Como soy una procrastinadora nata, algo que creo que ya he comentado en más de una ocasión, es difícil que no me pille el toro todas las semanas con la entrada para el blog. Lo raro sería que no me pillara; lo habitual es encontrarme el jueves por la noche delante del teclado y preguntándome quién diablos ha sido el impresentable que me ha robado el resto de la semana, y por qué, en el nombre de todos los dioses, ya va a ser viernes de nuevo y yo sin ninguna idea, gracias.
En resumidas cuentas, que estaba yo charlando con mi monocigótica buena después de ver un capítulo de la serie que seguimos últimamente para animarnos el oído con voces pecaminosas y, todavía con la resaca de escuchar esa imposible cantidad de armónicos, me di cuenta de que era jueves de nuevo. Bien, viernes, de hecho, porque las doce de la noche ya habían pasado hacía rato, entre risas y comentarios más o menos censurables para las orejas sensibles. A partir de ahí, la cosa fue más o menos así:
—Nena, que es viernes y yo no tengo tema para el blog —escribí adjuntando un ceporro que indicaba muy claramente mi hastío.
—Habla de Cumberbatch —sugirió mi compañera de armas y letras. Su ceporro no parecía hastiado, no. De hecho, misterios de la vida, aparentaba haber visto algo muy sabroso...
—¿Otra vez? —pregunté, adjuntando de nuevo el mismo ceporro con aspecto de estar al borde de la muerte por tedio terminal. No porque esté hastiada del muchacho, no me entendáis mal. Pero es que creo que hasta las obsesiones menos censurables deben tener un límite—. ¿Te recuerdo que es un blog de fomento de la lectura, no de fomento del oído y la vista?
—Bueno, pues habla de géneros literarios. De fantasía. Y di que te gusta Tolkien y que Martin Freeman va a participar en el Hobbit y blablablá, así, hábilmente, dejas caer que Cumberbatch le va a prestar su voz a Smaug, y a partir de ahí, pues ya te dejas llevar, si eso.
No era mala idea, la verdad. No era mala idea en absoluto. Pero, aunque presumo de ser tan irresponsable como el que más, a veces tengo algo parecido a una conciencia y entiendo —mal, pero lo entiendo— que no todo el mundo tiene que compartir nuestra última obsesión. Y es que es divertido hacer el pavo un rato, pero la gente no lo entiende porque, en su mayor parte, tiene la mala costumbre de tomarse demasiado en serio a sí misma. Y, ahora que lo pienso, este comentario también me daría pie a escribir una entrada, y muy larga, pero últimamente no estoy por darle armas al enemigo. Resulta aburrido en extremo cuando descubres que no saben qué hacer con ellas.
En fin, el caso es que, después de darle muchas vueltas, decidimos que, dado que este es, en principio, un blog de fomento de la lectura, no vendría mal hablar precisamente de eso: del fomento de la lectura. Y a eso voy… Más o menos, y tras mis divagaciones habituales, para qué negarlo.
Más de una vez me he preguntado qué lleva a que alguna gente devore libros como quien come pipas, y que otra se atreva a proclamar, con algo que se parece peligrosamente al orgullo, que no ha leído un libro en su vida. Y he llegado a la conclusión de que las respuestas son muchas y muy variadas, como todas las respuestas que importan en esta vida.
Para empezar, dudo que alguien lea por las campañas de fomento de la lectura del Gobierno, pero igual sirven para algo. No sé, no conozco a nadie que me diga: «Yo leo porque vi un anuncio que decía que los libros son mis amigos», pero también es verdad que no conozco a todo el mundo que lee. Alguno puede haber.
Sin embargo, sí creo que la gente lee porque lo aprendió de pequeño. Ese es mi caso, lo reconozco. La foto que veis por ahí es de la biblioteca de mis padres. La del salón, quiero decir. Hay tres más, una por habitación, y no cuento los cómics, que se han visto relegados a una estantería en el trastero por falta de espacio. Así que es fácil imaginar que en mi casa la lectura era algo tan cotidiano como la comida. La tele era, y sigue siendo, un aparato extraño que se encendía durante el servicio informativo y se olvidaba en cuanto terminaba y, en ocasiones muy contadas, para ver alguna serie, porque mis padres no tienen la fobia que tengo yo por el doblaje. Así que imagino que leo porque realmente nunca hubo otra opción para mí y bien que lo agradezco; porque siempre fue una parte más de la rutina diaria: te levantas, te lavas los dientes, te duchas y abres el libro mientras desayunas. Lo he visto toda mi vida, y tardé bastante en darme cuenta de que no era así para todo el mundo.
Otras veces algún profesor de literatura hace bien su trabajo y le da a algún alumno un libro que le entusiasma, y le deja con ganas de probar más lo que es eso de las letras impresas. También me ha pasado y, aunque yo ya estaba enganchada sin remedio a la lectura por aquel entonces, sí me sirvió para enamorarme de algunas novelas y algunos escritores que probablemente no habría leído de no ser por esa profesora.
Otras veces se llega a los libros de la forma más indirecta posible: a través de los medios audiovisuales. Todos hemos escuchado que la tele y el cine hacen que la gente no lea, pero ¿en realidad es cierto? Pues yo creo que no. Por ejemplo: ¿cuánto se han incrementado las ventas de Canción de Hielo y Fuego después de la serie? No sé la cifra exacta, pero seguro que muchísimo. Yo misma conozco al menos una docena de personas que han empezado a leer la saga a raíz de su adaptación televisiva, así que ni me atrevo a calcular el total. Otro ejemplo: leía el otro día una noticia que aseguraba que las ventas de las historias originales de Sherlock Holmes se han duplicado desde que se emite la serie de la BBC. Sí, justo esa serie de la que hablaba el otro día. Y lo comento, además de porque es un buen ejemplo, porque así tengo justificación para poner la foto de Cumberbatch, ¿qué pasa? Soy responsable, pero no tanto…
¿Más ejemplos? Venga, va. Hoy me siento generosa: Harry Potter, El Señor de los anillos, Millenium, Crepúsculo, El código da Vinci… Y reconozco que ni yo soy inmune a este fenómeno. Lo último que he leído empujada por una película ha sido Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist. Vi la fabulosa película sueca —la adaptación yanki no. Ni pienso verla, hasta ahí podíamos llegar— y cuando me enteré de que estaba basada en una novela salí corriendo a mi librería a encargarla. El relato de cómo la dependienta me dejó pasar tras el mostrador para que tecleara yo misma el nombre del autor tras varios intentos fallidos de captar mi deletreo es otra historia, aunque dice mucho de en lo que se han convertido los dependientes de librerías últimamente. ¿Dónde están esos libreros antiguos que sabían tanto, pero tanto de libros, que ir a comprar algo era una experiencia cultural en sí misma? ¿Dónde está esa gente que podía recomendarte lo que fuera, de cualquier género, y siempre acertaba con tus gustos? No lo sé, y me encantaría saberlo, en serio. Lo único que sé es que ahora tenemos dependientas monísimas, con una sonrisa deslumbrante y un uniforme que les sienta como un guante y que intentan encontrar —sin ningún éxito, claro— Déjame entrar en su base de datos, tecleando “déjame” sin tilde y con ge… En fin.
Total, que ahora podemos ponernos a discutir hasta la saciedad sobre si las adaptaciones son buenas o malas; sobre si los libros siempre son mejores que sus homónimos audiovisuales; sobre cómo tuvieron el descaro de no mostrar a Tom Bombadil o sobre el sexo de los ángeles. Pero lo cierto es que muchas de las últimas adaptaciones que se han hecho han empujado a la gente a comprarse los libros e incluso —los dioses nos protejan— ¡a leerlos! Para mí eso ya las convierte en buenas, qué queréis que os diga. No me importa el motivo por el que la gente lea: lo que me gusta es que lea. Vamos, cachorritos, ¿nunca habíais imaginado que yo sería una gran aficionada a la cita “El fin justifica los medios”? Venga ya, era fácil…
En resumen, que podemos seguir limitando el acceso a las series y las películas, claro, cómo no. Al fin y al cabo, no son cultura, sólo divertimento. Pero me callo ya, porque no tenía pensado venir a hablar del cierre de Megaupload, —aunque, por si acaso el FBI me lee en uno de estos barridos paranoicos que hacen por las redes en busca de gente que diga en voz alta que quiere más a mamá que a papá, que sepáis que me debéis cincuenta pavos, figurines. Y un par de ficheros de mi exclusiva propiedad que tenía subidos a mi cuenta Premium, ya puestos—, de los derechos de autor o de la madre que parió a la cabra. Venía a hablar del fomento de la lectura. Y si habéis llegado hasta aquí, al menos os habéis leído más de mil quinientas palabras. Probablemente sea más de lo que mucha gente lee en todo un año.
Y sin adaptación cinematográfica, ni nada.
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