29 de xullo de 2011

HORRORES Y ERRORES (IV Bis)

Y ahora sí, ésta es la última entrega sobre este tema. Quizá haya otros similares, o quizá decida cometer un suicidio literario y me dedique a tocar algunos melindres por ahí. O a lo mejor me siento filosófica y me dedico a especular sobre la plantación de berenjenas transgénicas en Sri Lanka, quién sabe, cosas más raras he hecho. Pero no adelantemos acontecimientos. Dije que hablaría de lo que hay que tener en cuenta antes de escribir una historia, y a eso voy.

V. Vale, ya sé qué quiero contar. Y ahora, ¿cómo empiezo?

Pues, por el principio es una buena forma, y si tenéis una frase estupenda para comenzar, adelante, ¿a qué estáis esperando? El primer párrafo es el que engancha, así que no os cortéis: desplegad todo vuestro arte. Pero, por favor, recordad: ortografía, gramática, sencillez. Dicho esto, veamos qué no se debe olvidar:

a) El punto de vista. Pensadlo bien antes de empezar a escribir. No es lo mismo utilizar un narrador omnisciente que una primera persona, o una tercera subjetiva. No es lo mismo utilizar varios puntos de vista, que una única voz para toda la obra. Cualquiera de esas elecciones tiene sus ventajas y sus desventajas, y no todas cuadran con todos los estilos, ni con todas las historias. La primera persona puede acercar más el personaje al lector, pero, para mi gusto, se corre el riesgo de un cierto "infantilismo", además de limitar lo que el narrador —y por consiguiente el lector— "ve" en la historia. El narrador omnisciente es... tan obvio. Pero, bien, tiene la ventaja de que es eso: omnisciente. ¿Mi opción? Pues suelo decantarme por la tercera subjetiva a menos que la historia demande otra cosa, porque me permite definir mejor los personajes y ver la historia desde muchos ángulos. Pierdo la capacidad de describir ciertas escenas en las que aparecen personajes sin punto de vista, pero la verdad es que no me importa. Me siento cómoda con ese narrador, y todo el mundo debería sentirse cómodo con lo que está escribiendo, o de lo contrario no conseguirá sacar la redacción adelante. De todos modos, como ya he dicho, depende de lo que demande la historia. Cuando me preparo para escribir algo nuevo suelo tener las primeras frases en la cabeza, y es el propio relato, o novela, el que me dice qué persona usar sin que mi voluntad intervenga para nada en el proceso. Como ya explicaré más adelante, no es buena idea llevarle la contraria a tus historias...

Lo importante aquí es que, sea cuál sea vuestra elección, una vez tomada la decisión, no podéis cambiar de opinión a la mitad del camino. Valorad los pros y los contras de decantaros por una determinada opción, y pandad con las consecuencias. Sí, claro, he visto a algún autor pasarse esta regla por el mismísimo forro y con un resultado estupendo, pero, seamos serios: no sois Stephen King. Hay que vender lo que él vende, y conocer los trucos del oficio como él los conoce, para poner los dedos encima de las teclas y decir: «…Y este capítulo lo voy a escribir en primera persona, en presente, y desde el punto de vista de un perro, porque me sale de los mismísimos». Y que encima le quede bien. Con un par.

b) Los tiempos verbales. Bueno, personalmente detesto la narración en presente, pero eso no quiere decir que sea incorrecta. Sólo que yo la detesto. Así que, adelante, escribid en presente si queréis. O en pasado. O incluso hasta en futuro, si sois capaces. Pero, al igual que con el punto de vista, no cambiéis de idea. Si saltáis de un tiempo a otro, además de cometer un error de manual, confundís al lector y estropeáis la narración. Así que, mucho ojo.

Sí, bien, esta regla también puede mandarse al conco, pero no os lo recomiendo, en serio… Hace falta mucho más de lo que la mayoría de los escritores tiene para salir de ese embrollo con relativo éxito. ¿Se puede hacer? Sí, claro. Casi todo se puede hacer. Pero para conseguir un resultado lamentable, mejor no meterse en semejantes berenjenales.

c) Esquematización, orden. No soy muy ordenada, lo reconozco. Cuando tengo el fantasma de la sombra del suspiro de una idea, me pongo delante del netbook (sí, escribo en un netbook. Me he forzado a adaptarme al teclado pequeño, porque me puedo llevar mi chiquitín a todas partes y escribir dónde y cuándo me apetece) y “tiro millas”, bajo la asunción de que, tarde o temprano, mis personajes tendrán a bien informarme del tan esperado Q Puñetas Va A Pasar Ahora. Y lo hacen. En serio, lo hacen. Jamás me peleo con ellos ni les llevo la contraria. Si yo tenía pensado que un determinado personaje fuera a dar un paseo por el parque y mirara las mariposas, pero él decide que quiere ir de botellón y mazarse a copas, le hago caso. Al fin y al cabo, la historia es suya. O al menos, tan suya como mía. Rara vez tengo completamente claro lo que va a pasar en mis historias, y rara vez me lo planteo en detalle antes de empezar a escribir.

Sí, lo sé: todos los talleres de escritura, todos los gurús de la literatura, todos los que saben —o creen que saben— algo de esto os dirán que hay que estructurar, planificar, ordenar e incluso —insértese aquí un estremecimiento de pavor— hacer esquemas de hasta el último maldito detalle de hasta la última maldita coma que tengáis en mente. Pues bueno, pues vale, pues ellos sabrán lo que dicen, e incluso hasta lo sabrán mejor que yo, o con mejores credenciales. Pero a mí personalmente me parece la muerte de la literatura. Creo que cada historia que nace de un teclado es algo vivo, que crece hasta límites que ni se habían contemplado en un principio, y que se desenvuelve como quiere, sin más límite que la propia imaginación del autor. Y, para mí, así es como debe ser. Pero eso es para mí, y me funciona a mí, y a alguna gente que conozco por ahí (hola, Nee) Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que sirva para todos.

Así que, bueno, esquematizad lo que queráis, si es lo que necesitáis. Pero estad dispuestos a saltar por encima de vuestros propios esquemas si la historia os lo pide. Es inútil pelearse con los personajes, o con el modo en que las cosas quieren contarse. Sólo empeora el resultado y hace perder frescura a lo que se escribe.

Y con esto, ya tenéis bastante para pensar antes de escribir. Cuando ya tengáis vuestro pequeñín listo, y os pongáis a revisarlo, podéis hacerme caso e intentar no caer en lo que yo considero errores garrafales, o podéis pasar de mí por completo y decidir vuestras propias reglas. Allá vosotros y vuestra conciencia. Pero si conseguís publicar, y tenéis la mala suerte de que el libro caiga en mis manos y me dé por reseñarlo algo difícil, lo reconozco, porque odio escribir reseñas... Pero oye, nunca se sabe, y yo puedo ser muy puñetera cuando me pongo, os advierto que destriparé todas y cada una de vuestras faltas ortográficas y gramaticales, criticaré la elección de cada palabra rebuscada, y pondré a vuestros personajes mirando a Cuenca. Qué le vamos a hacer, nunca he dicho que sea una buena persona.

Pero tampoco soy tan mala, así que os dejo unos últimos consejos que, por descontado, también podéis ignorar.

a) Esto es literatura. Y como tal, son letras. Los números están fuera de lugar. Un par de cosas no están separadas por 15 cmts, lo están por quince centímetros. No pasan 1 ó 2 segundos (sí, sé que la RAE ha quitado esa tilde. Me importa muy poco. A veces, hasta los dignos académicos actúan sin pensar…), pasan uno o dos segundos. No estoy tan de acuerdo con el que no se puedan usar onomatopeyas, aunque es una de esas reglas tan comúnmente aceptadas. A mí es que me encanta decir que las puertas de un ascensor se abrieron con un «tímido ‘ting’», o que el despertador hizo «sonar su ‘riiing’ maldito». Pero mi estilo es bastante particular, así que saltarse esta regla en concreto, probablemente no funcione para todo el mundo.

b) Menuda mente tenemos. Mea culpa. Una de las cosas que más tengo que corregir. Los malditos adverbios terminados en –mente. Son el recurso fácil de una mente vaga, y hacen que la narración suene… ¿cacofónica? Evitadlos con el mismo cuidado con el que hay que evitar las repeticiones de palabras. Sí, hay palabras estupendas y que deberían poder usarse mil veces, lo sé. Y también hay palabras cómodas, o que no tienen un sinónimo claro (mi reino por un sinónimo de "sonrisa"), pero salvo en repeticiones buscadas a propósito como figuras retóricas, usar la misma palabra mil veces queda... feo. Sin más.

c) Ritmo y estructura. Lo habréis escuchado miles de veces: una historia tiene una presentación, un nudo y un desenlace. Y hay que dedicarle a cada uno el tiempo preciso. No vale apresurarse, no vale describir de forma exhaustiva a los personajes, contar con detalle el conflicto… y resolverlo en diez líneas. Es algo tramposo, brusco, y frustra al lector. Una novela —o incluso casi con más razón un relato corto— tiene que estar bien estructurada y seguir un ritmo lógico. Nada de prisas, nada de “esto lo termino yo en dos patadas”, porque así se cae en finales tipo: lo hizo un mago; era un sueño; la Isla era… No, tranquilos. Casi todo lo que escribo suele ser spoiler free, aunque si a estas alturas habéis conseguido no enteraros de cómo acaba Lost, deberíais aparecer en el Libro Guinness de los Récords.

A lo que iba: paciencia. Sé que resulta especialmente difícil en los concursos que imponen un límite mínimo de palabras, pero creo que el único truco para esto es escribir hasta que la historia queda perfectamente resuelta, y después ir “metiendo tijera” en algunos adjetivos aquí y allá, algunos artículos que pueden eliminarse, etc. Es preferible pasarse el trabajo de “poda” a que la historia quede coja y mal equilibrada porque estáis viendo que llegáis al límite de palabras, y todavía os falta sudar sangre para resolver la trama. Y si después de todo el trabajo de corta y pega excedéis el límite marcado por mucho, y no hay forma de hacerlo mejor sin mutilar el relato, pues… casi mejor esperad a otra ocasión con un límite mayor.

Y hasta aquí llegamos, aunque seguramente me dejo mucho en el tintero, lo sé. De todas formas, después de estos consejos, después de despotricar y poner a caldo ciertas actitudes, lo único que me queda por sugerir es… que olvidéis todo lo que he dicho, y os lancéis. Lo dije, y lo repito: en realidad, no hay reglas. La literatura es algo vivo, algo que madura y crece y cambia, y la imaginación no se puede contener con normas rígidas y muchas veces anticuadas.

Aunque eso no cambiará el hecho de que odie las faltas de ortografía, deteste la prosa farragosa, y que los personajes sin “alma” me den urticaria.

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