2 de decembro de 2011

PUES YA ESTÁ...



Bueno, pues ya está. Se acabó. Noviembre ha pasado entre litros de café, kilos de chocolate, un puñado muy pequeño de horas de sueño, dolor de falanges y muchas, muchas risas, y el NaNoWriMo ha llegado a su fin.

¿El balance? Mucho más que positivo, la verdad. Ha sido una de las experiencias literarias más divertidas de toda mi vida y, salvo por el pequeñísimo detalle de que, a pesar de ese conteo de palabras escandaloso que podéis ver en el dibujito de ahí arriba, no hay todavía un primer borrador completo de la novela, todos mis objetivos al presentarme a esta locura se han cumplido con creces.

Para empezar, lo más obvio: está claro que, si conseguí escribir más de cien mil palabras en un mes, el objetivo de teclear cincuenta mil, que era el requisito necesario para considerarte “ganador” del NaNoWriMo, ha quedado más que superado. De hecho, a día trece ya podía haberme relajado y dejado de teclear, porque mi contador ya señalaba cincuenta y una mil palabras. Pero no lo hice. Seguí escribiendo sin parar hasta llegar el día treinta, y todavía sigo. Y ahí es donde alcancé la siguiente meta que me había propuesto, y que para mí era mucho más importante que tener un número determinado de palabras en treinta días: recuperar el gusto por escribir. Volver a hacerle un hueco al teclado en mi vida, y volver a disfrutar de ello. Mandar a freír coquinas al puñetero bloqueo que me perseguía desde… yo qué sé… ¿Tiempos inmemoriales? y volver a pasármelo como una enana imaginando y narrando una historia. Durante todo el mes volví a convertirme en nada más que esa marioneta que está detrás del teclado, mientras mis dedos se movían enloquecidos sobre él escribiendo al dictado de mis personajes algo que yo ni tan siquiera tenía previsto. Porque eso, por mucho que pueda sorprender a los que no escriben, es lo mejor de narrar historias. Cuando llega ese momento en el que se conecta ese interruptor escondido en algún sitio de tu cabeza, al que no puedes llegar jamás de forma consciente por mucho que lo intentes, y empiezas a funcionar en automático. Cuando empiezas una escena con una idea en mente, y de pronto esa idea se te olvida, y tus dedos empiezan a crear algo completamente diferente y te cuentan una historia —o un chiste— que no te sabías. Cuando los personajes se rebelan —o se revelan— y te explican que no son como tú pensabas ni por equivocación, que son de otra manera totalmente diferente, y que eso va a cambiar toda la forma en la que ves lo que va a pasar. Cuando te sientas delante del teclado sin tener ni idea de lo que vas a contar, pero aún así lo cuentas, y cuando terminas te das cuenta de que el archivo de tu novela ha subido cinco mil palabras del tirón, y tú sin saber cómo ha pasado. Cuando te acuestas y, de pronto, te despiertas con una escena fabulosa perfectamente diseñada en tu cabeza. Cuando estás hablando con alguien y te quedas en blanco porque tienes un trozo de diálogo genial escribiéndose en automático en tu cerebro y ya no puedes concentrarte en otra cosa hasta que lo ves en la pantalla de tu ordenador.

Cuando, por fin, vuelves a ser un escritor.

Quizá nunca llegues a triunfar con lo que haces. Quizá nunca consigas vivir de esto. Quizá tus criaturas nunca vean la luz. Pero, cuando consigues sentirte así, eso no importa. En ese momento, eres un escritor. Y a las clasificaciones oficiales que les den mucho por lo estrecho, que eso no hay quien te lo quite.

Y aunque sólo por eso, sólo por recuperar esa sensación única —esquizofrénica, pero única—, el NaNoWriMo habría merecido la pena, hay mucho más. Está la gente divertidísima que conocí en este mes, con la que compartí un montón de nervios y risas. Están las competiciones y los piques —de buen rollo, ¿eh? Que no siempre soy un mal bicho. La mayor parte del tiempo sí, es cierto, pero no siempre— con otros participantes por ver quién escribe más, y más rápido. Están esas ciento y pico mil palabras que le arranqué al teclado. Están esas personas que me apoyaron y me cubrieron las espaldas en otros charcos en los que estoy metida, a pesar de que estoy segura de que, en el fondo, piensan que estoy un poco loca. Y probablemente tengan razón.

Y, sobre todo, están esas enloquecidas, hilarantes y surrealistas charlas en Messenger hasta altísimas horas de la madrugada con mi única pareja de hecho literaria, que consiguieron hacerme creer de nuevo que dormir es algo secundario y carente de importancia. Y los más de trescientos correos —sí, dije trescientos y no es una exageración. Probablemente me haya quedado corta, de hecho— que nos cruzamos durante este mes, a cada cual más absurdo e inspirador y que debieron entrar en el conteo final de palabras por derecho propio. Y la bendita Mente Unificada Común, que se puso en marcha con apenas un empujoncito, para echarnos una mano otra vez en nuestra monocigótica locura. Nena, jugar a escribir contigo es de lo más divertido que he hecho nunca, ya lo sabes. Y no te digo más, que lo que falta también lo sabes y luego me acusan de ponerme moñas. Y tengo una mala reputación que mantener como gemela malvada, qué diablos.

En resumen: que el año que viene, en noviembre, allí estaré yo como un clavo con la otra sospechosa habitual de la que acabo de hablaros, dispuesta a jugarme el orgullo —y un más que probable túnel carpiano— una vez más. Porque ha sido genial. En serio, genial. Y se lo recomiendo a cualquiera que disfrute de esto de machacar el teclado. Sin reservas.

Otro día os contaré algo más. Quizá lo que he aprendido e incluso lo que he desaprendido. Quizá algún motivo más concreto por el que debéis, al menos, probar la experiencia. Quizá alguna de las meteduras de pata que, estoy casi segura, aparecerán en la edición por culpa de escribir con el cerebro desconectado por completo. Algo se me ocurrirá. Pero hoy me despido ya con mi enhorabuena para todos los que tenéis la barrita de color morado con la palabra “winner” escrita en ella. Y para los que no la tenéis también. Que el NaNo es de las pocas cosas en esta vida en la que nunca pierdes, porque, sean tres mil, veinte mil o cuarenta mil, tienes esas palabras ahí y son unas palabras que no tenías en octubre. Aunque la vida te haya pasado por encima y hayas tenido que abandonar, porque no podías ni encontrar cinco minutos al día para esto; aunque tu ritmo sea mucho más lento que esa marca de mil seiscientas sesenta y siete palabras diarias, y no hayas conseguido llegar al tope; aunque te haya distraído otro proyecto más importante y hayas tenido que elegir.

Da igual. Hayas llegado a esa meta de cincuenta mil palabras o no, te llevas la experiencia y el mérito de haberlo intentado. Para mí, vosotros sois tan ganadores como los que la alcanzamos, y sólo puede decir que ha perdido el que no ha tenido siquiera el valor de intentarlo.

Y ahora, a terminar vuestras criaturas, lavarles la cara y pulirlas hasta que queden monísimas y brillantísimas, y nos vemos el año que viene, con los teclados listos para echar humo.

Que el mundo se acaba en dos mil doce, pero en diciembre, así que no hay excusa.

**Nota al pie: Acabo de contar los correos que crucé con mi pareja literaria. Me engañé. No fueron trescientos. Fueron exactamente trescientos noventa y nueve. Y lo que nos queda... Lo dicho: tendrían que haber entrado en el conteo final de palabras.

3 comentarios:

  1. Pues enhorabuena, ¿Se puede leer en algún sitio?

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  2. Gracias, Fran. Y no, no puedes leer la novela en ningún sitio, primero porque no está acabada, y segundo porque el NaNo no es una forma de publicar o colgar tu novela para que los demás la lean, sino sólo un reto para obligarte a escribirla. Así que, por el momento, los archivos están donde deben estar: en el disco duro del ordenador, esperando ansiosos a convertirse en algo medianamente legible.

    Ni: *_*

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