2 de setembro de 2018

Moros y cristianos

Pedro Antonio de Alarcón
Moros y cristianos
(Cuento)
XIII

Tenemos ya cara a cara y solos al tío Juan Gómez y al forastero.

-¿Como se llama usted?-interrogó el primero al segundo con todo el
imperio de un Alcalde de monterilla y sin invitarle a que se sentara.

-Llámome Jaime Olot-respondió el hombre misterioso.

-¡Su habla de usted no me parece de esta tierra... ¿Es usted inglés?

-Soy catalán.

-¡Hombre! ¡Catalán!... Me parece bien. Y... ¿qué le trae a usted por
aquí? Sobre todo, ¿qué diablos de medidas tomaba usted ayer en mi Torre?

-Le diré a usted. Yo soy minero de oficio, y he venido a buscar
trabajo a esta tierra, famosa por sus minas de cobre y plata. Ayer tarde,
al pasar por la Torre del Moro, vi que con las piedras de ella extraídas
estaban construyendo una tapia, que aun sería necesario derribar o
arrancar otras muchas para terminar el cercado... Yo me pinto solo en esto
de demoler, ya sea dando barrenos, ya por medio de mis propios puños, pues
tengo más fuerza que un buey, y ocurrióseme la idea de tomar a mi cargo,
por contrata, la total destrucción de la Torre y el arranque de sus
cimientos, suponiendo que llegase a entenderme con el propietario.

El tío Hormiga guiñó sus ojillos grises, y respondió con mucha sorna:

-Pues, señor, no me conviene la contrata.

-Es que haré todo ese trabajo por muy poco precio, casi de balde....

-¡Ahora me conviene mucho menos!

El llamado Jaime Olot paró mientes en la soflama del tío Juan Gómez,
y miróle a fondo como para adivinar el sentido de aquella rara
contestación; pero, no logrando leer nada en la fisonomía zorruna de su
merced, parecióle oportuno añadir con fingida naturalidad:

-Tampoco dejaría de agradarme recomponer parte de aquel antiguo
edificio y vivir en él cultivando el terreno que destina usted a corral de
ganado. ¡Le compro a usted, pues, la Torre del Moro y el secano que la
circunda!

-No me conviene vender-respondió el tío Hormiga.

-¡Es que le pagaré a usted el doble de lo que aquello valga!-observó
enfáticamente el que se decía catalán.

-¡Por esta razón me conviene menos!-replicó el andaluz con tan
insultante socarronería, que su interlocutor dio un paso atrás como quien
conoce que pisa terreno falso.

Reflexionó, pues, un momento, pasado el cual alzó la cabeza con
entera resolución, echó los brazos a la espalda y dijo, riéndose
cínicamente:

-¡Luego sabe usted que en aquel terreno hay un tesoro!

El tío juan Gómez se agachó, sentado como estaba; y, mirando al
catalán de abajo arriba, exclamó donosísimamente:

-¡Lo que me choca es que lo sepa usted!

-¡Pues mucho más le chocaría si le dijese que soy yo el único que lo
sabe de cierto!

-¿Es decir que conoce usted el punto fijo en que se halla sepultado
el tesoro?

-Conozco el punto fijo, y no tardaría veinticuatro horas en
desenterrar tanta riqueza como allí duerme a la sombra...

-Según eso, ¿tiene usted cierto documento?...

-Sí, señor: tengo un pergamino del tiempo de los moros, de media vara
en cuadro en que todo esto se explica...

-Dígame usted, ¿y ese pergamino?...

-No lo llevo sobre mi persona, ni hay para qué, supuesto que me lo sé
de memoria al pie de la letra en español y en árabe... ¡Oh! ¡No soy yo tan
bobo que me entregue nunca con armas y bagajes! Así es que antes de
presentarme en estas tierras escondí el pergamino... donde nadie más que
yo podrá dar con él.

-¡Pues entonces no hay más que hablar! Señor Jaime Olot, entendámonos
como dos buenos amigos.... -exclamó el Alcalde, echando al forastero una
copa de aguardiente.

-¡Entendámonos!-repitió el forastero, sentándose sin más permiso y
bebiéndose la copa en toda regla.

-Dígame usted-continuó el tío Hormiga- y dígamelo sin mentir, para
que yo me acostumbre a creer en su formalidad...

-Vaya usted preguntando, que yo me callaré cuando me convenga ocultar
alguna cosa.

-¿Viene usted de Madrid?

-No, señor. Hace veinticinco años que estuve en la corte por primera
y última vez.

-¿Viene usted de Tierra Santa?

-No, señor. No me da por ahí.

-¿Conoce usted a un abogado de Ugíjar llamado D. Matías de Quesada?

-No, señor; yo detesto a los abogados y a toda la gente de pluma.

-Pues, entonces, ¿como ha llegado a poder de usted ese pergamino?
Jaime Olot guardo silencio.

-¡Eso me gusta! ¡Veo que no quiere usted mentir!-exclamó el Alcalde.-
Pero también es cierto que D. Matías de Quesada me engañó como a un chino,
robándome dos onzas de oro, y vendiendo luego aquel documento a alguna
persona de Melilla o de Ceuta... ¡Por cierto que, aunque usted no es moro,
tiene facha de haber estado por allá!

-¡No se fatigue usted ni pierda el tiempo! Yo le sacaré a usted de
dudas. Ese abogado debió de enviar el manuscrito a un español de Ceuta, al
cual se lo robó hace tres semanas el moro que me lo ha traspasado a mí...

-¡Toma! ¡Ya caigo! Se lo enviaría a un sobrino que tiene de músico en
aquella catedral..., a un tal Bonifacio de Tudela...

-Puede ser

-¡Pícaro D. Matías! ¡Estafar de ese modo a su compadre! ¡Pero véase
como la casualidad ha vuelto a traer el pergamino a mis manos!...

-Dirá usted a las mías... -observó el forastero.

-¡A las nuestras!-replicó el Alcalde, echando más aguardiente. -Pues,
señor, ¡somos millonarios! Partiremos el tesoro mitad por mitad, dado que
ni usted puede excavar en aquel terreno sin mi licencia, ni yo puedo
hallar el tesoro sin auxilio del pergamino que ha llegado a ser de usted;
es decir, que la suerte nos ha hecho hermanos. ¡Desde hoy vivirá usted en
mi casa! ¡Vaya otra copa! Y, en seguidita que almorcemos, daremos
principio a las excavaciones...

Por aquí iba la conferencia cuando la señá Torcuata volvió de misa.
Su marido le refirió todo lo que pasaba y le hizo la presentación del
señor Jaime Olot. La buena mujer oyó con tanto miedo como alegría la
noticia de que el tesoro estaba a punto de parecer; santiguóse repetidas
veces al enterarse de la traición y vileza de su compadre D. Matías de
Quesada, y miró con susto al forastero, cuya fisonomía le hizo presentir
grandes infortunios.

Sabedora, en fin, de que tenía que dar de almorzar a aquel hombre,
entró en la despensa a sacar de lo más precioso y reservado que contenía,
o sea lomo en adobo y longaniza de la reciente matanza, no sin decirse
mientras destapaba las respectivas orzas:

-¡Tiempo es de que parezca el tesoro; pues, entre si parece o no
parece, nos lleva de coste los treinta y dos duros de la famosa jícara de
chocolate, la antigua amistad del compadre D. Matías, estas hermosas
tajadas, que tan ricas habrían estado con pimientos y tomates en el mes de
Agosto, y el tener de huésped a un forastero de tan mala cara! ¡Malditos
sean los tesoros, y las minas, y los diablos, y todo lo que está debajo de
tierra, menos el agua y los fieles difuntos!

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