún día saldrán del seno del tiempo - se posa la caravana para reemprender muy pronto el vuelo.
Al fondo se despliega Alemania - otrora cruzada por una densísima red de ferrocarriles y canales - el país donde predicó Lutero, cantó Goethe y Mozart empuñó el cetro musical de su tiempo. Nombres ilustres brillaron en las ciencias y en las artes, nombres que ignoramos. Un día de estancia en Alemania y otro para el Norte, para la patria de Örsted y Linneo, y para Noruega, la tierra de los antiguos héroes y de los hombres eternamente jóvenes del Septentrión. Islandia queda en el itinerario de regreso; el géiser ya no bulle, y el Hecla está extinguido, pero como la losa eterna de la leyenda, la prepotente isla rocosa sigue incólume en el mar bravío.
- Hay mucho que ver en Europa -dice el joven americano- y lo hemos visto en ocho días. Se puede hacer muy bien, como el gran viajero - aquí se cita un nombre conocido en aquel tiempo - ha demostrado en su famosa obra: Cómo visitar Europa en ocho días.

19 de xullo de 2018

Aforismos de Leonardo

321.- O ollo, que chaman xanela da alma, é a vía principal por onde o centro dos sentidos ou común sentido (comune senso) pode contemplar máis amplamente as infinitas e magníficas obras da 
natureza; a orella é o segundo sentido, o cal se ennoblece escoitando o relato, das cousas que o ollo viu. 

18 de xullo de 2018

HAGASE COMO SE ORDENA

MARQUES DE SADE - HAGASE COMO SE ORDENA


- Hija mía -dice la baronesa de Fréval a la mayor de sus hijas, que iba a
casarse al día siguiente-, sois hermosa como un ángel; apenas habéis cumplido
vuestro decimotercer año y es imposible ser más tierna y más encantadora; parece

como si el mismísimo amor se hubiera recreado en dibujar vuestras facciones, y
sin embargo os veis obligada a convertiros mañana en esposa de un viejo
picapleitos cuyas manías son de lo más sospechosas... Es un compromiso que me
desagrada extraordinariamente, pero vuestro padre lo quiere. Yo deseaba hacer de

vos una mujer de elevada posición, pero ya no es posible; estáis destinada a
cargar toda vuestra vida con el ingrato título de presidenta... Lo que más me
desespera es que no llegaréis a serlo más que a medias... El pudor me impide
explicaros esto, hija mía..., pero es que esos viejos tunantes, que acostumbran
a juzgar al prójimo sin saber juzgarse a si mismos, tienen caprichos tan
barrocos, habituados a una vida en el seno de la indolencia... Esos bribones se
corrompen desde que nacen, se hunden en el libertinaje, y arrastrándose en el
impuro fango de las leyes de Justiniano y de las obscenidades de la capital,
como la culebra que no levanta la cabeza más que de cuando en cuando para
devorar insectos, sólo se les ve salir de él a base de reprimendas o de alguna
detención. Así, pues, escuchadme, hija mía, y manteneos erguida..., porque si
inclináis la cabeza de esa forma complaceréis extraordinariamente al señor
presidente, y no me extrañaría que os la pusiera a menudo mirando a la pared...
En una palabra, hija mía, se trata de lo siguiente: negad rotundamente a vuestro

marido lo primero que os proponga; estamos convencidos de que esa primera
proposición será, sin la menor duda, de lo más indecente e intolerable...
Conocemos sus gustos; hace ya cuarenta años que, llevado de convicciones
totalmente ridículas, ese maldito pícaro afeminado tiene la costumbre de tomarlo

todo única y exclusivamente por detrás. Así, pues, hija mía, vos os negaréis,
¿me oís?, y le contestaréis: «No, señor, por cualquier otro sitio que os guste,
pero por ahí, de ninguna manera.»
Dicho esto, se ponen a engalanar a la señorita De Fréval; la arreglan, la bañan,

la perfuman. Llega el presidente, con el pelo ensortijado como un querubín,
empolvado hasta los hombros, gangoso, chillón, balbuciendo leyes y diciendo cómo

tiene que ser el Estado. Gracias al arreglo de su peluca, de su traje ajustado,
de sus carnes prietas y restallantes, apenas se le calcularían cuarenta años,
aunque tenía cerca de sesenta. Aparece la novia, él le hace unas carantoñas y en

los ojos del leguleyo se puede ya leer toda la depravación de su alma. Al fin
llega el momento... la desnuda, se acuestan y por una vez en su vida, el
presidente, bien por tomarse un poco más de tiempo para educar a su discípula o
bien por temor a los sarcasmos que podrían ser fruto de las indiscreciones de
su mujer, no piensa más que en cosechar placeres legítimos. Pero la señorita De
Fréval ha sido bien educada. La señorita De Fréval, que se acuerda de que su
mamá le ha aconsejado que rechazara con toda firmeza las primeras proposiciones
que le fueran a hacer, no desperdicia la ocasión y le dice al presidente:
- No, señor por mucho que queráis no ha de ser así; por cualquier otro sitio que

os guste, pero por ahí, de ninguna manera.
- Señora -contesta el presidente estupefacto-, debo protestar... estoy haciendo
un esfuerzo... en realidad es una virtud.
- No, señor, por más que insistáis nunca accederé a eso.
- Muy bien, señora, hay que teneros contenta -responde el picapleitos, tomando
posesión de su enclave predilecto-. Mucho sentiría disgustaros y más en vuestra
noche de bodas, pero tened cuidado, señora, pues en el futuro, por mucho que me
lo roguéis, ya no podréis hacer que varíe mi rumbo.
- Me parece muy bien, señor -contesta la joven, buscando la postura-, no temáis
que no os lo he de pedir.
- Entonces, ya que así lo queréis, adelante -contesta el hombre de bien,
mientras se acomoda-. En nombre de Ganímedes y de Sócrates, hágase como se
ordena!

17 de xullo de 2018

El niño travieso

Hans Christian Andersen

El niño travieso

Érase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer, cuando estaba en casa, el tiempo se puso muy malo; fuera llovía a cántaros, pero el anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la estufa, en la que ardía un buen fuego y se asaban manzanas.
- Ni un pelo de la ropa les quedará seco a los infelices que este temporal haya pillado fuera de casa -dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos.
- ¡Ábrame! ¡Tengo frío y estoy empapado! -gritó un niño desde fuera. Y llamaba a la puerta llorando, mientras la lluvia caía furiosa, y el viento hacía temblar todas las ventanas.
- ¡Pobrecillo! -dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo completamente desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba de frío; de no hallar refugio, seguramente habría sucumbido, víctima de la inclemencia del tiempo.
- ¡Pobre pequeño! -exclamó el compasivo poeta, cogiéndolo de la mano-. ¡Ven conmigo, que te calentaré! Voy a darte vino y una manzana, porque eres tan precioso.
Y lo era, en efecto. Sus ojos parecían dos límpidas estrellas, y sus largos y ensortijados bucles eran como de oro puro, aun estando empapados. Era un verdadero angelito, pero estaba pálido de frío y tirítaba con todo su cuerpo. Sostenía en la mano un arco magnifico, pero estropeado por la lluvia; con la humedad, los colores de sus flechas se habían borrado y mezclado unos con otros.
El poeta se sentó junto a la estufa, puso al chiquillo en su regazo, escurrióle el agua del cabello, le calentó las manitas en las suyas y le preparó vino dulce. El pequeño no tardó en rehacerse: el color volvió a sus mejillas, y, saltando al suelo, se puso a bailar alrededor del anciano poeta.
- ¡Eres un rapaz alegre! -dijo el viejo-. ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Amor -respondió el pequeño-. ¿No me conoces? Ahí está mi arco, con el que disparo, puedes creerme. Mira, ya ha vuelto el buen tiempo, y la luna brilla.
- Pero tienes el arco estropeado -observó el anciano.
- ¡Mala cosa sería! -exclamó el chiquillo, y, recogiéndolo del suelo, lo examinó con atención-. ¡Bah!, ya se ha secado; no le ha pasado nada; la cuerda está bien tensa. ¡Voy a probarlo! -. Tensó el arco, púsole una flecha y, apuntando, disparó certero, atravesando el corazón del buen poeta.- ¡Ya ves que mi arco no está estropeado! -dijo, y, con una carcajada, se marchó. ¡Habíase visto un chiquillo más malo! ¡Disparar así contra el viejo poeta, que lo había acogido en la caliente habitación, se había mostrado tan bueno con él y le había dado tan exquisito vino y sus mejores manzanas!
El buen señor yacía en el suelo, llorando; realmente le habían herido en el corazón.
-¡Oh, qué niño tan pérfido es ese Amor! Se lo contaré a todos los chiquillos buenos, para que estén precavidos y no jueguen con él, pues procurará causarles algún daño.
Todos los niños y niñas buenos a quienes contó lo sucedido se pusieron en guardia contra las tretas de Amor, pero éste continuó haciendo de las suyas, pues realmente es de la piel del diablo. Cuando los estudiantes salen de sus clases, él marcha a su lado, con un libro debajo del brazo y vestido con levita negra. No lo reconocen y lo cogen del brazo, creyendo que es también un estudiante, y entonces él les clava una flecha en el pecho. Cuando las muchachas vienen de escuchar al señor cura y han recibido ya la confirmación él las sigue también. Sí, siempre va detrás de la gente. En el teatro se sienta en la gran araña, y echa llamas para que las personas crean que es una lámpara, pero ¡quiá!; demasiado tarde descubren ellas su error. Corre por los jardines y en torno a las murallas. Sí, un día hirió en el corazón a tu padre y a tu madre. Pregúntaselo, verás lo que te dicen. Créeme, es un chiquillo muy travieso este Amor; nunca quieras tratos con él; acecha a todo el mundo. Piensa que un día disparó, una flecha hasta a tu anciana abuela; pero de eso hace mucho tiempo. Ya pasó, pero ella no lo olvida. ¡Caramba con este diablillo de Amor! Pero ahora ya lo conoces y sabes lo malo que es.

16 de xullo de 2018

Diccionario

cácabo

substantivo masculino
Troita moi pequena.
Pescou un cácabo e mandouno de volta ao río.

familiar
Estómago
Traballábase máis a gusto co cácabo cheo.

15 de xullo de 2018

Di Stefano

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

    EL PAIS | Deportes - 22-09-2003
    Comparto con Serrat, y tantos otros arrapiezos catalanes, el mito ya
    cantable de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Ahí están esos cinco
    cromos junto a las fotos de mis seres queridos y a los vacíos de los
    animales que se me han muerto. Y de aquella adolescencia sensible extraigo
    una foto que empezó siendo deportiva y acabó siendo política. Di Stéfano
    bebiendo agua de la Fuente de Canaletas, en plena Rambla, señal simbólica de
    que nunca abandonaría Barcelona, a pesar de que las aguas ya sabían algo a
    cloro y no eran las mismas que había hecho traer siglos atrás Fivaller desde
    las colinas más propicias.

14 de xullo de 2018

Abuelita

Hans Christian Andersen

Abuelita

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.
- Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habríase dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

13 de xullo de 2018

El alforfón

Hans Christian Andersen

El alforfón

Si después de una tormenta pasáis junto a un campo de alforfón, lo veréis a menudo ennegrecido y como chamuscado; se diría que sobre él ha pasado una llama, y el labrador observa: - Esto es de un rayo -. Pero, ¿cómo sucedió? Os lo voy a contar, pues yo lo sé por un gorrioncillo, al cual, a su vez, se lo reveló un viejo sauce que crece junto a un campo de alforfón. Es un sauce corpulento y venerable pero muy viejo y contrahecho, con una hendidura en el tronco, de la cual salen hierbajos y zarzamoras. El árbol está muy encorvado, y las ramas cuelgan hasta casi tocar el suelo, como una larga cabellera verde.
En todos los campos de aquellos contornos crecían cereales, tanto centeno como cebada y avena, esa magnífica avena que, cuando está en sazón, ofrece el aspecto de una fila de diminutos canarios amarillos posados en una rama. Todo aquel grano era una bendición, y cuando más llenas estaban las espigas, tanto más se inclinaban, como en gesto de piadosa humildad.
Pero había también un campo sembrado de alforfón, frente al viejo sauce. Sus espigas no se inclinaban como las de las restantes mieses, sino que permanecían enhiestas y altivas.
- Indudablemente, soy tan rico como la espiga de trigo -decía-, y además soy mucho más bonito; mis flores son bellas como las del manzano; deleita los ojos mirarnos, a mí y a los míos. ¿Has visto algo más espléndido, viejo sauce?
El árbol hizo un gesto con la cabeza, como significando: «¡Qué cosas dices!». Pero el alforfón, pavoneándose de puro orgullo, exclamó: - ¡Tonto de árbol! De puro viejo, la hierba le crece en el cuerpo.
Pero he aquí que estalló una espantosa tormenta; todas las flores del campo recogieron sus hojas y bajaron la cabeza mientras la tempestad pasaba sobre ellas; sólo el alforfón seguía tan engreído y altivo.
- ¡Baja la cabeza como nosotras! -le advirtieron las flores.
- ¡Para qué! -replicó el alforfón.
- ¡Agacha la cabeza como nosotros! -gritó el trigo-. Mira que se acerca el ángel de la tempestad. Sus alas alcanzan desde las nubes al suelo, y puede pegarte un aletazo antes de que tengas tiempo de pedirle gracia.
- ¡Que venga! No tengo por qué humillarme -respondió el alforfón.
- ¡Cierra tus flores y baja tus hojas! -le aconsejó, a su vez, el viejo sauce-. No levantes la mirada al rayo cuando desgarre la nube; ni siquiera los hombres pueden hacerlo, pues a través del rayo se ve el cielo de Dios, y esta visión ciega al propio hombre. ¡Qué no nos ocurriría a nosotras, pobres plantas de la tierra, que somos mucho menos que él!
- ¿Menos que él? -protestó el alforfón-. ¡Pues ahora miraré cara a cara al cielo de Dios! -. Y así lo hizo, cegado por su soberbia. Y tal fue el resplandor, que no pareció sino que todo el mundo fuera una inmensa llamarada.
Pasada ya la tormenta, las flores y las mieses se abrieron y levantaron de nuevo en medio del aire puro y en calma, vivificados por la lluvia; pero el alforfón aparecía negro como carbón, quemado por el rayo; no era más que un hierbajo muerto en el campo.
El viejo sauce mecía sus ramas al impulso del viento, y de sus hojas verdes caían gruesas gotas de agua, como si el árbol llorase, y los gorriones le preguntaron:
- ¿Por qué lloras? ¡Si todo esto es una bendición! Mira cómo brilla el sol, y cómo desfilan las nubes. ¿No respiras el aroma de las flores y zarzas? ¿Por qué lloras, pues, viejo sauce?
Y el sauce les habló de la soberbia del alforfón, de su orgullo y del castigo que le valió. Yo, que os cuento la historia, la oí de los gorriones. Me la narraron una tarde, en que yo les había pedido que me contaran un cuento.

12 de xullo de 2018

Aforismos de Leonardo

320.- Pero se estas peregrinacións realízanse continuamente, quen as inspira sen necesidade? Confesarás certamente que é o simulacro pictórico da Divindade, a cal non podería ser figurada en efixie e virtude por ningunha descrición literaria. Parecería, pois, que a Divindade ama a tal pintura e ama aos que a aman e reverencian, e deléitase máis en ser adorada, nesa figura que noutra imitación súa, e que, en fin, por ela concede grazas e dons de saúde, segundo cren os que a tales lugares de peregrinación concorren. 

11 de xullo de 2018

Los campeones de salto

Hans Christian Andersen

Los campeones de salto

La pulga, el saltamontes y el huesecillo saltarín apostaron una vez a quién saltaba más alto, e invitaron a cuantos quisieran presenciar aquel campeonato. Hay que convenir que se trataba de tres grandes saltadores.
- ¡Daré mi hija al que salte más alto! -dijo el Rey-, pues sería muy triste que las personas tuviesen que saltar de balde.
Presentóse primero la pulga. Era bien educada y empezó saludando a diestro y a siniestro, pues por sus venas corría sangre de señorita, y estaba acostumbrada a no alternar más que con personas, y esto siempre se conoce.
Vino en segundo término el saltamontes. Sin duda era bastante más pesadote que la pulga, pero sus maneras eran también irreprochables; vestía el uniforme verde con el que había nacido. Afirmó, además, que tenía en Egipto una familia de abolengo, y que era muy estimado en el país. Lo habían cazado en el campo y metido en una casa de cartulina de tres pisos, hecha de naipes de color, con las estampas por dentro. Las puertas y ventanas habían sido cortadas en el cuerpo de la dama de corazones.
- Sé cantar tan bien -dijo-, que dieciséis grillos indígenas que vienen cantando desde su infancia - a pesar de lo cual no han logrado aún tener una casa de naipes -, se han pasmado tanto al oírme, que se han vuelto aún más delgados de lo que eran antes.
Como se ve, tanto la pulga como el saltamontes se presentaron en toda forma, dando cuenta de quiénes eran, y manifestando que esperaban casarse con la princesa.
El huesecillo saltarín no dijo esta boca es mía; pero se rumoreaba que era de tanto pensar, y el perro de la Corte sólo tuvo que husmearlo, para atestiguar que venía de buena familia. El viejo consejero, que había recibido tres condecoraciones por su mutismo, aseguró que el huesecillo poseía el don de profecía; por su dorso podía vaticinarse si el invierno sería suave o riguroso, cosa que no puede leerse en la espalda del que escribe el calendario.
- De momento, yo no digo nada -manifestó el viejo Rey-. Me quedo a ver venir y guardo mi opinión para el instante oportuno.
Había llegado la hora de saltar. La pulga saltó tan alto, que nadie pudo verla, y los demás sostuvieron que no había saltado, lo cual estuvo muy mal.
El saltamontes llegó a la mitad de la altura alcanzada por la pulga, pero como casi dio en la cara del Rey, éste dijo que era un asco.
El huesecillo permaneció largo rato callado, reflexionando; al fin ya pensaban los espectadores que no sabía saltar.
- ¡Mientras no se haya mareado! -dijo el perro, volviendo a husmearlo. ¡Rutch!, el hueso pegó un brinco de lado y fue a parar al regazo de la princesa, que estaba sentada en un escabel de oro.
Entonces dijo el Rey:
- El salto más alto es el que alcanza a mi hija, pues ahí está la finura; mas para ello hay que tener cabeza, y el huesecillo ha demostrado que la tiene. A eso llamo yo talento.
Y le fue otorgada la mano de la princesa.
- ¡Pero si fui yo quien saltó más alto! -protestó la pulga-. ¡Bah, qué importa! ¡Que se quede con el hueso! Yo salté más alto que los otros, pero en este mundo hay que ser corpulento, además, para que os vean.
Y se marchó a alistarse en el ejército de un país extranjero, donde perdió la vida, según dicen.
El saltamontes se instaló en el ribazo y se puso a reflexionar sobre las cosas del mundo; y dijo a su vez:
- ¡Hay que ser corpulento, hay que ser corpulento!
Luego entonó su triste canción, por la cual conocemos la historia. Sin embargo, yo no la tengo por segura del todo, aunque la hayan puesto en letras de molde.

10 de xullo de 2018

El libro mudo

Hans Christian Andersen

El libro mudo

Junto a la carretera que cruzaba el bosque se levantaba una granja solitaria; la carretera pasaba precisamente a su través. Brillaba el sol, todas las ventanas estaban abiertas; en el interior reinaba gran movimiento, pero en la era, entre el follaje de un saúco florido, había un féretro abierto, con un cadáver que debía recibir sepultura aquella misma mañana. Nadie velaba a su lado, nadie lloraba por el difunto, cuyo rostro aparecía cubierto por un paño blanco. Bajo la cabeza tenía un libro muy grande y grueso; las hojas eran de grandes pliegos de papel secante, y en cada una había, ocultas y olvidadas, flores marchitas, todo un herbario, reunido en diferentes lugares. Debía ser enterrado con él, pues así lo había dispuesto su dueño. Cada flor resumía un capítulo de su vida.
- ¿Quién es el muerto? -preguntamos, y nos respondieron:
- Aquel viejo estudiante de Upsala. Parece que en otros tiempos fue hombre muy despierto, que estudió las lenguas antiguas, cantó e incluso compuso poesías, según decían. Pero algo le ocurrió, y se entregó a la bebida. Decayó su salud, y finalmente vino al campo, donde alguien pagaba su pensión. Era dulce como un niño mientras no lo dominaban ideas lúgubres, pero entonces se volvía salvaje y echaba a correr por el bosque como una bestia acosada. En cambio, cuando habían conseguido volverlo a casa y lo persuadían de que hojease su libro de plantas secas, era capaz de pasarse el día entero mirándolas, y a veces las lágrimas le rodaban por las mejillas; sabe Dios en qué pensaría entonces. Pero había rogado que depositaran el libro en el féretro, y allí estaba ahora. Dentro de poco rato clavarían la tapa, y descansaría apaciblemente en la tumba.
Quitaron el paño mortuorio: la paz se reflejaba en el rostro del difunto, sobre el que daba un rayo de sol; una golondrina penetró como una flecha en el follaje y dio media vuelta, chillando, encima de la cabeza del muerto.
¡Qué maravilloso es - todos hemos experimentado esta impresión - sacar a la luz viejas cartas de nuestra juventud y releerlas! Toda una vida asoma entonces, con sus esperanzas y cuidados. ¡Cuántas veces creemos que una persona con la que estuvimos unidos de corazón, está muerta hace tiempo, y, sin embargo, vive aún, sólo que hemos dejado de pensar en ella, aunque un día pensamos que seguiremos siempre a su lado, compartiendo las penas y las alegrías.
La hoja de roble marchita de aquel libro recuerda al compañero, al condiscípulo, al amigo para toda la vida; prendióse aquella hoja a la gorra de estudiante aquel día que, en el verde bosque, cerraron el pacto de alianza perenne. ¿Dónde está ahora? La hoja se conserva, la amistad se ha desvanecido. Hay aquí una planta exótica de invernadero, demasiado delicada para los jardines nórdicos... Diríase que las hojas huelen aún. Se la dio la señorita del jardín de aquella casa noble. Y aquí está el nenúfar que él mismo cogió y regó con amargas lágrimas, la rosa de las aguas dulces. Y ahí una ortiga; ¿qué dicen sus hojas? ¿Qué estaría pensando él cuando la arrancó para guardarla? Ved aquí el muguete de la soledad selvática, y la madreselva arrancada de la maceta de la taberna, y el desnudo y afilado tallo de hierba.
El florido saúco inclina sus umbelas tiernas y fragantes sobre la cabeza del muerto; la golondrina vuelve a pasar volando y lanzando su trino... Y luego vienen los hombres provistos de clavos y martillo; colocan la tapa encima del difunto, de manera que la cabeza repose sobre el libro... conservado... deshecho.

9 de xullo de 2018

Diccionario

babadeiro

substantivo masculino
Babeiro
Aos nenos pequenos pónselles un babadeiro para que non se manchen.

8 de xullo de 2018

Inicio de Norteamericano, Come Home

Norteamericano, Come Home
Ariel Dorfman

A escena é un gran bosque, ennoitecido e pacífico, ao bordo dunha cidade.

De lonxe divísase unha nave espacial fantasmagórica e, entre as árbores, figuras ananas que se moven con torpeza e lentitude. Veñen das estrelas para recoller vexetación da Terra. De súpeto, irrompen homes, en busca dun espécime extraplanetario. Só vemos as súas cinturas, as súas pernas eficientes, as súas luces, un feixe de chaves. A nave parte precipitadamente, deixando atrás, abandonado, a un membro da tripulación.

Ese ser monstruoso, un cruzamento entre tartaruga, insecto e feto, é o inesperado e insólito protagonista do último filme de Steven Spielberg, E.T., O Extra-Terrestre, que ten serias posibilidades de converterse no maior éxito de boletería na historia do cinema.

Con tal aspecto físico, e tratándose dun visitante inhumano doutra zona, sería fácil supor que estariamos fronte a unha obra máis entre tantas de horror a que nos adoitou o cinema norteamericano nestes tempos. Lonxe diso, E.T. é un conto de fadas contemporáneo, un himno ao amor entre as xeracións, as especies e as galaxias. Perseguido polos seus anónimos cazadores, o diminuto e feo invasor buscará refuxio na casa e, finalmente, nos brazos dun neno norteamericano, Elliot. O jovencito, desamparado el mesmo debido a que o seu pai acaba de abandonar á familia para irse con outra muller, fará de pai e nai do náufrago espacial, axudándoo a escapar dos adultos e retornar á súa propia constelación. No proceso, ambos, E.T. e Elliot, como o indican os sons que conforman os seus respectivos nomes, iranse identificando un co outro.

7 de xullo de 2018

Crónicas de Prydain

As crónicas de Prydain son un conxunto de cinco libros escritos para un público xuvenil por Lloyd Alexander. Efectuando a investigación histórica para Time Cat, Alexander descubriu o Mabinogion, unha colección dos mitos e das lendas de Gales e decidiu inventar a súa propia mitoloxía. As Crónicas están relacionadas co mito artúrico pero suceden nun País de Gales mitolóxico que precede ao devandito ciclo. Aínda que a inspiración para a terra de Prydain vén do País de Gales, Lloyd Alexander di que "esencialmente Prydain é un país que existe soamente na imaxinación".

Os libros son:

O libro do Tres
Taran, un mozo novo cuxo traballo consiste en axudar a Coll, o coidador de Hen-Wen, un portaoráculo, debe loitar con Arawn, o malvado Señor de Annuvin. Taran fai amigos que lle acompañarán nas súas aventuras posteriores. O máis sorprendente é Gurgi, un estraño personaxe, de brazos longos, fracos e lanudos, que se converterá no seu inseparable compañeiro, e que ten un característico modo de expresarse, sempre queixándose: "Oh, cousas malignas e perversas asexan ao pobre e inofensivo Gurgi! Oh bo amo, salva a pobre e tenra cabeza de Gurgi de danos e perigos!

O Caldeiro Máxico
Taran segue combatendo contra o rei Arawn e os seus guerreiros inmortais, que pretende dominar a terra de Prydain, e tenta arrebatarlles o caldeiro máxico, fonte da fortaleza do Señor da morte. Ademais, tres bruxas pretenden converter a Taran nun sapo.

O Castelo de Llyr
Relata o choque entre a pincesa Einlonwy, enviada á illa de Mona para recibir unha educación apropiada ao seu rango, e a malvada feiticeira Achren. É decisiva unha pequena esfera cuxo segredo consiste en que loce só en mans daqueles que pensan máis nos demais que en si mesmos; e loce con máis intensidade que nunca cando o seu posuidor está disposto ao maior sacrificio posible. O bardo Flewddur, ao darse conta, exclama: "En canto descobres iso descubriches un gran segredo, certamente, con ou sen o xoguete".

Taran o Vagabundo
Taran decide emprender unha viaxe para descubrir a súa orixe: pensa que, se logra demostrar a súa orixe nobre, poderá casar con Einlonwy. Coñece a Craddor, o pastor, un home traballador e honrado que, con todo, ao final da súa vida recoñece que "a media verdade é aínda peor que a mentira".

O Gran Rei
Ao comezo do Gran Rei, Taran lembra que, despois dos seus correrías anteriores, atopou máis do que buscaba, aínda que non fose o que tiña a esperanza de atopar. Declara que xa aprendeu " que a vida dun home vale máis que a gloria e que un prezo pago en sangue sempre é un prezo doloroso e demasiado caro". Xunto cos seus amigos, deberá enfrontarse unha vez máis a con Arawn. E resolveranse os enigmas pendentes nos primeiros libros.

6 de xullo de 2018

Inicio de O conto do pianista diminuto

O conto do pianista diminuto
Terry Pratchett

Este Klatchiano entrou nun bar levando un pequeno piano. Fai escala sobre a barra e toma algunhas bebidas. Cando chega o momento de pagar dille ao taberneiro:

-Apósto dobre ou nada a que podo mostrarlle a cousa máis asombrosa que xamais viu.

-Está ben, pero advírtolle, vin algunhas cousas raras.

O Klatchiano saca un diminuto taburete que coloca diante do piano. Entón, estende a man cara á súa roupa e saca unha caixa de aproximadamente un pé de longo con diminutos respiraderos. Quita a tapa e dentro hai un home diminuto, profundamente durmido. Cando a tapa se abre, o homiño esperta.

Nun instante salta ao piano e realiza unha perfecta execución das Sombras de Ankh-Morpork! Entón, mentres todos na barra están a aplaudir, volve á caixa e pecha a tapa.

-Wow! -di o tabernero, mentres borra a conta-. Se lle dou outro grolo, podería facelo outra vez?

...

5 de xullo de 2018

Aforismos de Leonardo

319.- Isto non se ve en ningunha outra ciencia, en ningunha outra creación humana. Se dixeses que non intervén aquí a potencia do pintor, senón a propia potencia da cousa imitada, contestareiche que, se así fóra, poderían os homes dar satisfacción ao desexo da súa mente sen abandonar o leito e sen ir a lugares de acceso difícil e perigoso, como vemos que o fan en frecuentes peregrinacións. 

4 de xullo de 2018

Inicio de As notas que dormen nas cordas

As notas que dormen nas cordas
Alfredo Bryce Echeñique

Mediados de decembro.  O sol ri a gargalladas nos avisos de publicidade. O sol!  Durante algúns meses, algúns sectores de Lima terán a sorte de parecerse a Chaclacayo, Santa Inés, Los Ángeles, e Chosica.  Pronto, as pezas de verán recentemente sacados do roupeiro deixarán de cheirar a humidade.  O sol brilla sobre a cidade, sobre as rúas, sobre as casas.  Brilla en todas partes menos no interior das vellas igrexas coloniais.  Os grandes almacéns poñen á venda as últimas novidades da moda estival.  Os almacéns de segunda categoría pon á venda as novidades da moda do ano pasado.

"Próbache a roupa de baño, amorcito." (Cantos matrimonios dependerán desa proba!) Amada, a secretaria do doutor Ascencio, avogado de nota, casado, tres fillos, e automóbil máis grande que o do veciño, deixou hoxe, por primeira vez, a rebeca na casa.  Entrou á oficina, e o doutor baixou a mirada: é a moda do escote ecran, un escote que parece un fruteiro. "Que linda a súa Medallita, Amada (o doutor ouviuno dicir pola rúa).  Teño moito, moito que ditarlle, e teño tantos, tantos desexos de botarme unha sestiña."

...

3 de xullo de 2018

Amor e seu tempo

Amor e seu tempo
Amor é privilégio de maduros
estendidos na mais estreita cama,
que se torna a mais larga e mais relvosa,
roçando, em cada poro, o céu do corpo.

É isto, amor: o ganho não previsto,
o prêmio subterrâneo e coruscante,
leitura de relâmpago cifrado,
que, decifrado, nada mais existe.

valendo a pena e o preço terrestre,
salvo o minuto de ouro no relógio
minúsculo, vibrando no crepúsculo.

Amor é o que se aprende no limite,
depois de se arquivar toda a ciência
herdada, ouvida. Amor começa tarde.

Carlos Drummond de Andrade

2 de xullo de 2018

Diccionario

abáboro

1
Macho da abella.
Os abáboros teñen a función de fecundar a raíña.

2(Vespa crabro)
Insecto da familia dos véspidos, semellante a unha avespa pero de maior tamaño, de cabeza alongada e cor ferruxenta.
Os abáboros mantéñense principalmente das abellas que matan. SINÓNIMO tártago

1 de xullo de 2018

Talibán

Talibán

    M. VÁZQUEZ MONTALBÁN

    EL PAIS | Última - --
    Los talibán vuelven a dar el coñazo, y esta vez le toca al ajedrez, juego no     islámico y por tanto que se debe prohibir. En el pasado hubo corrientes antropológicas y culturalistas en general que abogaron por el respeto a los  paradigmas culturales excéntricos, es decir, no europeos. No debíamos caer en el eurocentrismo y sí buscar las lógicas internas de aquella conductas culturales que estaban en los antípodas de nuestra cultura, que ha sido a la vez acumulativa, patrimonial y emancipadora, dentro de lo que cabe. La teoría conservacionista de las peculiaridades monstruosas es prima hermana de la que sostiene lo natural que fue la tortura o la destrucción de la cultura antagónica hasta que el humanismo posromántico consideró que eran prácticas desaconsejables. Está demostrado que la tortura nunca fue del agrado de los torturados y que la destrucción de obras escritas acometida por los tiranos de todos los tiempos nunca fue asumida por los autores castigados, que para sus adentros pusieron a parir al poder que así les mutilaba.