24 de agosto de 2018
Moros y cristianos
Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
VI
En la más angosta de dichas callejuelas, y a la puerta de una muy
pobre pero muy blanqueada casucha, estaba sentado en el suelo, o más bien
sobre sus talones, fumando en pipa de barro secado al sol, un moro de
treinta y cinco a cuarenta años, revendedor de huevos y gallinas, que le
traían a las puertas de Ceuta los campesinos independientes de
Sierra-Bullones y Sierra-Bermeja, y que él despachaba a domicilio o en el
mercado, con una ganancia de ciento por ciento. Vestía chilaba de lana
blanca y jaique de lana negra, y llamábase entre los españoles
Manos-gordas, y entre los marroquíes Admet-ben-Carime-el-Abdoun.
Tan luego como el moro vio al maestro de capilla, levantóse y salió a
su encuentro, haciéndole grandes zalemas; y, cuando estuvieron ya juntos,
díjole cautelosamente:
-¿Querer morita? Yo traer mañana cosa meleja; de doce años...
-Mi mujer no quiere más criadas moras... -respondió el músico con
inusitada dignidad. Manos-gordas se echo a reír.
-Además.... -prosiguió D. Bonifacio, -tus endiabladas moritas son muy
sucias.
-Lavar -respondió el moro, poniéndose en cruz y ladeando la cabeza.
-¡Te digo que no quiero moritas! -prosiguió D. Bonifacio.- Lo que
necesito hoy es que tú, que sabes tanto y que por tanto saber eres
intérprete de la plaza, me traduzcas al español este documento.
Manos-gordas cogió el pergamino, y a la primera ojeada murmuró:
-Estar moro...
-¡Ya lo creo que es árabe! Pero quiero saber qué dice, y, si no me
engañas, te haré un buen regalo... cuando se realice el negocio que confío
a tu lealtad.
A todo esto, Admet-ben-Carime había pasado ya la vista por todo el
pergamino y puéstose muy pálido.
-¿Ves que se trata de un gran tesoro? -medio afirmó, medio interrogó
el maestro de capilla.
-Creer que sí -tartamudeo el mahometano.
-¿Como creer? ¡Tu misma turbación lo dice!
-Perdona... -replicó Manos-gordas sudando a mares. -Haber aquí
palabras de árabe moderno, y yo entender. Haber otras de árabe antiguo o
literario, y yo no entender.
-¿Qué dicen las palabras que entiendes?
-Decir oro decir perlas, decir maldición de Alah... Pero yo no
entender sentido, explicaciones ni señas. Necesitar ver al derwich de
Anghera, que estar sabio, y él traducir todo. Llevarme yo pergamino hoy, y
traer pergamino mañana, y no engañar ni robar al señor Tudela. ¡Moro
jurar!
Así diciendo, cruzó las manos, se las llevo a la boca y las besó
fervorosamente.
Reflexionó D. Bonifacio: conoció que para descifrar aquel documento
tendría que fiarse de algún moro, y que ninguno le era tan conocido ni tan
afecto como Manos-gordas, y accedió a dejarle el manuscrito, bien que bajo
reiterados juramentos de que al día siguiente estaría de vuelta de Anghera
con la traducción, y jurándole él, por su parte, que le entregaría lo
menos cien duros cuando fuese descubierto el tesoro.
Despidiéronse el musulmán y el cristiano, y éste se dirigió, no a su
casa ni a la catedral, sino a la oficina de un amigo, donde escribió la
siguiente carta:
«SR. D. MATÍAS DE QUESADA Y SÁNCHEZ.
»Alpujarra, UGÍJAR.
»Mi queridísimo tío:
»Gracias a Dios que hemos tenido noticias de usted y de tía
Encarnación, y que éstas son tan buenas como Josefa y yo deseábamos.
Nosotros, querido tío, aunque más jóvenes que ustedes, estamos muy
achacosos y cargados de hijos, que pronto se quedarán huérfanos y pidiendo
limosna.
« Se burló de usted quien le dijera que el pergamino que me ha
enviado contenía las señas de un tesoro. He hecho traducirlo por persona
muy competente, y ha resultado ser una carta de blasfemias contra Nuestro
Señor Jesucristo, Ia Santísima Virgen y los santos de la Corte celestial,
escritas en versos árabes por un perro morisco del marquesado del Cenet
durante la rebelión de Aben-Humeya. En vista de semejante sacrilegio, y
por consejo del señor Penitenciario, acabo de quemar tan impío testimonio
de la perversidad mahometana.
»Memorias a mi tía: recíbanlas ustedes de Josefa, que se halla por
décima vez en estado interesante, y mande algún socorro a su sobrino, que
está en los huesos por resultas del pícaro dolor de estomago,
»BONIFACIO.
«CEUTA, 29 de Enero de 1821.»
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