Las Habichuelas Mágicas
Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una
cabaña del bosque.
Como con el tiempo fue empeorando la situación
familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la
ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que
poseían.
El niño se puso en camino, llevando atado con una
cuerda al animal, y se encontró con un hombre que
llevaba un saquito de habichuelas.
-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan,te las daré a cambio de la
vaca.
Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al
ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se
puso a llorar.
Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las
habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista.
Se puso Periquín a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido.
Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un
huevo de oro cada vez que él se lo mandaba.
Esperó el niño a que el gigante se
durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas,
y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña.
La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su
producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín
tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante.
Se escondió tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo iba contando
monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero.
En cuanto se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiéndo el talego de oro, echo a
correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron
dinero para ir viviendo mucho tiempo.
Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente
vacío.
Se cogió Periquín por tercera vez a las
ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima.
Entonces vió al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la
tapa, dejaba caer una moneda de oro.
Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la
guardó.
Desde su escondite vió Periquín que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh
maravilla!, tocaba sóla, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada
música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño
poco a poco.
Apenas le vió asi Periquín, cogió el arpa y echó a correr. Pero
el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquín, empezó a gritar:
-Eh, señor amo, despierte usted, que me roban!
Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los
gritos acusadores:
-Señor amo, que me roban!
Viendo lo que ocurria, el gigante salió en persecusión de Periquín.
Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas
empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que
también el gigante descendía hacia él.
No había tiempo que perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa
preparando la comida:
-Madre, traigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante!
Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un certero golpe, cortó el tronco de la
trágica habichuela.
Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y su madre
vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda
de oro. .
..FIN
30 de xuño de 2018
29 de xuño de 2018
Dos pisones
Hans Christian Andersen
Dos pisones
¿Has visto alguna vez un pisón? Me refiero a esta herramienta que sirve para apisonar el pavimento de las calles. Es de madera todo él, ancho por debajo y reforzado con aros de hierro; de arriba estrecho, con un palo que lo atraviesa, y que son los brazos.
En el cobertizo de las herramientas había dos pisonas, junto con palas, cubos y carretillas; había llegado a sus oídos el rumor de que las «pisonas» no se llamarían en adelante así, sino «apisonadoras», vocablo que, en la jerga de los picapedreros, es el término más nuevo y apropiado para, designar lo que antaño llamaban pisonas.
Ahora bien; entre nosotros, los seres humanos, hay lo que llamamos «mujeres emancipadas», entre las cuales se cuentan directoras de colegios, comadronas, bailarinas - que por su profesión pueden sostenerse sobre una pierna -, modistas y enfermeras; y a esta categoría de «emancipadas» se sumaron también las dos «pisonas» del cobertizo; la Administración de obras públicas las llamaba «pisonas», y en modo alguno se avenían a renunciar a su antiguo nombre y cambiarlo por el de «apisonadoras».
- Pisón es un nombre de persona - decían -, mientras que «apisonadora» lo es de cosa, y no toleraremos que nos traten como una simple cosa; ¡esto es ofendernos!
- Mi prometido está dispuesto a romper el compromiso - añadió la más joven, que tenía por novio a un martinete, una especie de máquina para clavar estacas en el suelo, o sea, que hace en forma tosca lo que la pisona en forma delicada -. Me quiere como pisona, pero no como apisonadora, por lo que en modo alguno puedo permitir que me cambien el nombre.
- ¡Ni yo! - dijo la mayor -. Antes dejaré que me corten los brazos.
La carretilla, sin embargo, sustentaba otra opinión; y no se crea de ella que fuera un don nadie; se consideraba como una cuarta parte de coche, pues corría sobre una rueda.
- Debo advertirles que el nombre de pisonas es bastante ordinario, y mucho menos distinguido que el de apisonadora, pues este nuevo apelativo les da cierto parentesco con los sellos, y sólo con que piensen en el sello que llevan las leyes, verán que sin él no son tales. Yo, en su lugar, renunciaría al nombre de pisona.
- ¡Jamás! Soy demasiado vieja para eso - dijo la mayor.
- Seguramente usted ignora eso que se llama «necesidad europea» - intervino el honrado y viejo cubo -. Hay que mantenerse dentro de sus límites, supeditarse, adaptarse a las exigencias de la época, y si sale una ley por la cual la pisona debe llamarse apisonadora, pues a llamarse apisonadora tocan. Cada cosa tiene su medida.
- En tal caso preferiría llamarme señorita, si es que de todos modos he de cambiar de nombre - dijo la joven -. Señorita sabe siempre un poco a pisona.
- Pues yo antes me dejaré reducir a astillas - proclamó la vieja. En esto llegó la hora de ir al trabajo; las pisonas fueron cargadas en la carretilla, lo cual suponía una atención; pero las llamaron apisonadoras.
- ¡Pis! - exclamaban al golpear sobre el pavimento -, ¡pis! -, y estaban a punto de acabar de pronunciar la palabra «pisona», pero se mordían los labios y se tragaban el vocablo, pues se daban cuenta de que no podían contestar. Pero entre ellas siguieron llamándose pisonas, alabando los viejos tiempos en que cada cosa era llamada por su nombre, y cuando una era pisona la llamaban pisona; y en eso quedaron las dos, pues el martinete, aquella maquinaza, rompió su compromiso con la joven, negándose a casarse con una apisonadora.
Dos pisones
¿Has visto alguna vez un pisón? Me refiero a esta herramienta que sirve para apisonar el pavimento de las calles. Es de madera todo él, ancho por debajo y reforzado con aros de hierro; de arriba estrecho, con un palo que lo atraviesa, y que son los brazos.
En el cobertizo de las herramientas había dos pisonas, junto con palas, cubos y carretillas; había llegado a sus oídos el rumor de que las «pisonas» no se llamarían en adelante así, sino «apisonadoras», vocablo que, en la jerga de los picapedreros, es el término más nuevo y apropiado para, designar lo que antaño llamaban pisonas.
Ahora bien; entre nosotros, los seres humanos, hay lo que llamamos «mujeres emancipadas», entre las cuales se cuentan directoras de colegios, comadronas, bailarinas - que por su profesión pueden sostenerse sobre una pierna -, modistas y enfermeras; y a esta categoría de «emancipadas» se sumaron también las dos «pisonas» del cobertizo; la Administración de obras públicas las llamaba «pisonas», y en modo alguno se avenían a renunciar a su antiguo nombre y cambiarlo por el de «apisonadoras».
- Pisón es un nombre de persona - decían -, mientras que «apisonadora» lo es de cosa, y no toleraremos que nos traten como una simple cosa; ¡esto es ofendernos!
- Mi prometido está dispuesto a romper el compromiso - añadió la más joven, que tenía por novio a un martinete, una especie de máquina para clavar estacas en el suelo, o sea, que hace en forma tosca lo que la pisona en forma delicada -. Me quiere como pisona, pero no como apisonadora, por lo que en modo alguno puedo permitir que me cambien el nombre.
- ¡Ni yo! - dijo la mayor -. Antes dejaré que me corten los brazos.
La carretilla, sin embargo, sustentaba otra opinión; y no se crea de ella que fuera un don nadie; se consideraba como una cuarta parte de coche, pues corría sobre una rueda.
- Debo advertirles que el nombre de pisonas es bastante ordinario, y mucho menos distinguido que el de apisonadora, pues este nuevo apelativo les da cierto parentesco con los sellos, y sólo con que piensen en el sello que llevan las leyes, verán que sin él no son tales. Yo, en su lugar, renunciaría al nombre de pisona.
- ¡Jamás! Soy demasiado vieja para eso - dijo la mayor.
- Seguramente usted ignora eso que se llama «necesidad europea» - intervino el honrado y viejo cubo -. Hay que mantenerse dentro de sus límites, supeditarse, adaptarse a las exigencias de la época, y si sale una ley por la cual la pisona debe llamarse apisonadora, pues a llamarse apisonadora tocan. Cada cosa tiene su medida.
- En tal caso preferiría llamarme señorita, si es que de todos modos he de cambiar de nombre - dijo la joven -. Señorita sabe siempre un poco a pisona.
- Pues yo antes me dejaré reducir a astillas - proclamó la vieja. En esto llegó la hora de ir al trabajo; las pisonas fueron cargadas en la carretilla, lo cual suponía una atención; pero las llamaron apisonadoras.
- ¡Pis! - exclamaban al golpear sobre el pavimento -, ¡pis! -, y estaban a punto de acabar de pronunciar la palabra «pisona», pero se mordían los labios y se tragaban el vocablo, pues se daban cuenta de que no podían contestar. Pero entre ellas siguieron llamándose pisonas, alabando los viejos tiempos en que cada cosa era llamada por su nombre, y cuando una era pisona la llamaban pisona; y en eso quedaron las dos, pues el martinete, aquella maquinaza, rompió su compromiso con la joven, negándose a casarse con una apisonadora.
28 de xuño de 2018
Aforismos de Leonardo
318.- Pois non vemos aos máis grandes reis do Oriente andar velados e cubertos, pensando diminuír a súa fama se mostrasen ao público a súa presenza? E non ven as pinturas representativas da suprema divindade, envolvidas constantemente en riquísimas teas que as manteñen cubertas? Ao acto de descubrilas preceden grandes solemnidades eclesiásticas, acompañadas de variados cantos e diversas pezas musicais. Asiste a el gran multitude de xentes que se prosternan e adoran ao ser fulgurado na pintura, e solicítanlle a graza de recuperar a perdida saúde e obter a salvación eterna, exactamente coma se tal divindade estivese alí presente e vise.
27 de xuño de 2018
La gota de agua
Hans Christian Andersen
La gota de agua
Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que hace las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coge y se coloca delante de los ojos, y se contempla a su través una gota de agua de la balsa de allá fuera, se ven más de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan inadvertidos; y, sin embargo, están allí, no cabe duda. Diríase casi un plato lleno de cangrejos que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a otros brazos y patas, muslos y nalgas, y, no obstante, están alegres y satisfechos a su manera.
Pues he aquí que vivía en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban Crible-Crable, pues tal era su nombre. Quería siempre hacerse con lo mejor de todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. Así, peligraba cuanto estaba a su alcance.
El viejo estaba sentado un día con un cristal de aumento ante los ojos, examinando una gota de agua que había extraído de un charco del foso. ¡Dios mío, que hormiguero! Un sinfín de animalitos yendo de un lado para otro, y venga saltar y brincar, venga zamarrearse y devorarse mutuamente.
- ¡Qué asco! -exclamó el viejo Crible-Crable -. ¿No habrá modo de obligarlos a vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus cosas? -. Y piensa que te piensa, pero como no encontraba la solución, tuvo que acudir a la brujería.
- Hay que darles color, para poder verlos más bien -dijo, y les vertió encima una gota de un líquido parecido a vino tinto, pero que en realidad era sangre de hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos quedaron teñidos de rosa; parecía una ciudad llena de salvajes desnudos.
- ¿Qué tienes ahí? -le preguntó otro viejo brujo que no tenía nombre, y esto era precisamente lo bueno de él.
- Si adivinas lo que es -respondió Crible-Crable -, te lo regalo; pero no es tan fácil acertarlo, si no se sabe.
El brujo innominado miró por la lupa y vio efectivamente una cosa comparable a una ciudad donde toda la gente corría desnuda. Era horrible, pero más horrible era aún ver cómo todos se empujaban y golpeaban, se pellizcaban y arañaban, mordían y desgreñaban. El que estaba arriba quería irse abajo, y viceversa.
- ¡Fíjate, fíjate!, su pata es más larga que la mía. ¡Paf! ¡Fuera con ella! Ahí va uno que tiene un chichón detrás de la oreja, un chichoncito insignificante, pero le duele, y todavía le va a doler más.
Y se echaban sobre él, y lo agarraban, y acababan comiéndoselo por culpa del chichón. Otro permanecía quieto, pacífico como una doncellita; sólo pedía tranquilidad y paz. Pero la doncellita no pudo quedarse en su rincón: tuvo que salir, la agarraron y, en un momento, estuvo descuartizada y devorada.
- ¡Es muy divertido! -dijo el brujo.
- Sí, pero ¿qué crees que es? -preguntó Crible-Crable -. ¿Eres capaz de adivinarlo?
- Toma, pues es muy fácil -respondió el otro-. Es Copenhague o cualquiera otra gran ciudad, todas son iguales. Es una gran ciudad, la que sea.
- ¡Es agua del charco! - contestó Crible-Crable.
La gota de agua
Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que hace las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coge y se coloca delante de los ojos, y se contempla a su través una gota de agua de la balsa de allá fuera, se ven más de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan inadvertidos; y, sin embargo, están allí, no cabe duda. Diríase casi un plato lleno de cangrejos que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a otros brazos y patas, muslos y nalgas, y, no obstante, están alegres y satisfechos a su manera.
Pues he aquí que vivía en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban Crible-Crable, pues tal era su nombre. Quería siempre hacerse con lo mejor de todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. Así, peligraba cuanto estaba a su alcance.
El viejo estaba sentado un día con un cristal de aumento ante los ojos, examinando una gota de agua que había extraído de un charco del foso. ¡Dios mío, que hormiguero! Un sinfín de animalitos yendo de un lado para otro, y venga saltar y brincar, venga zamarrearse y devorarse mutuamente.
- ¡Qué asco! -exclamó el viejo Crible-Crable -. ¿No habrá modo de obligarlos a vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus cosas? -. Y piensa que te piensa, pero como no encontraba la solución, tuvo que acudir a la brujería.
- Hay que darles color, para poder verlos más bien -dijo, y les vertió encima una gota de un líquido parecido a vino tinto, pero que en realidad era sangre de hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos quedaron teñidos de rosa; parecía una ciudad llena de salvajes desnudos.
- ¿Qué tienes ahí? -le preguntó otro viejo brujo que no tenía nombre, y esto era precisamente lo bueno de él.
- Si adivinas lo que es -respondió Crible-Crable -, te lo regalo; pero no es tan fácil acertarlo, si no se sabe.
El brujo innominado miró por la lupa y vio efectivamente una cosa comparable a una ciudad donde toda la gente corría desnuda. Era horrible, pero más horrible era aún ver cómo todos se empujaban y golpeaban, se pellizcaban y arañaban, mordían y desgreñaban. El que estaba arriba quería irse abajo, y viceversa.
- ¡Fíjate, fíjate!, su pata es más larga que la mía. ¡Paf! ¡Fuera con ella! Ahí va uno que tiene un chichón detrás de la oreja, un chichoncito insignificante, pero le duele, y todavía le va a doler más.
Y se echaban sobre él, y lo agarraban, y acababan comiéndoselo por culpa del chichón. Otro permanecía quieto, pacífico como una doncellita; sólo pedía tranquilidad y paz. Pero la doncellita no pudo quedarse en su rincón: tuvo que salir, la agarraron y, en un momento, estuvo descuartizada y devorada.
- ¡Es muy divertido! -dijo el brujo.
- Sí, pero ¿qué crees que es? -preguntó Crible-Crable -. ¿Eres capaz de adivinarlo?
- Toma, pues es muy fácil -respondió el otro-. Es Copenhague o cualquiera otra gran ciudad, todas son iguales. Es una gran ciudad, la que sea.
- ¡Es agua del charco! - contestó Crible-Crable.
26 de xuño de 2018
La pinga del Libertador
La pinga del Libertador
Ricardo Palma
Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta
de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían
dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolivar decía: ¡Vaya usted a la pinga!
Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que
puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento
peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron:
¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolívar, que había presenciado las peripecias todas del combate,
contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!
Ricardo Palma
Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta
de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían
dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolivar decía: ¡Vaya usted a la pinga!
Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que
puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento
peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron:
¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolívar, que había presenciado las peripecias todas del combate,
contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!
25 de xuño de 2018
Fatuidad humana
Fatuidad humana
Ricardo Palma
Cuando el rey don Juan de Portugal se vio forzado, en los primeros años del siglo XIX,
a refugiarse en el Brasil, tuvo, pues su majestad fue muy braguetero, por combleza o
manfla, querida o menina, a la más linda mulatica de Río de Janeiro, relaciones
pecaminosas que, a la larga, dieron por fruto un muchacho, lo que nada tiene de
maravilloso, sino de muy natural y corriente. ¡Esos polvos traen esos lodos! Entiendo
que la moza exprimió al rey don Juan, dejándolo con menos jugo que a limón de
fresquería.
Ricardo Palma
Cuando el rey don Juan de Portugal se vio forzado, en los primeros años del siglo XIX,
a refugiarse en el Brasil, tuvo, pues su majestad fue muy braguetero, por combleza o
manfla, querida o menina, a la más linda mulatica de Río de Janeiro, relaciones
pecaminosas que, a la larga, dieron por fruto un muchacho, lo que nada tiene de
maravilloso, sino de muy natural y corriente. ¡Esos polvos traen esos lodos! Entiendo
que la moza exprimió al rey don Juan, dejándolo con menos jugo que a limón de
fresquería.
24 de xuño de 2018
MOMENTOS
23 de xuño de 2018
La Reina de las Nieves
Hans Christian Andersen
La Reina de las Nieves
(historia en siete episodios)
PRIMER EPISODIO
Trata del espejo y del trozo de espejo
Atención, que vamos a empezar. Cuando hayamos llegado al final de esta parte sabremos más que ahora; pues esta historia trata de un duende perverso, uno de los peores, ¡como que era el diablo en persona! Un día estaba de muy buen humor, pues había construido un espejo dotado de una curiosa propiedad: todo lo bueno y lo bello que en él se reflejaba se encogía hasta casi desaparecer, mientras que lo inútil y feo destacaba y aún se intensificaba. Los paisajes más hermosos aparecían en él como espinacas hervidas, y las personas más virtuosas resultaban repugnantes o se veían en posición invertida, sin tronco y con las caras tan contorsionadas, que era imposible reconocerlas; y si uno tenía una peca, podía tener la certeza de que se le extendería por la boca y la nariz. Era muy divertido, decía el diablo. Si un pensamiento bueno y piadoso pasaba por la mente de una persona, en el espejo se reflejaba una risa sardónica, y el diablo se retorcía de puro regocijo por su ingeniosa invención. Cuantos asistían a su escuela de brujería - pues mantenía una escuela para duendes - contaron en todas partes que había ocurrido un milagro; desde aquel día, afirmaban, podía verse cómo son en realidad el mundo y los hombres. Dieron la vuelta al Globo con el espejo, y, finalmente, no quedó ya un solo país ni una sola persona que no hubiese aparecido desfigurada en él. Luego quisieron subir al mismo cielo, deseosos de reírse a costa de los ángeles y de Dios Nuestro Señor. Cuanto más se elevaban con su espejo, tanto más se reía éste sarcásticamente, hasta tal punto que a duras penas podían sujetarlo. Siguieron volando y acercándose a Dios y a los ángeles, y he aquí que el espejo tuvo tal acceso de risa, que se soltó de sus manos y cayó a la Tierra, donde quedó roto en cien millones, qué digo, en billones de fragmentos y aún más. Y justamente entonces causó más trastornos que antes, pues algunos de los pedazos, del tamaño de un grano de arena, dieron la vuelta al mundo, deteniéndose en los sitios donde veían gente, la cual se reflejaba en ellos completamente contrahecha, o bien se limitaban a reproducir sólo lo irregular de una cosa, pues cada uno de los minúsculos fragmentos conservaba la misma virtud que el espejo entero. A algunas personas, uno de aquellos pedacitos llegó a metérseles en el corazón, y el resultado fue horrible, pues el corazón se les volvió como un trozo de hielo. Varios pedazos eran del tamaño suficiente para servir de cristales de ventana; pero era muy desagradable mirar a los amigos a través de ellos. Otros fragmentos se emplearon para montar anteojos, y cuando las personas se calaban estos lentes para ver bien y con justicia, huelga decir lo que pasaba. El diablo se reía a reventar, divirtiéndose de lo lindo. Pero algunos pedazos diminutos volaron más lejos. Ahora vais a oírlo.
La Reina de las Nieves
(historia en siete episodios)
PRIMER EPISODIO
Trata del espejo y del trozo de espejo
Atención, que vamos a empezar. Cuando hayamos llegado al final de esta parte sabremos más que ahora; pues esta historia trata de un duende perverso, uno de los peores, ¡como que era el diablo en persona! Un día estaba de muy buen humor, pues había construido un espejo dotado de una curiosa propiedad: todo lo bueno y lo bello que en él se reflejaba se encogía hasta casi desaparecer, mientras que lo inútil y feo destacaba y aún se intensificaba. Los paisajes más hermosos aparecían en él como espinacas hervidas, y las personas más virtuosas resultaban repugnantes o se veían en posición invertida, sin tronco y con las caras tan contorsionadas, que era imposible reconocerlas; y si uno tenía una peca, podía tener la certeza de que se le extendería por la boca y la nariz. Era muy divertido, decía el diablo. Si un pensamiento bueno y piadoso pasaba por la mente de una persona, en el espejo se reflejaba una risa sardónica, y el diablo se retorcía de puro regocijo por su ingeniosa invención. Cuantos asistían a su escuela de brujería - pues mantenía una escuela para duendes - contaron en todas partes que había ocurrido un milagro; desde aquel día, afirmaban, podía verse cómo son en realidad el mundo y los hombres. Dieron la vuelta al Globo con el espejo, y, finalmente, no quedó ya un solo país ni una sola persona que no hubiese aparecido desfigurada en él. Luego quisieron subir al mismo cielo, deseosos de reírse a costa de los ángeles y de Dios Nuestro Señor. Cuanto más se elevaban con su espejo, tanto más se reía éste sarcásticamente, hasta tal punto que a duras penas podían sujetarlo. Siguieron volando y acercándose a Dios y a los ángeles, y he aquí que el espejo tuvo tal acceso de risa, que se soltó de sus manos y cayó a la Tierra, donde quedó roto en cien millones, qué digo, en billones de fragmentos y aún más. Y justamente entonces causó más trastornos que antes, pues algunos de los pedazos, del tamaño de un grano de arena, dieron la vuelta al mundo, deteniéndose en los sitios donde veían gente, la cual se reflejaba en ellos completamente contrahecha, o bien se limitaban a reproducir sólo lo irregular de una cosa, pues cada uno de los minúsculos fragmentos conservaba la misma virtud que el espejo entero. A algunas personas, uno de aquellos pedacitos llegó a metérseles en el corazón, y el resultado fue horrible, pues el corazón se les volvió como un trozo de hielo. Varios pedazos eran del tamaño suficiente para servir de cristales de ventana; pero era muy desagradable mirar a los amigos a través de ellos. Otros fragmentos se emplearon para montar anteojos, y cuando las personas se calaban estos lentes para ver bien y con justicia, huelga decir lo que pasaba. El diablo se reía a reventar, divirtiéndose de lo lindo. Pero algunos pedazos diminutos volaron más lejos. Ahora vais a oírlo.
22 de xuño de 2018
El nido de cisnes
Hans Christian Andersen
El nido de cisnes
Entre los mares Báltico y del Norte hay un antiguo nido de cisnes: se llama Dinamarca. En él nacieron y siguen naciendo cisnes que jamás morirán.
En tiempos remotos, una bandada de estas aves voló, por encima de los Alpes, hasta las verdes llanuras de Milán; aquella bandada de cisnes recibió el nombre de longobardos.
Otra, de brillante plumaje y ojos que reflejaban la lealtad, se dirigió a Bizancio, donde se sentó en el trono imperial y extendió sus amplias alas blancas a modo de escudo, para protegerlo. Fueron los varingos.
En la costa de Francia resonó un grito de espanto ante la presencia de los cisnes sanguinarios, que llegaban con fuego bajo las alas, y el pueblo rogaba:
- ¡Dios nos libre de los salvajes normandos!
Sobre el verde césped de Inglaterra se posó el cisne danés, con triple corona real sobre la cabeza y extendiendo sobre el país el cetro de oro.
Los paganos de la costa de Pomerania hincaron la rodilla, y los cisnes daneses llegaron con la bandera de la cruz y la espada desnuda.
- Todo eso ocurrió en épocas remotísimas - dirás.
También en tiempos recientes se han visto volar del nido cisnes poderosos.
Hízose luz en el aire, hízose luz sobre los campos del mundo; con sus robustos aleteos, el cisne disipó la niebla opaca, quedando visible el cielo estrellado, como si se acercase a la Tierra. Fue el cisne Tycho Brahe.
- Sí, en aquel tiempo - dices -. Pero, ¿y en nuestros días?
Vimos un cisne tras otro en majestuoso vuelo. Uno pulsó con sus alas las cuerdas del arpa de oro, y las notas resonaron en todo el Norte; las rocas de Noruega se levantaron más altas, iluminadas por el sol de la Historia. Oyóse un murmullo entre los abetos y los abedules; los dioses nórdicos, sus héroes y sus nobles matronas, se destacaron sobre el verde oscuro del bosque.
Vimos un cisne que batía las alas contra la peña marmórea, con tal fuerza que la quebró, y las espléndidas figuras encerradas en la piedra avanzaron hasta quedar inundadas de luz resplandeciente, y los hombres de las tierras circundantes levantaron la cabeza para contemplar las portentosas estatuas.
Vimos un tercer cisne que hilaba la hebra del pensamiento, el cual da ahora la vuelta al mundo de país en país, y su palabra vuela con la rapidez del rayo.
Dios Nuestro Señor ama al viejo nido de cisnes construido entre los mares Báltico y Norte.
Dejad si no que otras aves prepotentes se acerquen por los aires con propósito de destruirlo. ¡No lo lograrán jamás! Hasta las crías implumes se colocan en circulo en el borde del nido; bien lo hemos visto. Recibirán los embates en pleno pecho, del que manará la sangre; mas ellos se defenderán con el pico y con las garras.
Pasarán aún siglos, otros cisnes saldrán del nido, que serán vistos y oídos en toda la redondez del Globo, antes de que llegue la hora en que pueda decirse en verdad:
- Es el último de los cisnes, el último canto que sale de su nido.
El nido de cisnes
Entre los mares Báltico y del Norte hay un antiguo nido de cisnes: se llama Dinamarca. En él nacieron y siguen naciendo cisnes que jamás morirán.
En tiempos remotos, una bandada de estas aves voló, por encima de los Alpes, hasta las verdes llanuras de Milán; aquella bandada de cisnes recibió el nombre de longobardos.
Otra, de brillante plumaje y ojos que reflejaban la lealtad, se dirigió a Bizancio, donde se sentó en el trono imperial y extendió sus amplias alas blancas a modo de escudo, para protegerlo. Fueron los varingos.
En la costa de Francia resonó un grito de espanto ante la presencia de los cisnes sanguinarios, que llegaban con fuego bajo las alas, y el pueblo rogaba:
- ¡Dios nos libre de los salvajes normandos!
Sobre el verde césped de Inglaterra se posó el cisne danés, con triple corona real sobre la cabeza y extendiendo sobre el país el cetro de oro.
Los paganos de la costa de Pomerania hincaron la rodilla, y los cisnes daneses llegaron con la bandera de la cruz y la espada desnuda.
- Todo eso ocurrió en épocas remotísimas - dirás.
También en tiempos recientes se han visto volar del nido cisnes poderosos.
Hízose luz en el aire, hízose luz sobre los campos del mundo; con sus robustos aleteos, el cisne disipó la niebla opaca, quedando visible el cielo estrellado, como si se acercase a la Tierra. Fue el cisne Tycho Brahe.
- Sí, en aquel tiempo - dices -. Pero, ¿y en nuestros días?
Vimos un cisne tras otro en majestuoso vuelo. Uno pulsó con sus alas las cuerdas del arpa de oro, y las notas resonaron en todo el Norte; las rocas de Noruega se levantaron más altas, iluminadas por el sol de la Historia. Oyóse un murmullo entre los abetos y los abedules; los dioses nórdicos, sus héroes y sus nobles matronas, se destacaron sobre el verde oscuro del bosque.
Vimos un cisne que batía las alas contra la peña marmórea, con tal fuerza que la quebró, y las espléndidas figuras encerradas en la piedra avanzaron hasta quedar inundadas de luz resplandeciente, y los hombres de las tierras circundantes levantaron la cabeza para contemplar las portentosas estatuas.
Vimos un tercer cisne que hilaba la hebra del pensamiento, el cual da ahora la vuelta al mundo de país en país, y su palabra vuela con la rapidez del rayo.
Dios Nuestro Señor ama al viejo nido de cisnes construido entre los mares Báltico y Norte.
Dejad si no que otras aves prepotentes se acerquen por los aires con propósito de destruirlo. ¡No lo lograrán jamás! Hasta las crías implumes se colocan en circulo en el borde del nido; bien lo hemos visto. Recibirán los embates en pleno pecho, del que manará la sangre; mas ellos se defenderán con el pico y con las garras.
Pasarán aún siglos, otros cisnes saldrán del nido, que serán vistos y oídos en toda la redondez del Globo, antes de que llegue la hora en que pueda decirse en verdad:
- Es el último de los cisnes, el último canto que sale de su nido.
21 de xuño de 2018
Aforismos de Leonardo
317.- As ciencias imitables son tales que nelas o discípulo iguala ao mestre, e as súas producións son semellantes ás deste. Son útiles ao imitador, pero non posúen a mesma excelencia que é propia das
que non poden pasar en herdanza como os outros bens, e entre as cales priva a pintura. Ela non se ensina a quen a natureza non o concede; ocorre o contrario coas matemáticas, nas que o discípulo
asimila todo o que o mestre lle explica. A pintura non se copia como as producións literarias, cuxas reproducións valen tanto como o orixinal; nin se xera por fiel imitación como as obras da escultura,
que poden substituír ao orixinal en canto ao efecto artístico; nin se prolifica en infinitos fillos como os libros impresos. Só a pintura mantense na súa nobreza, honra ao seu autor, é preciosa e única, e non pare fillos iguais a si mesma. E esta singularidade faia máis excelente que as outras ciencias que por todas partes se divulgan.
que non poden pasar en herdanza como os outros bens, e entre as cales priva a pintura. Ela non se ensina a quen a natureza non o concede; ocorre o contrario coas matemáticas, nas que o discípulo
asimila todo o que o mestre lle explica. A pintura non se copia como as producións literarias, cuxas reproducións valen tanto como o orixinal; nin se xera por fiel imitación como as obras da escultura,
que poden substituír ao orixinal en canto ao efecto artístico; nin se prolifica en infinitos fillos como os libros impresos. Só a pintura mantense na súa nobreza, honra ao seu autor, é preciosa e única, e non pare fillos iguais a si mesma. E esta singularidade faia máis excelente que as outras ciencias que por todas partes se divulgan.
20 de xuño de 2018
El Ave Fénix
Hans Christian Andersen
El Ave Fénix
En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.
El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.
¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.
En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!.
El Ave Fénix
En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.
El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.
¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.
En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!.
19 de xuño de 2018
HERMANN HESSE - INICIO DE LA FÁBULA DE LOS CIEGOS
HERMANN HESSE - LA FÁBULA DE LOS CIEGOS
(INSPIRADA EN VOLTAIRE)
Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los
internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían
por mayoría simple, sacándolas a votación. Con el sentido del tacto sabían
distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que
ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el
olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro
sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían
de ellos cuanto hay que saber, y de esta manera vivían tranquilos y felices en
la medida en que tal cosa sea posible para unos ciegos.
Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión
de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. Pronunció discursos,
agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar
principal del gremio de los ciegos. Sentaba cátedra sobre el mundo de los
colores, y desde entonces todo empezó a salir mal.
(INSPIRADA EN VOLTAIRE)
Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los
internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían
por mayoría simple, sacándolas a votación. Con el sentido del tacto sabían
distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que
ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el
olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro
sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían
de ellos cuanto hay que saber, y de esta manera vivían tranquilos y felices en
la medida en que tal cosa sea posible para unos ciegos.
Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión
de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. Pronunció discursos,
agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar
principal del gremio de los ciegos. Sentaba cátedra sobre el mundo de los
colores, y desde entonces todo empezó a salir mal.
18 de xuño de 2018
Una rosa de la tumba de Homero
Hans Christian Andersen
Una rosa de la tumba de Homero
****************
En todos los cantos de Oriente suena el amor del ruiseñor por la rosa; en las noches silenciosas y cuajadas de estrellas, el alado cantor dedica una serenata a la fragante reina de las flores.
No lejos de Esmirna, bajo los altos plátanos adonde el mercader guía sus cargados camellos, que levantan altivos el largo cuello y caminan pesadamente sobre una tierra sagrada, vi un rosal florido; palomas torcaces revoloteaban entre las ramas de los corpulentos árboles, y sus alas, al resbalar sobre ellas los oblicuos rayos del sol, despedían un brillo como de madreperla.
Tenía el rosal una flor más bella que todas las demás, y a ella le cantaba el ruiseñor su cuita amorosa; pero la rosa permanecía callada; ni una gota de rocío se veía en sus pétalos, como una lágrima de compasión; inclinaba la rama sobre unas grandes piedras, - Aquí reposa el más grande de los cantores -dijo la rosa-. Quiero perfumar su tumba, esparcir sobre ella mis hojas cuando la tempestad me deshoje. El cantor de la Ilíada se tornó tierra, en esta tierra de la que yo he brotado. Yo, rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada para florecer sólo para un pobre ruiseñor.
Y el ruiseñor siguió cantando hasta morir.
Llegó el camellero, con sus cargados animales y sus negros esclavos; su hijito encontró el pájaro muerto, y lo enterró en la misma sepultura del gran Homero; la rosa temblaba al viento. Vino la noche, la flor cerró su cáliz y soñó:
Era un día magnífico, de sol radiante; acercábase un tropel de extranjeros, de francos, que iban en peregrinación a la tumba de Homero. Entre ellos iba un cantor del Norte, de la patria de las nieblas y las auroras boreales. Cogió la rosa, la comprimió entre las páginas de un libro y se la llevó consigo a otra parte del mundo a su lejana tierra. La rosa se marchitó de pena en su estrecha prisión del libro, hasta que el hombre, ya en su patria, lo abrió y exclamó: «¡Es una rosa de la tumba de Homero!».
Tal fue el sueño de la flor, y al despertar tembló al contacto del viento, y una gota de rocío desprendida de sus hojas fue a caer sobre la tumba del cantor. Salió el sol, y la rosa brilló más que antes; el día era tórrido, propio de la calurosa Asia. Se oyeron pasos, se acercaron extranjeros francos, como aquellos que la flor viera en sueños, y entre ellos venía un poeta del Norte que cortó la rosa y, dándole un beso, se la llevó a la patria de las nieblas y de las auroras boreales.
Como una momia reposa ahora el cadáver de la flor en su Ilíada, y, como en un sueño, lo oye abrir el libro y decir: «¡He aquí una rosa de la tumba de Homero!».
Una rosa de la tumba de Homero
****************
En todos los cantos de Oriente suena el amor del ruiseñor por la rosa; en las noches silenciosas y cuajadas de estrellas, el alado cantor dedica una serenata a la fragante reina de las flores.
No lejos de Esmirna, bajo los altos plátanos adonde el mercader guía sus cargados camellos, que levantan altivos el largo cuello y caminan pesadamente sobre una tierra sagrada, vi un rosal florido; palomas torcaces revoloteaban entre las ramas de los corpulentos árboles, y sus alas, al resbalar sobre ellas los oblicuos rayos del sol, despedían un brillo como de madreperla.
Tenía el rosal una flor más bella que todas las demás, y a ella le cantaba el ruiseñor su cuita amorosa; pero la rosa permanecía callada; ni una gota de rocío se veía en sus pétalos, como una lágrima de compasión; inclinaba la rama sobre unas grandes piedras, - Aquí reposa el más grande de los cantores -dijo la rosa-. Quiero perfumar su tumba, esparcir sobre ella mis hojas cuando la tempestad me deshoje. El cantor de la Ilíada se tornó tierra, en esta tierra de la que yo he brotado. Yo, rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada para florecer sólo para un pobre ruiseñor.
Y el ruiseñor siguió cantando hasta morir.
Llegó el camellero, con sus cargados animales y sus negros esclavos; su hijito encontró el pájaro muerto, y lo enterró en la misma sepultura del gran Homero; la rosa temblaba al viento. Vino la noche, la flor cerró su cáliz y soñó:
Era un día magnífico, de sol radiante; acercábase un tropel de extranjeros, de francos, que iban en peregrinación a la tumba de Homero. Entre ellos iba un cantor del Norte, de la patria de las nieblas y las auroras boreales. Cogió la rosa, la comprimió entre las páginas de un libro y se la llevó consigo a otra parte del mundo a su lejana tierra. La rosa se marchitó de pena en su estrecha prisión del libro, hasta que el hombre, ya en su patria, lo abrió y exclamó: «¡Es una rosa de la tumba de Homero!».
Tal fue el sueño de la flor, y al despertar tembló al contacto del viento, y una gota de rocío desprendida de sus hojas fue a caer sobre la tumba del cantor. Salió el sol, y la rosa brilló más que antes; el día era tórrido, propio de la calurosa Asia. Se oyeron pasos, se acercaron extranjeros francos, como aquellos que la flor viera en sueños, y entre ellos venía un poeta del Norte que cortó la rosa y, dándole un beso, se la llevó a la patria de las nieblas y de las auroras boreales.
Como una momia reposa ahora el cadáver de la flor en su Ilíada, y, como en un sueño, lo oye abrir el libro y decir: «¡He aquí una rosa de la tumba de Homero!».
17 de xuño de 2018
COCINA, COCINA
COCINA, COCINA
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAIS - --
Los que reprochan a la cocina gallega el no ser cocina, sino excelentes
cocciones de productos de primera clase, olvidan guisos de pescado como son
el bonito al estilo de Cangas de Morrazo, los cefalópodos con patatas, la
japuta con tomate, la ensalada de patatas y mejillones, las ostras en
escabeche, las ostras fritas, las vieiras al albariño, las zamburiñas a la
marinera. Los guisos, aunque no puedan con el dogma de que lo mejor que se
puede hacer con el marisco gallego es cocerlo y comerlo, aportan excepciones
dogmáticas como la concha de berberechos o la cazuela de vieiras y setas o
el salteado de colmenillas, cigalas y verduras.De los ríos gallegos: el
salmón, la lamprea, las anguilas y el reo, pez al que no se le conocen otros
ríos. El salmón en Galicia se comía cocido en agua con sal y añadiéndole
sólo aceite y vinagre, procedimiento que no resistiría cualquier salmón de
granja, porque sólo lo admite el salmón duro que se ha jugado la muerte río
arriba. El reo tiene las carnes rosadas y más livianas que el salmón
salvaje, por lo que admite cocina con matices; de él decía Cunqueiro que le
iba bien en cocina lo mismo que le iba bien al salmón. Las truchas, sin son
de río, resultan excelentes rebozadas en harina de maíz y fritas. La lamprea
se cocina en Galicia como en Burdeos: se la guisa como si fuera un civet;
rotunda en empanada y en algunas comarcas se suele agregar a los cocidos.
Las anguilas se suelen comer en cazuela, rebozadas o al horno, mientras que
los sábalos se preparan tradicionalmente en escabeche.
16 de xuño de 2018
Y LUEGO DICEN QUE EL PESCADO ES CARO
Y LUEGO DICEN QUE EL PESCADO ES CARO
Manuel Vázquez Montalbán
EL PAIS - --
Los expertos en cocina de la galleguidad se pronuncian por comer el marisco
simplemente cocido y, si queda algo, para empanadas y otros guisos. Sueiro
suministra una fórmula para paliar la crueldad de cocinar los mariscos
vivos, y consiste en adormecerlos con unas gotas de vinagre en la boca y
luego zambullirlos en agua hirviendo, que es el morir. Parecen sufrir menos;
ningún marisco ha opinado sobre la cuestión.De los moluscos gallegos, merece
especial atención el pulpo. Se puede decir que en cualquier tasca de
Galicia, a cualquier hora, por toda la eternidad, se puede comer pulpo a
feira, cocido en calderos de cobre caliente y adobado con aceite crudo y
pimentón picante. Entre los peces del mar, galleguean con fortuna lenguados,
rodaballos, meros, merluzas, salmonetes y congrios; consumidos fritos, a la
parrilla o cocidos con salsa ajada, elaborada con aceite, ajo y pimentón.
El pescado se suele acompañar de las harinosas y sabrosas patatas gallegas,
llamadas cachelos; en segundo orden de preferencias: el besugo, el rape, así
como fanecas, rayas y pargos. Obligatorio mencionar a la sardina, por las
recetas hechas a su costa: esparradas, abiertas y rebozadas, empanadas,
cocidas, maceradas, en caldeiradas, rellenas de carne, asadas, al horno, y
guisadas a lo picadillo, con cebolla, perejil, ajo, orégano, pimiento rojo y
pan rallado. Como la lamprea o el bacalao, la sardina le entra bien a la
empanada.
15 de xuño de 2018
Sujetos
Sujetos
M. VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAIS | Última - --
El concepto sujeto histórico de cambio no fue elaborado por la III
Internacional, sino por el llamado socialismo científico para entender qué
habían significado históricamente los esclavos, los vasallos, los burgueses
y los proletarios como principales interesados en la transformación de la
sociedad. El socialismo científico partía de la creencia en la lucha de
clases, y ahora vivimos en un momento histórico en el que la lucha de clases
existe, pero está muy mal vista, no sólo por las derechas, sino también por
una cierta posizquierda compleja, en la que cohabitan los
pospijoaltuserianos y los social-liberales de la tercera vía, quinta planta,
liquidación fin de temporada.
14 de xuño de 2018
Aforismos de Leonardo
316.- Ela non necesita, por conseguinte, de intérpretes de diversas linguas, como a literatura; e satisfai de inmediato ao espírito humano, a semellanza das cousas que produce a natureza. E non só á especie humana, senón tamén aos outros animais; así ocorreu cunha pintura que representaba a un pai de familia: os fillos, aínda en cueiros, acariñábano, como así mesmo o can e o gato da casa, sendo algo marabilloso contemplar este espectáculo.
13 de xuño de 2018
El Eclipse
El Eclipse
Augusto Monterroso
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría
salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y
definitiva. Ante su ignorancia topogáfica se sentó con tranquilidad a esperar la
muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo
en la España distante, en el convento de Los Abrojos, donde Carlos V
condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el
celo de su labor redentora
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible,
que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció
como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí
mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas
nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura
universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se
esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel
conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo -, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus
ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto
desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre
vehemente sobre una piedra de los sacrificios (brillante bajo la luz opaca de un sol
eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin
prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y
lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en
sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
Augusto Monterroso
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría
salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y
definitiva. Ante su ignorancia topogáfica se sentó con tranquilidad a esperar la
muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo
en la España distante, en el convento de Los Abrojos, donde Carlos V
condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el
celo de su labor redentora
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible,
que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció
como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí
mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas
nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura
universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se
esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel
conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo -, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus
ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto
desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre
vehemente sobre una piedra de los sacrificios (brillante bajo la luz opaca de un sol
eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin
prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y
lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en
sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
12 de xuño de 2018
AGUDEZA GASCONA
MARQUES DE SADE - AGUDEZA GASCONA
Un oficial gascón había recibido de Luis XIV una gratificación de ciento cincuenta
doblones y, recibo en mano, entra sin hacerse anunciar en casa del señor Colbert,
que estaba sentado a la mesa con varios caballerosSeñores, ¿cuál de vosotros
pregunta con un acento que delataba su patria, quien, os lo ruego, es el señor
Colbert?
Yo, señor -le responde el ministro-. ¿En que puedo serviros?
-Una fruslería, señor. Se trata tan sólo de una gratificación de ciento cincuenta
doblones que es preciso que me descontéis en seguida.
- El señor Colbert, que se da perfecta cuenta de que el personaje se prestaba a la
burla, le pide permiso para acabar de cenar y, para que no se impaciente, le
ruega que se siente a la mesa con él.
-Con mucho gusto -contestó el gascón-, excelente idea, pues no he cenado todavía.
Terminada la comida, el ministro, que ha tenido tiempo de prevenir al encargado
mayor, dice al oficial que ya puede subir al despacho, que su dinero le espera; el
gascón sube.. pero no le entregan más que cien doblones. -¿Queréis bromear,
señor? -dice al funcionario-. ¿O no véis que mi orden dice ciento cincuenta?
-Señor -le contesta el escribiente-, veo perfectamente vuestra orden, pero os
descuento cincuenta doblones por la cena.
-¡Pardiez, cincuenta doblones! Si en mi posada me cuesta sólo diez sueldos!
-Os creo, pero allí no tenéis el honor de cenar con un ministro.
-Perfectamente -replica el gascón-en eso caso, señor, guardároslo todo; mañana
traeré a uno de mis amigos y estamos en paz. La respuesta y la broma que le había
provocado hicieron reír durante un rato a la corte; se añadieron los cincuenta
doblones a la gratificación del gascón, que regresó triunfalmente a su tierra, hizo el
elogio de las cenas del señor Colbert, de Versalles y de cómo era allí recompensado
el ingenio del Garona.
Un oficial gascón había recibido de Luis XIV una gratificación de ciento cincuenta
doblones y, recibo en mano, entra sin hacerse anunciar en casa del señor Colbert,
que estaba sentado a la mesa con varios caballerosSeñores, ¿cuál de vosotros
pregunta con un acento que delataba su patria, quien, os lo ruego, es el señor
Colbert?
Yo, señor -le responde el ministro-. ¿En que puedo serviros?
-Una fruslería, señor. Se trata tan sólo de una gratificación de ciento cincuenta
doblones que es preciso que me descontéis en seguida.
- El señor Colbert, que se da perfecta cuenta de que el personaje se prestaba a la
burla, le pide permiso para acabar de cenar y, para que no se impaciente, le
ruega que se siente a la mesa con él.
-Con mucho gusto -contestó el gascón-, excelente idea, pues no he cenado todavía.
Terminada la comida, el ministro, que ha tenido tiempo de prevenir al encargado
mayor, dice al oficial que ya puede subir al despacho, que su dinero le espera; el
gascón sube.. pero no le entregan más que cien doblones. -¿Queréis bromear,
señor? -dice al funcionario-. ¿O no véis que mi orden dice ciento cincuenta?
-Señor -le contesta el escribiente-, veo perfectamente vuestra orden, pero os
descuento cincuenta doblones por la cena.
-¡Pardiez, cincuenta doblones! Si en mi posada me cuesta sólo diez sueldos!
-Os creo, pero allí no tenéis el honor de cenar con un ministro.
-Perfectamente -replica el gascón-en eso caso, señor, guardároslo todo; mañana
traeré a uno de mis amigos y estamos en paz. La respuesta y la broma que le había
provocado hicieron reír durante un rato a la corte; se añadieron los cincuenta
doblones a la gratificación del gascón, que regresó triunfalmente a su tierra, hizo el
elogio de las cenas del señor Colbert, de Versalles y de cómo era allí recompensado
el ingenio del Garona.
11 de xuño de 2018
El marido complaciente
Marqués de Sade
El marido complaciente
Toda Francia terminó por saber que el príncipe de Bauffremmont tenía más o
menos los mismos gustos del cardenal del que acabamos de hablar. Le habían
concedido por esposa a una señorita muy novata, a la que, según la costumbre, no
habían aleccionado hasta la víspera.
-Sin más explicación – dijo la madre -, porque la decencia no me permite entrar en
ciertos detalles, hay una sola cosa que debo recomendarte, hija mía; desconfía de
las primeras proposiciones que te haga tu marido, y dile con firmeza: no, señor, de
ningún modo es por allí por donde se posee a una mujer honesta; por cualquier
otro lado, tanto como le guste, pero por allí no, por cierto...
Se acuestan, y por principio de pudor y honestidad que no le habían siquiera
sospechado, el príncipe, queriendo hacer las cosas en regla por lo menos la primera
vez, ofrece a su mujer sólo los castos placeres del himeneo pero la jovencita bien
instruida, se acuerda de la lección:
-¿Por quién me toma, señor? – le dice -, ¿se pensó usted que yo consentiría en
tales cosas? Por cualquier otro lado, tanto como le guste, pero por allí no, por
cierto...
-Pero, señora...
-No, señor, es en vano, nunca va a conseguir que consienta.
-Pues bien, señora, hay que satisfaceros – dijo el príncipe, apoderándose de los
altares que le eran caros -; me disgustaría mucho que se dijera que alguna vez quise
desagradarle.
Y que vengan ahora a decirnos que no vale la pena instruir a las chicas sobre lo que
deberán dar algún día a sus maridos.
El marido complaciente
Toda Francia terminó por saber que el príncipe de Bauffremmont tenía más o
menos los mismos gustos del cardenal del que acabamos de hablar. Le habían
concedido por esposa a una señorita muy novata, a la que, según la costumbre, no
habían aleccionado hasta la víspera.
-Sin más explicación – dijo la madre -, porque la decencia no me permite entrar en
ciertos detalles, hay una sola cosa que debo recomendarte, hija mía; desconfía de
las primeras proposiciones que te haga tu marido, y dile con firmeza: no, señor, de
ningún modo es por allí por donde se posee a una mujer honesta; por cualquier
otro lado, tanto como le guste, pero por allí no, por cierto...
Se acuestan, y por principio de pudor y honestidad que no le habían siquiera
sospechado, el príncipe, queriendo hacer las cosas en regla por lo menos la primera
vez, ofrece a su mujer sólo los castos placeres del himeneo pero la jovencita bien
instruida, se acuerda de la lección:
-¿Por quién me toma, señor? – le dice -, ¿se pensó usted que yo consentiría en
tales cosas? Por cualquier otro lado, tanto como le guste, pero por allí no, por
cierto...
-Pero, señora...
-No, señor, es en vano, nunca va a conseguir que consienta.
-Pues bien, señora, hay que satisfaceros – dijo el príncipe, apoderándose de los
altares que le eran caros -; me disgustaría mucho que se dijera que alguna vez quise
desagradarle.
Y que vengan ahora a decirnos que no vale la pena instruir a las chicas sobre lo que
deberán dar algún día a sus maridos.
10 de xuño de 2018
Gracias a la vida
Gracias a la vida
(Violeta Parra)
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que, en todo su ancho,
graba noche y día grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos,
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano;
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
(1964-1965)
(Violeta Parra)
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que, en todo su ancho,
graba noche y día grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos,
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano;
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
(1964-1965)
9 de xuño de 2018
EL NIÑO DESMEMORIADO
EL NIÑO DESMEMORIADO (Leon Tóstoi)
Una familia campesina tenía un hijo que había sido enviado a estudiar a la ciudad.
Pasó el año escolar y llegó el período de vacaciones. El estudiante regresó al hogar en medio de la alegría de toda su familia. Como venía muy orgulloso de su vida en la capital, su padre le dijo:
- Hoy empezaremos a segar, así que busca un rastrillo y ven a ayudarme.
El niño que no quería trabajar, le contestó:
- ¿Qué es un rastrillo?
- ¿Te estás riendo de mí?
- No papá. Sencillamente me he olvidado. Tú sabes que en la ciudad no se usan esas herramientas.
El campesino no le respondió, pero se fue muy disgustado.
El niño, al verse libre del trabajo, empezó a correr por el patio. No corrió mucho, porque se tropezó y pisó los dientes de un rastrillo cuyo mango se levantó y le dio un golpe en la frente.
Al sentir el dolor del golpe, gritó con ira:
- ¿Quién dejó aquí este rastrillo?
Su padre que en aquel momento pasaba cerca le dijo:
- ¿De modo que empiezas a recobrar la memoria? Te felicito y me alegro. Ahora que has recordado lo que es un rastrillo, tómalo y ven conmigo a las siembras, allí te enseñaré para qué sirve.
Una familia campesina tenía un hijo que había sido enviado a estudiar a la ciudad.
Pasó el año escolar y llegó el período de vacaciones. El estudiante regresó al hogar en medio de la alegría de toda su familia. Como venía muy orgulloso de su vida en la capital, su padre le dijo:
- Hoy empezaremos a segar, así que busca un rastrillo y ven a ayudarme.
El niño que no quería trabajar, le contestó:
- ¿Qué es un rastrillo?
- ¿Te estás riendo de mí?
- No papá. Sencillamente me he olvidado. Tú sabes que en la ciudad no se usan esas herramientas.
El campesino no le respondió, pero se fue muy disgustado.
El niño, al verse libre del trabajo, empezó a correr por el patio. No corrió mucho, porque se tropezó y pisó los dientes de un rastrillo cuyo mango se levantó y le dio un golpe en la frente.
Al sentir el dolor del golpe, gritó con ira:
- ¿Quién dejó aquí este rastrillo?
Su padre que en aquel momento pasaba cerca le dijo:
- ¿De modo que empiezas a recobrar la memoria? Te felicito y me alegro. Ahora que has recordado lo que es un rastrillo, tómalo y ven conmigo a las siembras, allí te enseñaré para qué sirve.
8 de xuño de 2018
LA PLAZA TIENE UNA TORRE
LA PLAZA TIENE UNA TORRE (Antonio Machado)
La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
Ha pasado un caballero,
¡quién sabe por qué pasó!
y se ha llevado la plaza
con su torre y balcón,
con su balcón y su dama,
su dama y su blanca flor.
La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
Ha pasado un caballero,
¡quién sabe por qué pasó!
y se ha llevado la plaza
con su torre y balcón,
con su balcón y su dama,
su dama y su blanca flor.
7 de xuño de 2018
Aforismos de Leonardo
315.- O fin da pintura é comunicable a todas as xeracións do universo, porque depende da facultade visual, e as impresións da visión pasan ao cerebro sen utilizar o oído.
6 de xuño de 2018
Bradbury
Demasiado tarde comprendín que non é posible esperar a ser perfecto, que hai que saír á vida e caerse e levantarse como todo o mundo.
Ray Douglas Bradbury, nado en Waukegan (Illinois) o 22 de agosto de 1920 e finado o 6 de xuño de 2012.
Ray Douglas Bradbury, nado en Waukegan (Illinois) o 22 de agosto de 1920 e finado o 6 de xuño de 2012.
5 de xuño de 2018
Asociación Ecolóxica
Hoxe, 5 de xuño, é o Día do Medioambiente e diferentes entidades imos a promover a fundación dunha nova entidade.
Ecoloxía, Lecer, Iniciativas e Actividades Sustentables (ELIAS).
Unha modesta entidade da que iremos informando.
Ecoloxía, Lecer, Iniciativas e Actividades Sustentables (ELIAS).
Unha modesta entidade da que iremos informando.
4 de xuño de 2018
Inicio de A Fronteira
A FRONTEIRA
Eduardo A. Ponce
Anoitecía. Un fino manto de area e frío deslizábase ominosamente sobre a cidade. Alá na fronteira, dous soldados escrutan o horizonte, apostados nas súas garitas, impertérritos ante o próximas quince horas de escuridade.
Holes aprendera, co transcorrer dos anos, a discernir case instintivamente, a través das continuas treboadas de area, cando se aproximaba cara á fronteira algún traslúcido. Willis, con todo, acababa de saír da Academia.
- Dígoche que o vin, polo norte. Camiñaba lentamente, pero o seu rastro era inconfundible - argumentaba Willis, sen despegar os ollos dos prismáticos de infravermellos.
- Mira mozo, levo seis anos neste deserto de morte, e podo asegurar, que antes que eses prismáticos capten a un traslúcido, xa o sentiches no teu cerebro e cheirado ao teu ao redor - contestou Holes, mentres acendía un cigarro.
...
Eduardo A. Ponce
Anoitecía. Un fino manto de area e frío deslizábase ominosamente sobre a cidade. Alá na fronteira, dous soldados escrutan o horizonte, apostados nas súas garitas, impertérritos ante o próximas quince horas de escuridade.
Holes aprendera, co transcorrer dos anos, a discernir case instintivamente, a través das continuas treboadas de area, cando se aproximaba cara á fronteira algún traslúcido. Willis, con todo, acababa de saír da Academia.
- Dígoche que o vin, polo norte. Camiñaba lentamente, pero o seu rastro era inconfundible - argumentaba Willis, sen despegar os ollos dos prismáticos de infravermellos.
- Mira mozo, levo seis anos neste deserto de morte, e podo asegurar, que antes que eses prismáticos capten a un traslúcido, xa o sentiches no teu cerebro e cheirado ao teu ao redor - contestou Holes, mentres acendía un cigarro.
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3 de xuño de 2018
Inicio de AS ABOMINACIÓNS DE YONDO
AS ABOMINACIÓNS DE YONDO
CLARK ASHTON SMITH
A area do deserto de Yondo non é como a dos demais desertos; entre outras cousas, Yondo atópase xusto no bordo do mundo, e ventos estraños que sopran desde un golfo cuxa profundidade non puido determinar ningún astrónomo sementaron os seus campos devastados co po gris de planetas corroídos, e as cinzas negras de soles extinguidos. As montañas escuras e con forma esférica que se elevan sobre unha planicie engurrada e erosionada non son tan só montañas, xa que algunhas son asteroides caídos que se afundiron nesa area abismal. Cousas estrañas xurdiron de espazos remotos, cuxa exploración está prohibida polos deuses de todas as terras decentes e ben gobernadas. Pero
non existen deuses semellantes en Yondo, onde habitan os xenios das estrelas desaparecidas, e os demos decrépitos cuxas casas foron destruídas en infernos xa anticuados.
Raiaba un mediodía de primavera cando por fin conseguín saír do interminable bosque de cactos onde me deixaron os inquisidores de Ong, cando vin aos meus pés o comezo gris das chairas de Yondo. Repito que se trataba das doce da mañá dun día de primavera, pero durante a miña estancia nese bosque fantástico non atopara nada que me lembrase á primavera; a vexetación que fora cortando no meu camiño, inchada, moribunda e medio podrecida, non se parecía aos demais cactos, senón que tiña formas abominables de difícil descrición. O aire estaba densamente cargado de cheiros putrefactos, e os helechos leprosos moteaban a terra negra e a vexetación enroñada cunha
frecuencia cada vez maior. Víboras dun verde pálido levantaban a cabeza dos arbustos de cactos, e observábanme con ollos dun ocre brillante, sen pálpebras nin pupilas. Todo isto inquietoume durante moitas horas; non me gustaban os fungus monstruosos de brazos descoloridos e cabezas dun malva venenoso que crecían aos bordos dos charcos fétidos e a ondada sinistra que cubría as augas amareladas non supuña precisamente un tranquilizante para alguén cuxos nervios estivesen aínda alterados polas torturas recentes. Entón, cando ata os enfermizos e horrendos cactos comezaron a escasear mentres que aparecía xa a area cincenta, comecei a sospeitar ata que punto o meu herexía
espertara un tremendo odio nos sacerdotes de Ong, e a perversidade infinita da súa vinganza.
...
CLARK ASHTON SMITH
A area do deserto de Yondo non é como a dos demais desertos; entre outras cousas, Yondo atópase xusto no bordo do mundo, e ventos estraños que sopran desde un golfo cuxa profundidade non puido determinar ningún astrónomo sementaron os seus campos devastados co po gris de planetas corroídos, e as cinzas negras de soles extinguidos. As montañas escuras e con forma esférica que se elevan sobre unha planicie engurrada e erosionada non son tan só montañas, xa que algunhas son asteroides caídos que se afundiron nesa area abismal. Cousas estrañas xurdiron de espazos remotos, cuxa exploración está prohibida polos deuses de todas as terras decentes e ben gobernadas. Pero
non existen deuses semellantes en Yondo, onde habitan os xenios das estrelas desaparecidas, e os demos decrépitos cuxas casas foron destruídas en infernos xa anticuados.
Raiaba un mediodía de primavera cando por fin conseguín saír do interminable bosque de cactos onde me deixaron os inquisidores de Ong, cando vin aos meus pés o comezo gris das chairas de Yondo. Repito que se trataba das doce da mañá dun día de primavera, pero durante a miña estancia nese bosque fantástico non atopara nada que me lembrase á primavera; a vexetación que fora cortando no meu camiño, inchada, moribunda e medio podrecida, non se parecía aos demais cactos, senón que tiña formas abominables de difícil descrición. O aire estaba densamente cargado de cheiros putrefactos, e os helechos leprosos moteaban a terra negra e a vexetación enroñada cunha
frecuencia cada vez maior. Víboras dun verde pálido levantaban a cabeza dos arbustos de cactos, e observábanme con ollos dun ocre brillante, sen pálpebras nin pupilas. Todo isto inquietoume durante moitas horas; non me gustaban os fungus monstruosos de brazos descoloridos e cabezas dun malva venenoso que crecían aos bordos dos charcos fétidos e a ondada sinistra que cubría as augas amareladas non supuña precisamente un tranquilizante para alguén cuxos nervios estivesen aínda alterados polas torturas recentes. Entón, cando ata os enfermizos e horrendos cactos comezaron a escasear mentres que aparecía xa a area cincenta, comecei a sospeitar ata que punto o meu herexía
espertara un tremendo odio nos sacerdotes de Ong, e a perversidade infinita da súa vinganza.
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2 de xuño de 2018
Inicio de ASÍ BURLAMOS A CARLOMAGNO
ASÍ BURLAMOS A CARLOMAGNO
R. A. LAFFERTY
-Estiveramos nalgúns moi altos-dixo Gregory Smirnov, do Instituto-, pero nunca nos atopamos nun tan grande como este, non rodeados de tan apaixonada expectación. Pero, se os cálculos de Epiktistes son correctos, este funcionará.
-Este funcionará-dixo Epikt
.
Era este Epiktistes a máquina Ktistec? Quen o crese? A masa principal de Epikt estaba cinco pisos debaixo deles, pero el instalara unha extensión de si mesmo ata aquel pequeno telladiño. O único que se necesitaba era un cable dun metro de diámetro cunha cabeza funcional montada no extremo.
E que cabeza escollera! Era unha cabeza de serpe de mar, unha cabeza de dragón, de cinco pés de lonxitude e copiada dun antigo entroido. Epikt deuse tamén a si mesmo unha linguaxe humana, unha mestura de irlandés, hebreo e holandés que parecía sacada dun vello vodevil.
Pero tomouse aquel proxecto moi en serio.
(...)
R. A. LAFFERTY
-Estiveramos nalgúns moi altos-dixo Gregory Smirnov, do Instituto-, pero nunca nos atopamos nun tan grande como este, non rodeados de tan apaixonada expectación. Pero, se os cálculos de Epiktistes son correctos, este funcionará.
-Este funcionará-dixo Epikt
.
Era este Epiktistes a máquina Ktistec? Quen o crese? A masa principal de Epikt estaba cinco pisos debaixo deles, pero el instalara unha extensión de si mesmo ata aquel pequeno telladiño. O único que se necesitaba era un cable dun metro de diámetro cunha cabeza funcional montada no extremo.
E que cabeza escollera! Era unha cabeza de serpe de mar, unha cabeza de dragón, de cinco pés de lonxitude e copiada dun antigo entroido. Epikt deuse tamén a si mesmo unha linguaxe humana, unha mestura de irlandés, hebreo e holandés que parecía sacada dun vello vodevil.
Pero tomouse aquel proxecto moi en serio.
(...)
1 de xuño de 2018
Fragmento de Códice Calixtino, de Luz Pozo Garza LUIS SEOANE
A LUÍS SEOANE
Coma un cántaro
que unha rapaza leva
con amor
as escuras lembranzas
entre a gloria
e a cinza
falan.
Pechas os ollos
sobre un códice vello
as verbas xorden
fondas
na idade sen acordo
so un nome.
...
Coma un cántaro
que unha rapaza leva
con amor
as escuras lembranzas
entre a gloria
e a cinza
falan.
Pechas os ollos
sobre un códice vello
as verbas xorden
fondas
na idade sen acordo
so un nome.
...
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