Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
IV
No bien había vuelto la espalda el tío Juan, cuando su compadre y
asesor cogió la pluma y escribió la siguiente carta, comenzando por el
sobre:
«SR. D. BONIFACIO TUDELA Y GONZÁLEZ, Maestro de Capilla de la Santa
Iglesia Catedral de CEUTA.
«Mi querido sobrino político:
-Solamente a un hombre de tu religiosidad confiaría yo el
importantísimo secreto contenido en el documento adjunto. Dígolo porque
indudablemente están escritas en él las señas de un tesoro, de que te daré
alguna parte si llego a descubrirlo con tu ayuda. Para ello es necesario
que busques un moro que traduzca ese pergamino, y que me mandes la
traducción en carta certificada, sin enterar a nadie del asunto, como no
sea a tu mujer, que me consta es persona reservada.
»Perdona que no te haya escrito en tantos años; pero bien conoces mis
muchos quehaceres. Tu tía sigue rezando por ti todas las noches al tiempo
de acostarse. Que estés mejor del dolor de estomago que padecías en 1806,
y sabes que te quiere tu tío político,
MATÍAS DE QUESADA
15 de Enero de 1821.
POSDATA.-Expresiones a Pepa; y dime si habéis tenido hijos.»
Escrita la precedente carta, el insigne jurisconsulto pasó a la
cocina, donde su mujer estaba haciendo calceta y cuidando el puchero, y
díjole las siguientes expresiones en tono muy áspero y desabrido, después
de echarle en la falda las ocho monedas de a cuatro duros que ya
conocemos:
-Encarnación, ahí tienes: compra más trigo, que va a subir en los
meses mayores, y procura que lo midan bien. Hazme de almorzar mientras yo
voy a echar al correo esta carta para Sevilla, preguntando los precios de
la cebada. ¡Que el huevo esté bien frito y el chocolate claro! ¡No
tengamos la de todos los días!
La mujer del abogado no respondió palabra, y siguió haciendo calceta
como un autómata.
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