Benito Pérez Galdós
- I -
Vive Dios, que no dejo pasar este día sin poner la primera piedra del grande edificio de mis Memorias... Españoles nacidos y por nacer: sabed que de algún tiempo acá me acosa la idea de conservar empapelados, con los fáciles ingredientes de tinta y pluma, los públicos acaecimientos y los privados casos que me interesen, toda impresión de lo que veo y oigo, y hasta las propias melancolías o las fugaces dulzuras que en la soledad balancean mi alma; sabed asimismo que, a la hora presente, idea tan saludable pasa del pensar al hacer. Antes que mi voluntad desmaye, que harto sé cuán fácilmente baja de la clara firmeza a la vaguedad perezosa, agarro el primer pedazo de papel que a mano encuentro, tiro de pluma y escribo: "Hoy 13 de Octubre de 1847, tomo tierra en esta playa de Vinaroz, orilla del Mediterráneo, después de una angustiosa y larga travesía en la urca Pepeta, ¡mala peste para Neptuno y Eolo!, desde el puerto de Ostia, en los Estados del Papa...".
Y al son burlesco de los gavilanes que rasguean sobre el papel, me río de mi pueril vanidad. ¿Vivirán estos apuntes más que la mano que los escribe? Por sí o por no, y contando con que ha de saltar, andando los tiempos, un erudito rebuscador o prendero de papeles inútiles que coja estos míos, les sacuda el polvo, los lea y los aderece para servirlos en el festín de la general lectura, he de poner cuidado en que no se me escape cosa de interés, en alumbrarme y guiarme con la luz de la verdad, y en dar amenidad gustosa y picante a lo que refiera; que sin un buen condimento son estos manjares tan indigestos como desabridos.
¿Posteridad dijiste? No me vuelvo atrás; y para que la tal señora no se consuma la figura investigando mi nombre, calidad, estado y demás circunstancias, me apresuro a decirle que soy José García Fajardo, que vengo de Italia, que ya iré contando cómo y por qué fui y a qué motivos obedeció mi vuelta, muy desgraciada y lastimosa por cierto, pues llego exánime, calado hasta los huesos, con menos ropa de la que embarqué conmigo, y más desazones, calambres y mataduras. Peor suerte tuvo la caja de libros que me acompañaba, pues por venir sobre cubierta se divirtieron con ella las inquietas aguas, metiéndose a revolver y esponjar lo que las mal unidas tablas contenían, y el estropicio fue tan grande, que los filósofos, historiadores y poetas llegaron como si hubieran venido a nado... Pero, en fin, con vida estoy en este posadón, que no es de los peores, y lo primero que hemos hecho mis libros y yo es ponernos a secar... ¡Oh rigor de los hados! Los tomos de la Storia d'ogni Letteratura, del abate Andrés, y el Primato degli italiani, de Gioberti, están caladitos hasta las costuras del lomo: mejor han librado Gibbon, Ugo Fóscolo, Pellico, Cesare Balbo y Cesare Cantú, con gran parte de sus hojas en remojo. Helvecio se puede torcer, y Condillac se ha reblandecido... De mí puedo decir que me voy confortando con caldos sustanciosos y con unos guisotes de pescado muy parecidos a la Zuppa alla marinara que sirven en los bodegones de la costa romana.
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